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Carnets truchos, narcos e impunidad en Mendoza

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DEDICADO AL POLICÍA DARIO DANIEL DONOSO
DEDICADO AL POLICÍA DARIO DANIEL DONOSO

“Me la tienen jurada”, me dice Donoso, preocupado. “¿Qué puede pasar?”, le pregunto, en un intento de tranquilizarlo frente a lo inevitable.

 

“Todo, puede pasar…. todo”, argumenta parco, sin dar mayores precisiones. Me preocupa: es que “todo” es “nada” finalmente.

Insisto: “¿Qué puede ocurrir?”. “Me la tienen jurada”, reitera, como si no escuchara lo que le estoy preguntando. Solo soy una excusa al otro lado del teléfono para que este policía tan esquivo como flaco haga su propia catarsis.

Donoso es lacónico, desconfiado, imagino que todo uniformado debe serlo. O no, qué se yo…

Hace unos meses, se animó a contarme cómo era el circuito de compra y venta de carnets de conducir en Mendoza, donde aparecen involucrados escuelas de manejo y caciques de la política local.

“No va a ser gratis para mí”, me dijo entonces, justo antes de que publicara mi investigación en MDZ. No fue el único que me dio testimonio, pero sí el único que se animó a hacerlo con nombre y apellido.

Donoso estaba harto de ver tanta corrupción, tan cerca suyo, durante tanto tiempo. “Dale nomás”, me dijo entonces, cuando nos juntamos por enésima vez dentro del cementerio de la Ciudad de Mendoza, extrañamente ubicado en Las Heras aunque pertenece a la Capital.

“¿Creés en fantasmas?”, le pregunté antes de irme a mi casa ese frío día del mes de mayo. “No es que crea o no crea, ¡es que existen!”, me dijo con total convencimiento.

Fue como una premonición, como si supiera lo que iba a pasar meses más tarde. No obstante, sus peores fantasmas no estaban en ese lúgubre cementerio, sino en los organismos públicos con los que se codeaba a diario. Él todavía no lo sabía.

“Me la tienen jurada”, me dijo el viernes pasado, sin que le temblara la voz. La nota sobre carnets de conducir parecía extemporánea ya, a pesar de la repercusión que había logrado a fines de mayo pasado.

Los ecos de su estallido se escucharon, no solo a través de otros medios de Mendoza, sino también en la órbita de la Fiscalía de Estado provincial, donde hoy se investiga lo denunciado por mí entonces.

“No pasa nada”, le dije a Donoso, como quien quiere tranquilizar a un condenado a muerte utilizando la frase más trillada del mundo. “Sí que pasa, ya vas a ver. Están a punto de sacarme del medio porque molesto a mucha gente”, aseveró con la convicción de siempre, seco y cortante.

El fin de semana pasó rapidísimo, como todo fin de semana, y mi cabeza no podía pensar en otra cosa. ¿Habrá pasado algo finalmente? ¿Donoso habrá pecado de pura paranoia repentina? Ambas preguntas me las hice hasta entrado el lunes temprano.

El sonido del teléfono fue la respuesta a todas mis dudas: “Te dije que me la iban a cobrar, te lo dije”, vociferaba Donoso, siempre monocorde, como si me contara que fue a pescar el fin de semana.

“¿Qué pasó? ¡Contame!”, inquirí. Hubo un silencio de dos o tres segundos, que parecieron eternos. Luego, Donoso escupió: “Me sacaron del Departamento de Coordinación de Seguridad Vial por orden del director General de Policía, me dan el traslado a la comisaria 31”.

El shock de la noticia hizo que me costara recordar que el jefe de la fuerza era Juan Carlos Caleri, célebre por aparecer involucrado en trapisondas de diverso tenor.

Me acordé entonces de las palabras de una de mis fuentes de mayo, que sirvieron de base a mi investigación periodística sobre las licencias “truchas”: “La movida es política, el negocio de los carnets y las escuelas de conducir los maneja la política, están todos metidos y tienen todo repartido”.

