El Ejecutivo, a cargo del abogado y docente de la UBA, Dr. Alberto Fenández –llevando a cabo un plan estratégico- so pretexto de hacer frente a la pandemia –poco a poco- va haciendo añicos todas las instituciones.
Ahora, la Oficina Anticorrupción del gobierno se retira de la acusación de corrupción demostrada de las causas Hotesur y Los Sauces. Esta es una medida más para lograr la impunidad de la actual senadora y expresidenta Cristina Elisabet Fernández Vda de Kirchner y sus hijos, el diputado Máximo Kirchner y Florencia Kirchner.
Pues bien, la justicia es un conjunto de valores esenciales sobre los cuales debe basarse una sociedad y el Estado. Estos valores son el respeto, la equidad, la igualdad y la libertad.
En un sentido formal, la justicia es el conjunto de normas codificadas que el Estado, a través de los organismos competentes, dicta, hace cumplir y sanciona cuando no son respetadas, suprimiendo la acción o inacción que generó la afectación del bien común.
No somos seres exclusivamente limitados a nosotros mismos, sino en una relación sutil y todavía incompletamente conocida con todo lo que nos rodea, con todo lo que nos precede y con todo lo que nos sigue en la vida.
Si educo bien a mis hijos, soy bueno y justo para los que me rodean; si en toda circunstancia tengo más probabilidades de encontrar la piedra filial, la afección, la felicidad y el respeto que cualquier otro que haga todo lo contrario.
“Todo se paga”, decimos en el fondo de nuestro corazón y en el dominio humano todo se paga, según la justicia, en moneda de dicha o de desdicha íntimas. Fuera de nosotros, en el universo que nos envuelve todo se paga del mismo modo. Pero la dicha o desdicha no pasa por las manos del mismo juez.
Hay en nosotros un espíritu que no pesa más que las intenciones, como hay fuera de nosotros una potencia que no pesa más que los hechos y nos persuadimos de que se mueven de acuerdo a la potencia de cada persona. Mezclamos constantemente nuestros sentimientos de justicia con la lógica de la moral y ese es el origen de la mayor parte de nuestros errores.
Nosotros amamos a la justicia. Vivimos en el seno de una gran injusticia, pero de esto hace mucho tiempo y buscamos el medio de hacerla desaparecer. La injusticia no es la parte humana capaz de detener nuestro deseo apasionado de equidad, sino aquella que un gran número atribuye todavía a Dios, una suerte de fatalidad.
No todo se limita a una simple relación de causa a efecto entre la transgresión y el castigo. Frecuentemente también se descubre un elemento moral que, aunque las cosa no la tengan en sí, aunque nosotros no lo hayamos creado, no por eso es menos real y potente.
No es en las cosas, sino en nosotros donde se encuentra la justicia de las cosas. Lo que modifica nuestra conducta para con el mundo exterior y nos pone en guerra con él, es nuestro estado moral, porque nosotros estamos en guerra con nosotros mismos, con las leyes esenciales de nuestro espíritu y de nuestro corazón.
Un acto de injusticia es, casi siempre, un reconocimiento de impotencia que se hace uno a sí mismo, y no hacen falta muchos reconocimientos de este género para revelar al enemigo el lado más vulnerable de un alma.
Cometer una injusticia para obtener un poco de gloria, es reconocer que no es posible que se merezca lo que se desea o lo que se posee. Un juez que comete una injustica, confiesa que no ha sabido desempeñar el papel que ha escogido.
