Una metáfora escolacera permite comprender cabalmente el modo en el que los Kirchner entienden el ejercicio del poder: sistemáticamente, durante estos últimos 12 años, han pretendido que juguemos al 37 en la ruleta.
Tal vez, un principio de respuesta, lo encontremos parafraseando al célebre gremialista gastronómico: quizá la cosa pase por parar de decir gansadas por dos años. Nos embriagamos tanto en la mentira, nos peridmos tanto a manos de una nube de testigos falsos que hoy nos sorprende que el presidente electo conforme su gabinete con gente idónea y no con aplaudidores.
En cualquier caso, todo, con ellos, se reduce a una cuestión de fe. A Boudou lo persiguen “los malos”, pero ante la duda hay que empantanar todo lo que se pueda el accionar de la justicia. La familia presidencial no se enriqueció, pero seguimos sin saber cómo hizo Lázaro Báez para convertirse en multimillonario. No saben cuántos pobres hay, pero perjuran que no los hay (igual que con los muertos por las inundaciones en La Plata del año 2013…). Y así podríamos seguir: la valija de Antonini Wilson, el caso Skanska, “Sueños Compartidos”, Milagro Sala, Gildo Insfrán, Aníbal, el clan Alperovich, Jaime, el PAMI. Todo, absolutamente todo, es mentira. Son patrañas de los medios hegemónicos, del imperialismo, de los grupos concentrados, del sionismo, de Obama, de Magnetto, de Bergoglio (¡no, bórrenlo, Bergoglio -ahora- no!) y en cualquier momento lo agregan a Barañao a la lista.
Pero, en última instancia, pasó lo que tenía que pasar: la realidad los vino a buscar. Aníbal Fernández perdió en Quilmes. Alak perdió en La Plata. Randazzo perdió en Chivilcoy. Sabbatella perdió en Morón. Julián Álvarez perdió en Lanús. Sciolli perdió en la provincia que gobierna. Cristina Fernández de Kirchner perdió en la Argentina y vuelve al llano, donde también va Daniel y a ambos los espera un fortalecido Sergio Massa.
Si hay algo que CFK sabía desde el vamos es que ella no podía quedarse en la Casa Rosada. Con el devenir, también supo, con algún grado de certeza, que tampoco Massa llegaría para reemplazarla. Por eso apostó a deshacer la trenza: engordar a Scioli, ungiéndolo con la candidatura, pero sin entregarle su liderazgo.
Así, los cinco minutos de fama del gobernador de Buenos Aires finalizaron con el proceso electoral. De esa manera, CFK podrá ponerse la vincha con tranquilidad para continuar siendo “la Jefa” una vez que esté fuera del gobierno, después del 10 de diciembre. No había lugar para los tres y por eso la Señora tenía que desarticular el triángulo: el Frente Renovador ya estaba fuera de su órbita (en efecto, deberá vérselas con Sergio Massa en la disputa por el liderazgo de la oposición) y Daniel Scioli no podía llegar a la presidencia. Cristina no tenía alternativa: si quería retener el poder, debía candidatearse de facto a un cargo que nunca ocuparía. Esa fue su estrategia: sacrificar a Daniel Scioli en una épica batalla contra Mauricio Macri. No dudó: encandiló a Scioli con la cucarda de la candidatura y lo usó para salvarse. Así es la política en su concepción agonal: CFK lo eligió a Macri.
Cuando Scioli se dio cuenta de esta maniobra, era tarde: ya no había tiempo para ser Scioli. Era el alter ego de CFK y por eso ella no lo nombró nunca durante la campaña: en el mundo de CFK sólo habita CFK y, por tanto, no hay a quien nombrar… A Scioli le sucedió lo de Ícaro: aceptó volar tan, pero tan, bajo que se le mojaron las alas y el peso le hizo imposible remontar; mas, cuando quiso volar alto, se quemó.
Daniel Osvaldo Scioli soportó, a conciencia, todo tipo de humillaciones de parte CFK. Ya durante su vicepresidencia, la por entonces senadora Fernández de Kirchner lo ninguneaba sin reparos. Obviamente, no escatimó en hacerlo durante sus ocho años de presidencia. Scioli parecía llevar ropa interior de amianto y se contenía por su ambición desmedida de llegar a Balcarce 50. Ahora que eso no ocurrira, la pregunta es: ¿cómo redimirá sus postergaciones?
En el entorno más íntimo del exmotonauta le aconsejaban que se bajase de la segunda vuelta, decisión que hubiese adoptado si no fuese porque el gobernador de Buenos Aires tenía la más plena certeza de que era justamente lo que Zannini esperaba. “¡Lo único que falta es que Daniel se baje y el Chino gane!”, repetían en el riñón sciolista.
Pero ahora ya está, CFK prefirió ser Nerón y Mauricio Macri asumirá la presidencia de la Nación la semana que viene con una base de sustentación real del poder que supo conseguir. El PRO gobierna la Ciudad y la Provincia, mas del éxito en esta última depende el éxito global de la gestión macrista; traducido significa que a Macri le irá bien sólo si a María Eugenia Vidal le va bien. Esto no puede perderlo de vista el presidente electo, sobre todo porque deberá administrar un (muy) elevado nivel de expectativa.
A Macri lo aguarda el enorme desafío de surfear la variable tiempo: por un lado, deberá satisfacer a quienes depositaron en él altas dosis de confianzar desde el primer momento; por otro, tendrá que lidiar con quienes no lo votaron y le oponen, todavía, profunda resistencia; empero, en el medio, estará urgido por contener a una franja importante que lo apoyó recién en la segunda vuelta como la opción menos mala (y atención que este segmento resulta ser, ni más ni menos, que el que lo hizo ganar). Macri se enfrenta a una situación delicada: realizar el cambio prometido garantizando gobernabilidad; el dilema es evidente: ¿cómo lograr cambios si debe acordar, en parte, con quienes están?
Eso demandará tiempo, pero no tanto como para introducir frustraciones tempranas. Con lo cual, vienen momentos sumamente delicados en la Argentina. Tal vez sea momento de empezar a decir que “no habrá magia”.