Quien pronunció la explosiva frase es un importantísimo referente del peronismo tradicional mendocino, un “armador”, que conoce como pocos los pliegues del poder.

“Ciurca, junto a los barones del PJ y algunos azules es el que maneja esa caja, es millonaria”, insistió el informante, mientras revolvía su café en el local de Havanna de la peatonal mendocina, con la seguridad del que conoce todo y ha caminado todo, en la política y en la vida.

“Estás peleando contra molinos de viento, vas a perder”, me vaticinó. No se equivocaba.

El molino de viento era Carlos Ciurca, el vicegobernador de Mendoza, un hombre que se inventó a sí mismo. Alguien que supo ser un clásico militante del peronismo, de los que son convocados para engrosar manifestaciones rentadas.

Con los años, cambió su aspecto, se puso cabello y trocó el bombo por el traje. Sus modales se volvieron refinados y su vocabulario moderado al extremo. Logró lo que pocos: tocar la cima del poder mendocino con todo lo que ello conlleva.

“Es un intocable”, me dice el informante mientras busca algo en su Smartphone. “Todos le responden y todos le temen”, agrega.

Mientras el hombre insiste en sumergirse en la complejidad de su propio teléfono celular, vienen a mi mente mil historias sobre Ciurca: sus supuestos vínculos con las drogas, su relación con las bandas de narcos de Godoy Cruz, la pleitesía que le tienen casi todos los funcionarios de Seguridad y la policía, etc.

Son historias que superan el mote de leyenda urbana, son reveladas con lujo de detalles por policías que fueron testigos involuntarios de tramas novelescas. Algunos de ellos perdieron sus puestos por haber visto lo que no debían.

“¿Por qué nadie investiga los nexos de los Velazco con Ciurca? ¿Vos sabías que ese hombre es narcotraficante y financió la campaña de Francisco Pérez y su vice?”, me dijo una vez un policía que tuvo la mala suerte de meter sus narices donde no le correspondía.

“Acá está, la encontré”, dice mi informante mientras me muestra su celular, regresándome a la realidad.

Es una noticia aparecida en diario Los Andes el 26 de abril de 2002: “Juraron los diputados electos, con excepción de Javier Martínez”, reza el título. “Esa nota no me dice nada”, le digo al hombre, repentinamente ansioso por el hallazgo.

“No, no. ¡Mire la foto!”, me dice la fuente, sin percatarse de que el mismo dedo que señala la pantalla de su celular, me imposibilita ver la imagen de marras.

Cuando finalmente puedo ver la fotografía, quedo sorprendido. Es la postal de un Ciurca desbordado, tocando con furia el bombo. Bien lejos de su adusto porte de hoy.

“Ese es el verdadero Ciurca, el que sobrevive escondido en sí mismo, más allá de que hoy modere su lenguaje y se vista con ropa cara”, me dice el informante.

Fue toda una revelación, que me permitió entender muchas cosas, algunas principalmente vinculadas a la inseguridad y el tráfico de estupefacientes.

“Todo puede pasar, todo”, me había dicho Donoso el viernes pasado. Y tenía razón. La corrupción en Mendoza está enquistada, y nada hay por hacer.

No hay juez, ni fiscal, ni periodista, ni referente político que se anime a desnudar esta incómoda realidad. Todos viven sabiendo que es algo que existe y con lo que deben convivir, como si no hubiera más alternativa que tolerarlo.

Como si fuera un forúnculo que se irá desdibujando solo con el paso del tiempo. Ello no ocurrirá: por el contrario, ese grano se irá haciendo más y más grande, hasta que alguien se atreva a cortar por lo sano con él.

Mientras tanto, el forúnculo sigue creciendo y creciendo. Y algo está claro: cada vez será más difícil quitarlo de raíz.

 

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