En los últimos días, se han dado tres claros fenómenos que los medios han analizado de manera aislada pero que están íntimamente relacionados entre sí. Se trata de los “escraches” efectuados contra el juez Norberto Oyarbide, el secretario de Comercio Interior Guillermo Moreno y el cacerolazo del 13 de septiembre pasado.
Estas manifestaciones denotan el malestar de toda una sociedad respecto a incómodas cuestiones que se viven hoy en la Argentina, principalmente la inseguridad y la corrupción. Si bien en el caso de la protesta “cacerolera” las consignas fueron más claras, lo ocurrido esta semana no deja de ser un llamado de alerta respecto a los mismos tópicos.
¿Qué otro mensaje que el mero pedido de seguridad jurídica podría significar el señalamiento a Oyarbide? ¿No es evidente que la embestida contra Moreno está relacionada con la necesidad de terminar con el patoterismo oficial?
Es bien cierto que la ciudadanía se ha hartado de la sordera y necedad del Gobierno de turno, pero también es real que existe un evidente vacío social por parte de la oposición política argentina.
Es ahí cuando la sociedad de a pie considera que debe hacer tronar sus cacerolas: no solo para que la escuche el oficialismo, sino también para mostrarse indignada frente a la ineficacia de los opositores de turno. “¿Para qué sirven los políticos si no es para escuchar y canalizar los reclamos del pueblo?”, se preguntó con acierto uno de los manifestantes que protestó frente a la casa de Moreno.
Ya no se trata solo del desinterés gubernamental frente a los pacíficos pedidos ciudadanos, sino de la injusta soledad en la que sienten que sus referentes los han dejado, incluso los de la oposición. Esto los lleva a ocupar un lugar que los políticos tradicionales han abandonado hace tiempo, el de la representación ciudadana.
¿Dónde estaban, por caso, los principales referentes mientras la sociedad maldecía a Oyarbide y a Moreno?
Hay que admitir que el fenómeno que ha nacido en estas semanas es inmanejable, en el buen y mal sentido de la palabra. De esto deberían dar cuenta los políticos del oficialismo y la oposición sin distinción. Basta observar lo ocurrido en el pasado ante situaciones similares para entender por qué es imperiosa la necesidad de prestar atención a la inquietud ciudadana.
Ya lo dijo claramente Antonio Parra: “Cuando se quiere algo de verdad, desaparecen del vocabulario las palabras aburrimiento, cansancio, desilusión”.
Christian Sanz
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