Muchas personas deben haberse enfrentado alguna vez en la vida con situaciones en las que uno de sus interlocutores les confesó algo así como: “Me volví loco y la cabeza me estalló”, tratando de justificar algún exabrupto.
Al respecto de este súbito descontrol, la ciencia médica señala que existen individuos que estallan reiteradamente ante un hecho que rechazan por la acción espontánea de un racimo de estructuras interconectadas que se alojan sobre el tronco cerebral, cerca de la base del anillo límbico, que son incapaces de dominar y/o reconocer.
En efecto, existe una pequeña “amígdala” (estructura subcortical que “integra” adecuadamente las emociones) que es una pieza clave para la supervivencia y se aloja en el lóbulo temporal del cráneo, la cual se “separa” funcionalmente en algunas ocasiones del resto del cerebro, generando una incapacidad para apreciar el significado de algunos acontecimientos, lo que provoca una suerte de “ceguera cognitiva”.
Solo así pueden explicarse ciertos “arranques” públicos descontrolados de Cristina Kirchner –sobre todo los que viabiliza a través de incendiarios “twitter”-, mediante los cuales pone “en acción” sus pensamientos de manera extemporánea.
Estas reacciones le han granjeado con el tiempo un generalizado repudio entre aquellos que se sienten agredidos por las características de “explosiones” cuyos signos distintivos son la altanería, la soberbia y la ira.
Joseph Ledoux, prestigioso médico neurólogo y científico contemporáneo, miembro de la Academia de Ciencias de los Estados Unidos, forma parte de la vanguardia de quienes han trazado un nuevo mapa del cerebro “en funcionamiento”, explicando así misterios que algunos otros estudiosos consideraron impenetrables en otros tiempos.
La pregunta del caso es: ¿Por qué algunas personas se vuelven irracionales con tanta facilidad?
Muy posiblemente, explica Le Doux, porque la mencionada amígdala “explota” inesperadamente, a partir de lo cual el individuo se pregunta si lo que debe afrontar es algo que detesta, o le hace daño, o lo pone frente a algo que teme. Cuando la respuesta es afirmativa, reacciona telegrafiando un mensaje de crisis a todo el cerebro.
A partir de allí, se desencadena una suerte de “artillería pesada” -como si se tratase de una descarga eléctrica-, que provoca la suspensión de su mente racional, dejándolo a merced de emociones que pasan a tener “mente propia”, por decirlo de alguna manera.
Cristina demuestra sufrir también otro rasgo característico de estos casos: hacer siempre elecciones desafortunadas, revelando su obsesión respecto de asuntos que no deberían conmover su discernimiento, para lograr moverse en la dirección correcta utilizando razones de pura lógica.
Se ha determinado que muchas personas con condiciones naturales brillantes que sufren este mal, suelen ser pésimos conductores políticos.
Algo que en el caso de Cristina quedó en evidencia sobre todo en su segunda presidencia –ya lejos del “tutelaje” de su esposo fallecido-, que resultó una suma de dislates e incoherencias y terminó en una pésima selección de sus colaboradores inmediatos.
El hecho de que algunos de ellos la hayan acompañado hasta hoy – vapuleados indignamente por ella con frecuencia-, indica que no ha podido desentenderse aún de su falta de control emocional y sigue siendo una persona incapaz de generar empatía con los demás.
Sospechamos que muchos de aquellos que la idolatran –“bebiendo” arrobados ciertas frases revolucionarias de entrecasa-, la utilizan para avanzar políticamente cobijados bajo un estandarte portentoso que les proporciona la “abogada exitosa” y que, sin ella, sería mucho más difícil de izar.
Muchos de ellos integran las huestes que rodean a otro ícono del falso progresismo, su hijo Máximo, un retoño que administró los fondos “caseros” más oscuros de la familia Kirchner-Fernández al fallecer su padre, quien, de la noche a la mañana y sin antecedentes de fuste alguno, ha recibido el espaldarazo de los que ven en él una llegada “limpia” a la inestable, pero todavía influyente, psiquis de su madre.
A tenor de lo expresado hasta aquí, es muy posible que Alberto Fernández haya advertido, gracias a la inesperada aparición del Covid-19 y sus implicancias políticas, que no debe tratar de resolver por el momento problemas creados por un cristinismo batallador e indigerible, evitando hundirse de tal modo en sus trampas a como dé lugar.
Su tarea podría consistir en tratar de no quedar encerrado en cuestiones ideológicas ultrarrevolucionarias que propone un “subsistema” regido por la épica grandilocuente de su socia política, basado en dogmas donde se entremezclan confusamente los conceptos de “redistribución”, “rentabilidad” y “derechos humanos”, estableciendo a través de ellos una lógica parcial para señalar amigos y enemigos.
A pesar de su formación nacionalista (de mate corrido y erudición folklórica con pañuelo al cuello), Alberto Fernández parece ser más cauto de lo que podía sospecharse al respecto de estas cuestiones, evitando entremezclarse con algunas ideas arcaicas que el mundo ha superado, en países que han comprendido cuáles son las exigencias que plantea una modernidad montada sobre nuevos conocimientos científicos y tecnológicos.
Es probable que exista una sutil partida de ajedrez librada entre las sombras del poder, que termine en algún tipo de “jaque” (¿será a la “reina”?), en el que uno de los dos interlocutores de la alianza “sui generis” que ambos celebraron, logrará desplazar al otro.
Por ahora, la pandemia le ha dado un alfil “extra” al Presidente quien ha mejorado su imagen en algunas encuestas que trascendieron, lo que parece haber enardecido a Cristina quien ha retomado (a través de sus personeros) el ímpetu discursivo que siempre la caracterizó.
Si la fortuna se inclinase del lado de Alberto al final del proceso, digamos “depurativo”, podríamos ver recién entonces cuáles son las cartas de su baraja y sabremos a ciencia cierta qué características tendrá nuestro futuro, que se ve hoy bastante incierto como consecuencia de las “faltas” que han acumulado sus principales protagonistas, cada uno “a su manera”, como hubiera dicho Paul Anka.
Allí se pondrá en evidencia si la “versión” Alberto más Cristina no son más que las dos caras de una misma moneda, o si el “volumen” personal del “presidente-comunicador power point” es algo diferente.
De uno u otro modo, tenemos la impresión de que cualquiera sea el desenlace, nada bueno nos espera. Quizá porque, como decía el Dr. Ricardo Monner Sans (abuelo), “el que no sabe, no sabe que no sabe”.
A buen entendedor, pocas palabras.