Los argentinos tenemos una irrefrenable compulsión a encorsetarnos en posiciones estrictas, aún en aquellos temas sobre los que conocemos poco y nada. Ese maniqueísmo futbolero que nos lleva a tener que ponernos alguna de las camisetas, cualquiera sea la puja en cuestión.
La crisis de Venezuela es recibida en la Argentina del modo en que el periodismo internacional quiere que se reciba, que significa difundirla en la exacta manera en que los poderes económicos en pugna necesitan que sea difundida.
Así las cosas, en la Argentina hay una enorme cantidad de gente que "apoya" a la oposición venezolana, y paralelamente queda un número comparativamente menor de gente que apoya al gobierno chavista.
Y es sumamente gracioso ver cómo señoras de nula profundidad analítica y escaso conocimiento te hablan de "Lepoldo", como si fuera el muchachito de una telenovela victimizado por el siniestro ogro vestido de rojo.
Ignorando por completo que el tal muchachito López fue uno de los que auspició y firmó el golpe de estado de 2002, instigó revueltas callejeras y fue responsable de la muerte de más de 40 personas, además de provocar incendios, linchamientos, y delicias de similar tenor.
Ignorando y volviendo a ignorar que hicieron un ataque con un helicóptero arrojando granadas contra el Ministerio del Interior y el tribunal supremo.
La realidad es que a los argentinos nos cuesta un trabajo enorme darnos cuenta cuando asistimos a una lucha de malos contra peores. Y eso es, precisamente, lo que está ocurriendo en Venezuela.
De un lado están los despojos del chavismo en manos de un impresentable como Nicolás Maduro. Acaso el menos indicado para comandar el ocaso del régimen, que se radicalizaba conforme fracasaba políticamente.
Del otro están tipos no menos impresentables como López, Machado, o Capriles, todos por cuenta y orden de los USA, que aguarda con cada vez menor paciencia el momento de echar mano al petróleo caribeño.
La prensa informa que Maduro es el malo y los que Chávez llamaba "pitiyanquis" son los buenos. De hecho, tienen con la derecha argentina que gobierna una relación de naturaleza aliada. Así como el kirchnerismo estaba aliado al chavismo, el macrividelismo está aliado a los pitiyanquis venezolanos.
Otra vez, no hay buenos en este asunto.
Las manifestaciones de la derecha en las calles ya no son aquellas pacíficas marchas de antaño. Hoy le hacen frente al gobierno con armamento, con lanzallamas, y munidos de cascos y máscaras antigases, gentileza de ya sabemos quiénes, y asesinan a policías y a partidarios del gobierno. No son diferentes, vaya que no.
Y el estado, que reprime, asesina, y entonces se convierte en tiranía, y que demuestra que cayó en la celada de la derecha, a causa de su propio agotamiento.
Maduro terminará, probablemente, como un criminal de estado, acaso sea elegido, incluso, para ejemplificar y disciplinar aún más a la región, la derecha tomará el poder, las devaluaciones hambrearán a la población en nombre de esos sinceramientos económicos que los argentinos tanto conocemos, todos los artículos que faltan de las góndolas mágicamente aparecerán, (porque no faltan sino que están en el mercado negro de la especulación, exactamente como ocurrió en la Argentina hiperinflacionaria de Isabel Perón), y en las oficinas centrales de PDVSA habrá línea directa con Texas, recibiendo órdenes.
Se hablará de normalización, total una vez que la derecha acceda a Miraflores, el periodismo ya no reflejará absolutamente nada más.
Y entonces muchos argentinos hablarán del "triunfo de la voluntad", sin saber que estarán citando el título del más famoso film de Leni Riefenstahl, la cineasta de cabecera de un tal Adolfo Hitler.