Es probable que el circo que montó Hebe de Bonafini esté dentro de cálculos políticos bien definidos: que el “ícono de los Derechos Humanos en Argentina” —como el vergonzante y acobardado periodismo que tenemos la sigue rotulando— termine siendo detenida, podría darle al gobierno de Macri una imagen “dictatorial”, en términos de persecución política. Si esto es así, que se la lleven a Hebe en medio de la marcha del jueves hubiera sido, para el kirchnerismo, un hecho afortunado.
Pero la amenaza política que hoy significa Hebe de Bonafini para el gobierno abre también una oportunidad política: la de empezar a resquebrajar el núcleo duro del relato kirchnerista.
En efecto, no ha de olvidarse que el kirchnerismo edificó su identidad política en virtud de un relato historietístico sobre los años `70. Sus primeras alianzas políticas fueron con ex terroristas y guerrilleros, y grupos que dicen defender los Derechos Humanos; sus más simbólicos hechos políticos han tenido siempre que ver con el setentismo (el acto en la ESMA de 2004, el retiro del cuadro de Videla en el mismo año, la reapertura de los juicios contra miembros de las FF.AA. que combatieron a la guerrilla, la nueva versión del Nunca Más sin el prólogo de Sábato, la creación de “La Cámpora”, etcétera). Y en toda confrontación política, el arma más potente del kirchnerismo ha sido siempre el setentismo: contra la Iglesia, el campo, los medios de comunicación y la Justicia, en ese orden, siempre el kirchnerismo ha atinado a encontrar maléficos “vínculos con la dictadura” entre sus adversarios.
En fin, el setentismo ha sido el corazón del relato kirchnerista; sin setentismo no hubiéramos tenido kirchnerismo, al menos no en la versión en la que lo conocimos.
¿En qué consiste entonces la oportunidad que hoy brinda, sin saberlo ni quererlo, Hebe de Bonafini y su show? Sencillamente en abrir un debate a través del cual empezar a romper con ese relato que nos vendieron, tanto del presente —una concepción reduccionista y mentirosa de los Derechos Humanos— como del pasado —jóvenes idealistas contra demonios: teoría del demonio único—.
¿Cómo hacerlo? Lo primero que hace falta es poner en cuestión la moralización mediática de Hebe de Bonafini y decir la verdad: Hebe es una mujer nefasta que, lejos de luchar por los Derechos Humanos, ha luchado por una ideología extremista como lo es el comunismo, y esa lucha la ha llevado a defender y a vincularse con organizaciones terroristas como ETA, EZLN, MRTA, M-19, FARC, y a celebrar públicamente atentados de Al-Qaeda.
Destruido moralmente el lamentable ícono de los Derechos Humanos en Argentina, se abriría la posibilidad para empezar a cuestionar a otros personajes afines, como Estela de Carlotto que, por ejemplo, también ha apoyado públicamente a sanguinarios dictadores como Fidel Castro, sobre quien pesan innumerables violaciones a los DDHH.
Se trata de una lucha en el campo de las ideas: mostrar que las agrupaciones de DDHH en Argentina han sido fachadas políticas e ideológicas, evidenciando el sinfín de contradicciones entre los dichos y los hechos en los que la mayoría de éstas ha incurrido. ¿Cuántas de aquéllas, acaso, alguna vez dijo algo también por las víctimas de Montoneros o del ERP?
Abierto este cuestionamiento sería posible dar un paso más: si las agrupaciones de DDHH han sido fachadas ideológicas, y fueron éstas en su sociedad —política y económica— con el kirchnerismo las que nos contaron la historia de la década del `70: ¿qué credibilidad podemos otorgarle a esa versión histórica?
Para reventar el relato kirchnerista es preciso reventar su discurso setentista. Y para eso hay que reabrir el debate sobre los años ’70, sabiendo ahora que los que contaron hasta ahora la historia fueron una banda de mafiosos y ladrones pertrechados en el Estado junto a agrupaciones que mientras decían defender los DDHH, apoyaban organizaciones terroristas, celebraban atentados y se abrazaban con dictadores de izquierda.
Pero he aquí la noticia que deja nuestro análisis con sabor a poco: para iniciar este proceso se necesita algo de lo que el gobierno de Macri carece. Ese algo se llaman intelectuales (que no es lo mismo que técnicos).