Fue casi sin querer, de pura casualidad. En el marco del allanamiento que ordenó el juez Claudio Bonadio el pasado viernes 24 de agosto —que se extendió por tres largos días— en la casa de Cristina Kirchner de El Calafate.
Entonces, en ese procedimiento, los investigadores de la Policía Federal no encontraron un solo centavo, pero sí documentos varios, inquietantes todos ellos.
Puntuales carpetas acerca del oscuro espía Antonio “Jaime” Stiuso, también sobre el financista de la ruta del dinero K Federico Elaskar y hasta escuchas telefónicas realizadas a la siempre polémica minera Barrick Gold.
Y allí mismo, en medio de ese material, los uniformados se toparon con un dossier sorprendente, referido al otrora diputado Francisco De Narváez.
La sorpresa fue inevitable: en esa carpeta en particular aparecían detalles muy personales de la vida del millonario empresario, aquel que alguna vez intentó ser gobernador de la provincia de Buenos Aires.
Datos que fueron utilizados en 2009 para hacer la campaña más feroz que un gobierno puede hacer contra un referente opositor, cualquiera que fuere.
Debe recordarse que durante ese año, en el cual De Narváez destrozó a Néstor Kirchner en las elecciones legislativas, se publicaron una serie de notas firmadas por Horacio Verbitsky en diario Página/12.
La curiosidad de ese material es que carecía de rigor periodístico y solo apuntaba a relacionar al empresario con el delito de narcotráfico. Era una operación de prensa de manual.
Por caso, quien escribe estas líneas la anticipó públicamente en Tribuna de Periodistas antes de que ocurriera, merced a una fuente de información de la mismísima AFIP.
“Se viene una opereta contra el colorado para tratar de bajarle algunos puntos en las Legislativas”, dijo el informante entonces. Acto seguido, regaló a este cronista los pocos detalles que podían mencionarse: “Lo van a vincular con un narco”.
El hecho de que este redactor hiciera pública esa situación, le permitió a De Narváez anticiparse a los hechos y “auto denunciarse” ante la justicia tres días antes de que fuera publicada la primera de las notas en cuestión.
El empresario quedó entonces con un gusto amargo en la boca. “¿Por qué me hicieron esta trastada?”, le preguntó a este periodista en aquellos días, luego de que se comprobara el ensañamiento del kirchnerismo contra su persona.
No había mucho para contar, apenas sí que trataban de erosionarlo para que le fuera mal en las elecciones de ese año. Ello no ocurrió finalmente: De Narváez le ganó con holgura a Néstor Kirchner y, horas más tarde, este último renunció a la presidencia del PJ.
Fueron días de furia contenida, que culminaron un año después con la muerte del marido de Cristina Fernández, con el caso Mariano Ferreyra como telón de fondo.
Pasado el tiempo, se supo que Mario Segovia, el narco con el que se pretendió vincular a De Narváez, era en realidad hombre de Aníbal Fernández. Más aún: el traficante de drogas —hoy preso por ese delito— llegó a reconocer que desde el kirchnerismo le pidieron ensuciar al empresario en 2009.
La obsesión del kirchnerismo para con la figura de De Narváez llegó a niveles insospechados. Baste mencionar que motorizó la reforma de la ley de financiamiento de los partidos políticos en 2009.
Y a ello debe sumarse lo ya relatado, los documentos que se encontraron en El Calafate, donde aparecen detalles íntimos del empresario, producto de seguimientos de diversa índole.
¿Se utilizaron los servicios de la exSIDE para armar esa carpeta? Es lo que creen los investigadores.
Es bien cierto que todo ello es muy menor frente a todo lo que se ha descubierto en los cuadernos del chofer Centeno. Sin embargo, no deja de ser un recordatorio de lo que fue el kirchnerismo: el sistema político más implacable y brutal que se haya pergeñado a la hora de tratar con referentes de la oposición, el periodismo y el empresariado vernáculos.