La sociedad argentina ha sido víctima de un cruel experimento de ingeniería social llamado “garantismo”. Éste consistió, básicamente, en el intento de minimizar y debilitar el derecho penal con miras a satisfacer un dogma ideológico que victimiza al criminal y demoniza a la sociedad como un todo.
El delincuente vendría a ser una suerte de rebelde antisistema a quien no le dieron otra posibilidad. Esto se ve reforzado con otro dogma, que es la creencia anti empírica de que las penas no sirven para nada y no cumplen ninguna función.
El resultado fue catastrófico. El clima de impunidad se extendió y los delitos aumentaron tanto en cantidad como en violencia. En un marco de pobreza estructural y avance del narcotráfico, esto fue un cóctel explosivo.
En el año 2017 Argentina quedó 114 de un total de 170 países en homicidios por 100.000 habitantes, con 5,20. Durante el gobierno de Cristina Kirchner, pasamos de 5,50 a 6,60, mientras que durante el gobierno de Mauricio Macri bajó a 5,20 (datosmacro.com).
Increíblemente, la sociedad argentina ha tolerado esta tortura colectiva con llamativa pasividad. Demostró ser más pacífica de lo que cabría esperar, resistiendo, en la enorme mayoría de los casos, a la tentación de armarse masivamente para defensa propia (algo que en las circunstancias mencionadas sería perfectamente comprensible y legítimo). Y los que más sufren la delincuencia son los más humildes, que viven en barrios o asentamientos precarios con escasa o nula presencia del Estado.
En este experimento social garantista tuvo un rol preponderante el kirchnerismo. No es la única causa o factor, pero hizo mucho mérito al respecto. Ensalzó y promovió a Zaffaroni. Protegió a los jueces garantistas en el Consejo de la Magistratura (dándoles total impunidad para jugar con la vida de los ciudadanos inocentes y trabajadores). Defendió leyes permisivas para con los criminales, además de legitimarlos públicamente y agremiarlos en iniciativas como Vatallón Militante o Hinchadas Unidas Argentinas. Cabe agregar el lobby sistemático hecho por el kirchnerismo a favor de los narcos (con Aníbal Fernández y la efedrina como punta de lanza), multiplicando negativamente las estadísticas y convirtiendo a Argentina en un gran exportador de sustancias ilícitas. La última gran obra maestra del garantismo fue la liberación masiva de criminales con la excusa del coronavirus, agregándole a la pandemia y la cuarentena el terror del aumento del delito, por si fuera poco.
En este marco, de manera (repito) bastante tardía y pasiva, la sociedad argentina empieza a reaccionar, a armarse y defenderse, y a darle un peso creciente a la seguridad a la hora de emitir su voto. Por eso, Cristina Kirchner aumenta el perfil público de Sergio Berni, una suerte de payaso mediático que vende el discurso de mano dura contra el crimen cuando es parte del partido político que es el principal responsable y sostén ideológico de este experimento cruel e inmoral. El rol de Berni vendría a ser reírse en la cara de la gente, creándole falsas ilusiones y expectativas con un discurso de mano dura mientras, por atrás, abona al sistema garantista que nos condena a tanta injusticia y violencia.
La mano firme contra el delito es necesaria en la Argentina. Las penas son irrisoriamente bajas, poco efectivas, y muchos jueces garantistas no son capaces de defender los derechos de las víctimas y de la sociedad. Sin embargo, eso solo no alcanza. También se necesitan instituciones fuertes, transparentes y eficientes. Mecanismos de control y rendición de cuentas para acabar con la impunidad (incluyendo la impunidad por malas prácticas policiales y judiciales). Es vital un sistema judicial independiente e idóneo, con participación ciudadana por medio del juicio por jurado. Y, por sobre todas las cosas, una dirigencia política comprometida con todo esto que rechace la ideología del garantismo.
Berni va en contra de todo esto con el sólo hecho de ser parte del “cristinismo”, al cual adhiere incondicionalmente. Juega con las ilusiones y la desesperación de los ciudadanos, a sabiendas de que colecta votos para un movimiento político garantista que se opone a lo que el pueblo reclama.
Existen otras figuras que enarbolan un discurso de mano firme con el crimen, sin las incoherencias y falsedades de Berni. El caso más conocido es Patricia Bullrich, que no sólo ha guardado coherencia en este tema, sino que también ha demostrado eficacia al ejercer la función pública (al contrario que Berni).
Por tanto, los argentinos no necesitamos a “súper Berni” en moto haciendo su show mediático para abordar con firmeza el problema de la violencia y la inseguridad. Necesitamos democracia de calidad, Estado de Derecho, instituciones, equipos, responsabilidad y, por sobre todas las cosas, sentido común.
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