Cuando al kirchnerismo le tocó gobernar, toda crítica, todo cuestionamiento, todo disenso fue tildado de “destituyente”. Partidarios del discurso único y sostenedores de la existencia de un “pensamiento nacional”, para el que llegaron a destinar un organismo público conducido por un filósofo militante, toda diferencia con sus postulados les pareció una amenaza.
Esta idea autoritaria no sólo imperó hacia adentro de nuestras fronteras. Las alianzas estratégicas y preferenciales con Rusia, China e Irán, y con el denominado “eje bolivariano”, así lo demuestran. En definitiva, los gobiernos de nuestros aliados fueron similares a nuestro anterior gobierno.
Fuera ya del poder, aunque detentadores de un caudal político nada despreciable, los grupos kirchneristas que antes calificaban como “destituyente” una simple medida cautelar o la opinión de algún dirigente sobre una decisión de gobierno, hablan directamente y sin eufemismos de echar a Macri.
Desde esta postura autoritaria se trata de instalar la idea de que sólo estos grupos kirchneristas representan al pueblo y de que es legítimo destituir a un gobierno que no cubre las expectativas populares que el propio kirchnerismo estaría definiendo y representando.
Ahora bien, tal como ocurre con las organizaciones antisistema (los partidos neonazis, para dar un ejemplo) el kirchnerismo se ve en la necesidad de mantener un difícil y contradictorio equilibrio entre manifestarse y actuar conforme a lo que realmente piensa, y eludir las previsiones legales que todo orden constitucional posee contra quienes intentan destruirlo.
Sólo en este contexto se entienden las marchas y contramarchas discursivas que hemos visto plasmadas en todos los medios de comunicación durante los últimos meses. Así, Esteche declara que ayudará a que Macri caiga, luego D´Elía dice que “Esteche se fue al pasto” y finalmente Esteche se desdice. No obstante, a los pocos días es el propio D´Elía quien realiza declaraciones similares a las de Esteche. Del mismo modo, un diputado K como Andrés “El Cuervo” Larroque sostiene la necesidad de echar al gobierno para que los kirchneristas no vayan a la cárcel. Luego, manifiesta que “si en la Argentina hay un plan desestabilizador lo motoriza el propio gobierno”. En definitiva, distintos referentes del cristinismo se las ingenian para mantener vivo al fantasma del helicóptero, siempre en actitud de convocatoria a ganar la calle para derrumbar al actual gobierno.
No es ajena a esta situación la interna peronista. Históricamente el peronismo se ha conducido con fachadas ideológicas disímiles. Desde Perón a la fecha, las características del movimiento peronista que se han mantenido inalterables, muy lejos del campo de las ideas, son el autoritarismo y la corrupción. Ocurre, entonces, que hay un peronismo de convicciones corruptas y autoritarias que ya no cree en Cristina como líder. Es ese peronismo el que se recuesta en Macri jugando a la república. Pero la sinceridad de ese peronismo es cuestionable. Está integrado por los mismos dirigentes que fueron obsecuentes de Néstor y Cristina. Esos dirigentes que ahora han adoptado buenos modales, serán Esteches o Larroques, cuando encuentren otro líder que, a su criterio, les permita reeditar esa inigualable expresión política del crimen organizado que es el peronismo en el poder.
Si el peronismo perdura es porque existe un importante sector de la ciudadanía al que no le importa el autoritarismo y la corrupción de sus gobernantes, mientras pueda satisfacer sus necesidades más inmediatas. Necesidades que varían según la clase social o el nivel educativo, pero que poco tienen que ver con el progreso, y mucho tienen que ver con la demagogia desplegada desde el estado. A ese sector de la población va dirigido el actual discurso del kirchnersimo. Se busca demostrarle al peronista de a pie que si Macri es un enemigo, quienes pactan con él son traidores. Y así, condicionar a la dirigencia que se apartó del kirchnerismo para que vuelva. Para que haga uso de esa segunda oportunidad que proclamó Máximo en el discurso que pronunciara durante la última Marcha de la Resistencia. Para que colabore con el plan de impunidad que sólo tiene cabida en un contexto de caos institucional y caída del actual gobierno.