La combinación de un reordenamiento espacial y una sincronización temporal, conjugada por una congregación de dos o más personas capaz de adjudicar sentidos coincidentes, constituyen los elementos propios de una iniciación litúrgica. El lugar, el momento y las personas, se integran en un todo que vuelve sustancia sagrada a la materia profana.
Así, se predispone una especial ornamentación del espacio y se revisten los actores de manera adecuada.
A las 7 en punto, la procesión se encamina hacia el atril desde donde se presidirá el oficio. Enfrente, ya espera en una suerte de presbiterio la corte de concelebrantes.
Más atrás, como abrazándolos, se ubica el pueblo. Discretamente y de costado, el guía que anima la asamblea, prorrumpe la antífona que da inicio al ritual: “Habla, para todo el país, la señora presidenta de los 40 millones de argentinos, la doctora Cristina Fernández de Kirchner”.
Acto seguido, el coro entona el cántico de entrada y sobreviene el saludo inicial a todos y a todas. Inmediatamente después, el acto de contrición por la maldad de todo lo anterior a 2003. Luego, la proclamación de “La Palabra de ÉL” y las enseñanzas de «ELLA». Finalmente, la evocación de los muertos, la comunión espiritual con los kumpas esparcidos en toda la faz de la Patria Grande, la epíclesis que transubstancia la realidad, la acción de gracias por los bienes recibidos y la salutación final para volver al mundo en paz.
El alto contenido ritual al que nos acostumbró el oficialismo en cada aparición pública donde su líder evidencia ser el pueblo encarnado, ha sido descripto por la literatura especializada. Aún desde diversas comprensiones, la sociología y la antropología han caracterizado de un modo más o menos coincidente a estos grupos radicalizados; a saber:
* autoritarismo, prácticas antidemocráticas y neutralización de la crítica.
* infalibilidad del líder, aún en esferas íntimas de los adeptos.
* aislamiento del mundo exterior y bloqueo de la información proveniente de él.
* identificación de todo agente externo como amenaza y enemigo de “la vedad”.
De un modo gradual y casi imperceptible al comienzo, pero de manera firme y con claridad meridiana al presente, las convicciones políticas del oficialismo exigen auténticos acto de fe; al menos, los necesarios para negar “el malestar de la economía” o para convalidar las trasnochadas hipótesis de complot contra un país que, a decir verdad, se cae del mundo.
En cada despliegue escénico, la presidenta de la Nación no sólo se presenta como la verdadera exégeta de “el pueblo” sino que ella misma es “el pueblo”.
Conoce sus necesidades, aún las que el propio pueblo desconoce. Cristina Fernández de Kirchner edita de manera temible los hechos del pasado (aún aquellos que a todos nos constan) y manipula de modo inconfesable el presente, a fin de anticipar imágenes falsificadas del futuro.
La noción de realidad y la perspectiva con la que uno se posiciona ante ella ha sido objeto de debates filosóficos desde el inicio mismo del mundo. Sea cual sea nuestra concepción, lo cierto es que dominar el eje de la temporalidad habilita la distorsión de “lo real” y facilita la recreación de cuanto escenario le plazca al autócrata de turno, incluso los más inverosímiles y disparatados.
Si le asiste algún acierto a este diagnóstico, que pretende dar cuenta de un principio de realidad —por lo menos— conmovido, la Argentina podrá plantearle algún tipo de moratoria discursiva a la banda que se apoderó del Estado y pedirle cuentas de la vergüenza nacional que dispara la permanencia de Amado Boudou en su cargo o las vinculaciones de los referentes más encumbrados del kirchnerismo con el narcotráfico, por citar sólo algunas de las tantas barriditas bajo la alfombra.
Señora Presidenta, su última cadena nacional atrasó cincuenta años (como mínimo). Esa rancia cruzada anti-imperialista la coloca ridículamente en una intentona pre-setentista.
¿Y sabe qué? Lo único que hoy se parece a los 70 es: la cúpula castrense reñida con los derechos humanos, la inseguridad de no saber si volveremos a casa al final del día, la economía desbocada y una troupe de ineptos que se enoja porque nadie apuesta al 37 en la ruleta, la presidencia de la República en manos de una mujer que cortó con la realidad y la interna peronista, Señora, siempre la interna peronista.