El último libro sobre la muerte de Alberto Nisman es el que fue lanzado por el diputado de Cambiemos Waldo Wolff. Es la sexta obra que se encuentra en la calle.
Se titula “Asesinaron al fiscal Nisman. Yo fui testigo” y se basa en la hipótesis de que el fiscal fue asesinado.
Su prosa comienza con la firma del Memorándum con la República Islámica de Irán y llega hasta enero del 2015, cuando el titular de la Unidad Especial AMIA fue hallado en su departamento de Puerto Madero.
Es una obra muy interesante, llevadera y atrapante. Pero carece de algo fundamental: evidencia.
Más aún: llega a sostener cuestiones que ya fueron refutadas a nivel judicial, como lo sucedido con el teléfono del fiscal.
“Con respecto al celular de Nisman, es muy sospechoso un teléfono táctil sin huellas. O no. Es claro que quisieron borrar los rastros de quien hubiera tocado el celular”, asegura Wolff en su libro.
El siguiente documento lo refuta. Y es curioso, porque no se trata de ninguna revelación de quien escribe estas líneas, sino algo que aparece en el propio expediente judicial.
No es la primera vez que se intenta forzar la realidad respecto de ese teléfono. En su momento se dijo que se habían borrado todos los datos que contenía de manera deliberada, y que le habían instalado un software espía. Los peritos demostraron que ello era falso.
Lo mismo ocurre con los registros de la computadora, que se dijo durante mucho tiempo que fueron manipulados. Los especialistas de Gendarmería lo negaron enfáticamente.
Y hablando de inexactitudes, el libro de Wolff insiste en decir que la cámara del ascensor de edificio de Nisman no funcionaba. De más está decir que fue la que permitió ver parte de lo ocurrido en Puerto Madero en enero de 2015.