La justicia surge de nuestro carácter, pues a medida que la inteligencia se eleva y se esclarece, tiende a transformar nuestros sentimientos y nuestros instintos. En los textos de “Las mil y una noches”, podemos apreciar las ideas de justicia; preceptos de sabiduría penetrantes que muestran a la sociedad más grosera y menos feliz que no encuentra, ocasión de formular o descubrir, sosteniendo aquí y allá el incomparable edificio de la felicidad como columnas de luz que sostienen la luz misma. En este palacio de beatitud encarado por Schehrazada, la vida moral es sana, graciosamente grave, noble, y activa, donde la sabiduría más pura y más religiosa preside a todos los descansos de una humanidad afortunada y está, sin embargo, edificado sobre una injusticia, rodeado de una inequidad tan vasta, profunda y pavorosa. Cuando se abren las ventanas por azar se ven las mentiras y se desploman las miserias que les rodean.
No es temerario esperar que nuestros pensamientos sean justos, cuando nuestros cuerpos se suman completamente en la injusticia. ¿Cuál es la vara de la dignidad, la lealtad de esta doble vida sabia, humana, elevada del lado de nuestro umbral y del otro indiferente, instintivo, despiadado? ¿Basta que tengamos menos frío, que vayamos mejor vestidos y mejor nutridos que el obrero que pasa? Qué compremos, -no importa que objeto, que no nos es estrictamente indispensable- para mostrar un retorno inconsciente al acto primitivo del más fuerte despojando, sin escrúpulo, al más débil.
La Justicia –en la historia de la humanidad- ha sustituido a más de un dios y a más de un poder anónimo. La Justicia es la estrella que se forma en la nebulosa de nuestros instintos, de nuestra vida incomprensible. La Justicia no es la palabra del enigma y cuando nosotros sepamos lo que ella es, entenderemos que es el primer orden del enigma. Que obedeciéndole podemos marchar en busca de este secreto con un espíritu más libre y con el corazón más tranquilo. La Justicia cobija a todas las virtudes humanas, purifica y ennoblece.
Los actos de justicia son los que elevan al hombre a las alturas desde donde no puede apreciar lo justo y lo injusto, de lo que busca y lo que encuentra, de lo que teme y lo que espera. Los actos de Justicia, llenan el alma y preparan la inteligencia para engrandecer al ser humano.
La Justicia no detiene ni la enfermedad, ni la locura, no prolonga la vida de un ser querido pero, si nos enseña a reflexionar, si hemos cumplido con nuestro deber según lo que dicta nuestro corazón. Ella mantiene en el fondo de nuestro espíritu una inteligencia, una satisfacción, una dignidad de existencia suficiente para nutrir nuestra vida después que las riquezas han sido pedidas, después que la locura o la enfermedad nos hayan atacado, después de perder al ser amado. La Justicia impone la dicha que es imposible producir por fuera y se esfuerza por producirlo dentro de nosotros mismos.
Recuerdo una encuesta realizada hace unos años en un Jardín de Infantes, donde se les preguntó a los alumnos qué propondrían ellos si se les dejara elegir los temas de la enseñanza. Una de las respuestas fue “trepar árboles”. ¿Y qué enseñarías?, preguntó la maestra al encuestado. “A no tener miedo” –respondió el niño.
El ser humano es capaz de cualquier desatino. Sólo encuentra salvación cuando su propio ser está en armonía con Dios, con su naturaleza exterior y con los otros seres humanos. De lo contrario, se condena a la desesperanza. Todos sabemos que se puede vivir con muchas carencias pero no sin esperanzas. Un país sin justicia no tiene esperanzas, porque todo es igual, como dice el tango Cambalache de Discépolo…
Hoy resulta que es lo mismo
Ser derecho que traidor
Ignorante, sabio, chorro
Generoso o estafador
¡Todo es igual!
¡Nada es mejor!
Lo mismo un burro
Que un gran profesor…
No hay aplazaos (Que va a haber) ni escalafón
Los inmorales nos han iguala'o
Si uno vive en la impostura
Y otro hala en su ambición
Da lo mismo que sea cura
Colchonero, Rey de Bastos
Caradura o polizón…
Siglo veinte, cambalache
Problemático y febril
El que no llora no mama
Y el que no afana es un gil
¡Dale, nomás!
¡Dale, que va!...