El asombro ante lo incomprensible de nuestro mecanismo mental, que exigía una explicación supersticiosa basada en las reminiscencias de culturas inferiores, fue lo que originó a la filosófica idea simplista de alma como principio o energía espiritual, que también, de paso, podía explicar la vida somática. Se define como sustancia espiritual, simple, que con el cuerpo humano, constituye una unidad esencial.
El conocimiento directo del alma humana no es posible, se dice, pero lo es a través de sus operaciones, se añade, y aquí tenemos una petición de principio. Se antepone un concepto, se inventa un ente, una sustancia separada de la desconocida “materia”, como contrapuesta a ella, y se le atribuyen manifestaciones psíquicas cuando estas bien pueden tener otra fuente.
Para comprender el mecanismo mental, veamos a continuación dónde y cómo se manifiesta primariamente y en su mayor simpleza, el psiquismo.
Primero observemos a los vegetales. Ya en los movimientos násticos y en los tropismos, es posible advertir conductas que se asemejan al psiquismo.
Sin neuronas, sin conductos ni ganglios nerviosos, los vegetales ya dan señales que indican esbozos de acciones psíquicas. Se apartan de las superficies frías, se dirigen siempre hacia la luz por más que se los confine a la oscuridad, cierran sus limbos foliares, enderezan sus hojas en posición de sueño” o en “posición de vigilia”, dejan colgar sus hojas al anochecer, buscan mantener los rizomas a una distancia constante de la superficie del suelo, los zarcillos se enroscan alrededor de un soporte no bien contactan con él, la planta Mimosa pudica se “entristece” al ser tocadas sus hojas y la atrapamoscas da muestras de vivacidad cuando su cepo se cierra súbitamente sobre su víctima.
Debo aclarar que no pretendo otorgar a los vegetales algo así como pensamiento, raciocinio, voluntad y sentimientos.
Lo que sucede es que, según mi hipótesis, el psiquismo humano es tan automático como el vegetal y sólo difiere de éste en su grado de complejidad y actividad. De modo que aquí invierto los conceptos. No comparo las conductas de los vegetales con la psiquis humana como si ellos poseyeran inteligencia y voluntad, sino a la inversa, comparo el mecanismo psíquico humano con el automatismo vegetal.
Pasando ahora al denominado reino animal, podemos observar cómo una actinia (anémona del mar), animal muy primitivo, se contrae bruscamente ante el menor contacto con nuestros dedos para esconderse entre las cavidades de las rocas.
Una hormiga tomada en nuestras manos, se desespera buscando escapar o nos ataca con sus pinzas y aguijón para defenderse. ¿Quién no conoce la proverbial “inteligencia” de las hormigas y abejas?
Insectos como los saltamontes, al ser sorprendidos huyen en vuelo para esconderse detrás de un tallo o de una hoja de hierba como si “supieran” que serán vistos; son muchas las especies de animales, como ciertas serpientes inofensivas del género Heterodon, que simulan estar muertas al ser molestadas. Podríamos mencionar infinidad de ejemplos aún entre animales primitivos como los artrópodos y los moluscos.
Los pólipos Antozoos, entre los que figuran ciertas actinias, fueron considerados como vegetales durante un tiempo. El sistema nervioso de estos pólipos tiene forma de una red difusa con condensaciones en la boca, la musculatura y los tentáculos, nada comparable con un cerebro, y carece de órganos de los sentidos diferenciados, y sin embargo adopta conductas.
El “cerebro” de un insecto, consiste tan sólo en un conjunto de ganglios, un complejo ganglionar infraesofágico más una cadena ganglionar ventral. No obstante lo cual algunos, como ciertos coleópteros, adoptan la actitud de simular estar muertos al ser molestados, igual que ciertas serpientes cuyo cerebro reptiliano se halla notablemente más desarrollado.
Todo esto nos indica “ingenio, “inteligencia”, “deseo”, etc., según la terminología que el hombre aplica a las apariencias. En efecto, el ingenio, el razonamiento, el amor, etc. son sólo conceptos surgidos de puras apariencias. Detrás de todo esto no se esconde otra cosa que puro automatismo; las relaciones de los seres vivos entre sí y con el medio físico nos maravillan como ingenios, pero en realidad son la casi nada que ha quedado entre infinitos procesos tontos que han sucumbido precisamente por ser torpes.
Lo que ocurre es que el conjunto de hechos físico-químico-biológicos se hallan trabados entre sí y es lo que pudo ser, lo otro, la mayoría de los procesos, se han truncado. Pero el hombre tiende a ver tan sólo el resultado aleatorio, lo ínfimo y esto le engaña y razona a la inversa creyendo que eso poco, es lo que con voluntad e inteligencia se acomodó al medio, cuando en realidad, es el resultado provisional de un gigantesco despliegue de acomodamientos de procesos mayores en su número casi todos ellos perdidos.
Con respecto al psiquismo humano, ocurre lo mismo. Somos autómatas como la naturaleza, y no nos damos cuenta de ello por causa de nuestra pobreza de entendimiento para lo complejo que es el psiquismo, cuyas raíces ya se encuentran en las conductas de los vegetales y de los animales inferiores, incluso en los unicelulares como la ameba.
Luego el automatismo psíquico también podría ser comparado con la denominada “mecánica celeste”, con el sistema planetario, con los sistemas estelares binarios, con toda una galaxia y sus acontecimientos. Pero el psiquismo humano es tan rápido y complejo, que apabulla al que lo quiere entender.
Se cree ver otra cosa en sus manifestaciones, como sentimientos, cálculo matemático, memoria, imaginación… y el extraordinario fenómeno de la toma de conciencia del entorno y de uno mismo; sin embargo todo es un mecanismo de flujo, cambio, acción energética obrado por elementos como el oxígeno respirado aportado al cerebro mediante la corriente sanguínea, el carbono, el fósforo, etc., que entran con los alimentos y son transportados igualmente por los vasos que irrigan las vecindades de las neuronas.
Más profundamente, podemos imaginar al cerebro como un vacío casi total en donde ocurren hechos, en el que actúan elementos subatómicos que van y vienen dibujando imágenes, generando raciocinio, amor, odio, alegría, pena y todas las manifestaciones psíquicas que vemos enmascaradas por una borrosa idea de “espiritualidad”, a la postre, también generada allí. Desde ya que algo debe ocurrir entre átomo y átomo, entre molécula y molécula, entre neurona y neurona de los que está compuesta la trama cerebral. Algo debe fluir de un elemento a otro para producir psiquismo. Cierta forma de energía vertiginosa debe emanar para hacer de las neuronas un generador del mundo intelectual.
En cuanto al extraño fenómeno de la toma de conciencia del mundo que nos rodea, esto se explica bien. Desde cuando vemos, oímos, olemos y gustamos el entorno, éste se graba en nuestras estructuras neuronales. Luego en un momento dado, una vez excitadas estas tramas psíquicas, ellas responden con el recuerdo, y estas manifestaciones mnémicas son tomadas y reflejadas a su vez por otras tramas neuronales que las ponen en evidencia. Lo mismo ocurre con los pensamientos, imaginaciones, fantasía, etc.
La conciencia es entonces, un fenómeno reflexivo. Pero ¡cuidado!, no es la esencia del universo propiamente dicha la que toma conciencia del mundo, sino sus manifestaciones en forma de trama psicogeneradora.
Ladislao Vadas