"La democracia no se basa en la violencia ni en el terrorismo sino en la razón, en el juego limpio, en la libertad, en respetar las ideas de los demás. La democracia no es una ramera que recoge un hombre en la calle con una metralleta". Winston Churchill
Ya hemos visto detonar y calmarse rápidamente la vida cotidiana en Ecuador y Perú, por obra y gracia de la firmeza con que actuaron sus presidentes, uno para contener a los sicarios de Rafael Correa, el otro para impedir que los partidarios de Keiko Fujimori tomaran por asalto el poder. La sorpresa mayor, por supuesto, llegó del otro lado de la cordillera y, luego, desde la vecina Bolivia; en estos países nada está dicho aún pues los episodios de violencia continúan.
El primer factor común de todos estos febriles procesos políticos es el descontento de las sociedades con la democracia, ya que ésta no les ha permitido alcanzar los paraísos prometidos. Toda la región se vio beneficiada por los precios de los commodities durante la última década del siglo pasado y la primera del actual, y eso permitió que enormes masas populares fueran elevadas desde la pobreza a la clase media baja, con todo lo que ello implica en materia de consumo; cuando esa bonanza terminó, muchos de esos ciudadanos cayeron nuevamente a su nivel anterior, con lógico descontento y señalando la agudización en la concentración de la riqueza. Carlos Pagni escribió el jueves una excelente columna que me evita extenderme demasiado.
En el artículo citado sólo faltaron, a mi modo de ver, otros factores esenciales para entender qué está sucediendo: las comunicaciones, que permiten organizar las protestas y transmitirlas en tiempo real; el narcotráfico, que financia con sus enormes fondos a los regímenes que están asociados con él (Venezuela) y a los personajes que eran sus socios (los Kirchner, en Argentina) y pueden volver al poder; y, por supuesto, la actitud prescindente de Donald Trump frente a Latinoamérica, que ha dejado manos libres -como hizo en Siria- a Rusia, que pretende en nuestra región reeditar trágicos y sangrientos sucesos, recreando la guerra fría.
Como se ve, no hay en todas esas circunstancias tan novedosas una sola causa, aunque los incendiarios sean siempre los mismos, para debilitar a los gobiernos democráticos o para impedir la caída de los regímenes afines. En todos los casos, han sido coordinados y financiados por el Foro de São Paulo y el Grupo de Puebla; o sea, por Venezuela y Cuba y, atrás de ellas, Vladimir Putin, cuyo entrenamiento en la ex KGB le ha permitido manejar la inteligencia global como a ninguno de los mandatarios occidentales.
Hace varios años, los vientos de libertad arrasaron, democráticamente, con los regímenes populistas, incapaces de dar respuesta a los reclamos sociales y sumergidos en una escandalosa corrupción. Así, el Foro de São Paulo y su instrumento regional, la UNASUR, perdieron a varios miembros, aunque Nicaragua, Venezuela y Cuba aún vivan bajo el yugo de dictaduras asesinas, en México la izquierda haya triunfado, y Bolivia, si el fraude es convalidado, se convertirá en otra joya de esa siniestra corona. Pero Colombia, Brasil, Chile, Uruguay y Argentina están gobernados por sistemas que respetan las instituciones, y a ellos se dirigirán las próximas agresiones de estos manipuladores de genuinos y justificables descontentos, transformándolos en insurreccionales y destituyentes.
Mañana, en ese complicado escenario regional, tendrán lugar dos elecciones claves. Los uruguayos y los argentinos iremos a las urnas para saber si queremos perpetuar el clepto-populismo o continuar viviendo en libertad; creo que, en ambos casos, se habilitará el ballotage y, si fuera así, estoy convencido que el Partido Blanco y Juntos por el Cambio triunfarán y todos los esfuerzos de Nicolás Maduro y Raúl Castro habrán sido vanos.
Y pienso así, en nuestro caso, porque ha quedado claro -hasta el candidato a Presidente lo reconoció- que el verdadero poder, en caso de una victoria del Frente para Todos, estará en manos de Cristina Fernández, que cerró el acto de Mar del Plata rodeada por los siniestros señores feudales de las provincias más pobres y del sindicalismo vernáculo, pero diferenciándose ostensiblemente de las posiciones del peronismo suturado. Fue un preanuncio de los conflictos que desatarán al interior del peronismo unido si triunfaran; muchos de nosotros recordamos con cuánta sangre y muerte se zanjaron esas diferencias entre 1973 y 1976.
Está demás decir que el kirchnerismo no aceptará pacíficamente un resultado electoral esencialmente distinto al de las PASO puesto que, con la colaboración de empresarios y de operadores periodísticos, ha instalado exitosamente que "Fernández² ya ganó". Denunciará fraude y, seguramente, a partir del lunes nos obligará a vivir muy complicados días en la calle, un lugar en el cual los movimientos más violentos que lo integran generarán situaciones de alta conflictividad, como nos lo mostró el jueves el cierre de la campaña tucumana de Juan Manzur, y sucedió en el tratamiento de la reforma previsional, en diciembre de 2017, en la Plaza del Congreso.
Espero que el Gobierno (confío plenamente en la Ministro de Seguridad, Patricia Bullrich) esté preparados para reprimirlos y evitar males mayores, tanto como parece haber mejorado la organización de la fiscalización del comicio, de la mano de Guillermo Dietrich.