Si bien Daniel Scioli fue el candidato más votado en las PASO de agosto, no se puede negar que el FpV perdió un tercio de los apoyados reunidos en el famoso 54 %, número sagrado de la liturgia kirchnerista.
No obstante, la performance electoral del ex-motonauta es digna de destacar, sobre todo si se considera qué triunfó en una provincia de Buenos Aires anegada por el agua. Junto con la calamidad y la desolación, quedó expuesto un estado inoperante y abandónico. Sin embargo, el oficialismo se impuso en las urnas.
Y como si nadie dijera nada, no sucede nada. Entonces se comprende un poco mejor por qué el país se llena de hijas de Rossi, aún en un supuesto fin de ciclo.
No es una suposición que CFK se debe ir del gobierno; efectivamente: debe irse. Sin embargo, ello no autoriza a creer ingenuamente que los kirchneristas serán desalojados del poder real el próximo 10 de diciembre. Por el contrario, el FpV se reacomodará a fin de año, en un nuevo mapa político, sin la malla de contención que propina el poder formal, en tanto la responsabilidad de la oposición siempre es bastante más difusa que la del que gobierna.
Es cierto que los Kirchner no se han destacado precisamente por su apego a la institucionalidad; mas por eso mismo no está de más advertir que si se llevaron puesto todo lo que pudieron desde el gobierno, cuánto más lo harán fuera de él. Con presencia importante en el Congreso, con representantes en el PARLASUR con capacidad de financiar a los “kumpas” que se queden a pie, con “militantes” ubicados en cada rincón de la administración, con jueces y magistrados del ministerio público afines, con cuantiosas fortunas personales con débito automático para la causa, el kirchnerismo conservará capacidad de dañar. Aún fuera del gobierno y por la autocrática comprensión del poder que tienen, desprecian el temple republicano y se colocan en una peligrosa posición respecto a quienes pretenden gobernar observando las reglas del Estado de Derecho. Siempre ha sido así, el peronismo suele ser bastante más peligroso en la oposición que en el gobierno, y no hay ninguna razón para pensar que no será así ahora.
Sin ser apocalípticos, durante los últimos doce años naturalizamos que un grito termine a los empujones, y que de ahí al samarreo no haya más que un cachetazo. A nadie le inquieta que la presidenta hable de jueces extorsionadores y pistoleros; pues si es cierto es grave y si no lo es también.
La paranoia presidencial emparda con otras tantas que, contempladas a escala, nos sumen en teorías conspirativas espeluznantes. Viven en la confusión permanente de estado – gobierno – partido. De ahí que cuando sobrevienen crisis verdaderas, no hay fusibles que cambiar porque no hay instituciones. Ellos son el Estado. Eso es lo que está sucediendo en Tucumán. A medida que el tiempo pasa, se consolida la idea de que allí “algo pasó” el día de la elección provincial. Aunque finalmente se confirme que Manzur ganó las elecciones, ese “algo pasó” excede la mera picardía electoral. Por eso la gente ganó la calle, y a la incertidumbre legal se le agregó un déficit de legitimidad que coquetea peligrosamente con un estado de conmoción interior: una cosa es asumir un cargo en medio del caos pero albergando la esperanza de ser gran la promesa para salir de él, otra es hacerlo ante la convicción casi generalizada de ser la causa del conflicto.
Como si fuera poco, las declaraciones del matrimonio de gobierno y el gobernador provisoriamente electo. Lejos de ser deslices o torpezas, todo parece indicar que el clan Alperovich-Manzur pretende dejar pegados a sus socios federales.
En efecto, cuando el Zar tucumano remite a los resultados de elecciones anteriores para justificar el que dice haber conseguido el 23 de agosto, apunta directamente al sacrosanto 54% y al mismísimo vencedor de las primarias de agosto.
Leyendo a contrapelo, cada vez que el alperovichismo torea al kirchnerismo deja en evidencia -por lo menos- dos cosas: a) una preocupación directamente proporcional a la entidad de su actitud desafiante; y, b) una decisión de ir hasta el final.
Pero, claro, en un clima de escalada, el gobernador saliente debe calcular muy bien sus movimientos para que su salida no sea traumática. Malo sería que el hombre fuerte del “Jardín de la República” se haya vuelto amnésico y no recuerde que cuando Néstor Kirchner llegó a la Rosada se cargó a la dinastía santiagueña que encabezaban los Juárez. Los Kirchner llegaron al poder con una intervención federal y no hay nada que sugiera que no pueden irse con otra. Alperovich juega con fuego si piensa que los Kirchner reconocen lealtades, honran a quienes les fueron fieles o privilegian la racionalidad por sobre las veleidades. Si Zannini cree que la cabeza de Manzur lo convierte en vicepresidente de la nación, que los tucumanos se preparen para votar nuevamente.