Si hubiera que definir en una sola palabra qué pasa ahora mismo por la impredecible cabeza de los principales referentes del gobierno, esta es “preocupación”.
No solo por la marcha contra la reforma judicial que protagonizaron cientos de personas este mismo sábado, sino además por el avance de las diferencias públicas entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner.
Los motivos detrás de esa “grieta” fueron ampliamente expuestos por este mismo cronista: por un lado, lo que está a la vista. Esto es, las diferentes posturas entre uno y otro respecto de los temas de coyuntura. La vicepresidenta considera al jefe de Estado como un “moderado” ante puntuales cuestiones de alta gravitación política.
Al mismo respecto, aparece aquello que subyace bajo la superficie, lo que no está tan a la vista: Cristina desconfía de Alberto, porque cree que está armando su propio espacio de poder.
Ello es parcialmente cierto: el “albertismo” se empezó a construir ya hace tiempo, pero no ha sido el presidente de la Nación el que ha llevado a cabo la tarea, sino más bien algunos de sus acólitos.
El principal constructor de ese grupo es el gobernador de Tucumán, Juan Manzur, quien no solo tiene un vínculo muy particular con Alberto, sino que además está molesto con Cristina por haber vetado a quien iba a ser el ministro de Salud de la Nación, su “socio” tucumano Pablo Yedlin.
Otros de los que componen el grupo que apoya a Alberto son el titular de Obras Públicas Gabriel Katopodis, el intendente Juanchi Zabaleta y los ministros Agustín Rossi y Nicolás Trotta, entre otros.
A su vez, en los últimos días se ha conformado el “Grupo Bicentenario”, algo así como la “juventud albertista”, conformada por más de 300 militantes, la mayoría de ellos de menos de 30 años. El presidente se hace el desentendido cuando Cristina le pregunta sobre esos armados.
No obstante, la vicepresidenta sigue de cerca la movida, porque presiente que en cualquier momento podría producirse una ruptura política dentro del gobierno, con todo lo que ello conlleva.
Sería una suerte de remake de lo ocurrido luego de 2003, cuando su marido decidió quebrar su alianza con Eduardo Duhalde, quien lo había ungido como candidato presidencial.
Como sea, la manifestación de anteayer generó elocuente preocupación en el seno del kirchnerismo, que decidió “bajar un cambio”, al menos a nivel discursivo.
La senadora del Frente de Todos, María de los Ángeles Sacnun, fue la postal de esos resquemores. Poco después de terminada la marcha puntualizó que dentro del oficialismo están "abiertos" a escuchar a distintos sectores y ver "si hay alguna cuestión que tenga que ver con mejorar el proyecto".
Sacnun no es cualquier legisladora, sino la presidenta de la Comisión de Asuntos Constitucionales, donde se tratará la reforma judicial.
Es un trámite que se dará el próximo martes en el Senado, con la concurrencia de la ministra de Justicia y Derechos Humanos, Marcela Losardo.
Ciertamente, el Frente de Todos goza de una holgada mayoría en esa cámara. Por eso confía en poder avanzar hacia la aprobación del proyecto en pocas semanas. No obstante, se espera un debate intenso con Juntos por el Cambio, que ya adelantó su rechazo cerrado a la iniciativa.
Dicho sea de paso, Losardo descartó que se busque ampliar el número de jueces de la Corte y aseveró: "Se está muy lejos de pensar en manipular jueces". Eso sí, lo dijo luego de que se diera la referida movida contra la reforma judicial.
El proyecto no admite más modificaciones: será presentado tal cual lo pergeñó Cristina, a pesar de las intenciones de Alberto de hacer una reforma bastante más “light”, que no exponga sus propias contradicciones respecto de sus dichos sobre la Justicia hace menos de un lustro.
Es lo que acordaron ambos el lunes pasado en un particular almuerzo secreto en la Quinta de Olivos, donde también estuvo Axel Kicillof.
Allí, la vicepresidenta impuso su criterio, incluso el más resistido: que su abogado Carlos Beraldi sea miembro del consejo consultivo que decidirá qué hacer con la Corte Suprema de Justicia.
Alberto debió “tragarse ese sapo” —nótese que jamás lo nombra a Beraldi—, debiendo conformarse con la simbólica ausencia de Cristina en la presentación de la movida judicial.
No fue su mejor semana: a sus reuniones de trasnoche con Máximo Kirchner y las tediosas charlas con Sergio Massa, se sumaron los crecientes números del coronavirus, que complica toda su pretensión de justificar la ampliación de la cuarentena. Para colmo de males, fue refutado por el gobernador de Mendoza, Rodolfo Suarez, quien desmintió que se haya desatado una ola de contagios en esa provincia, como sugirió en sus “filminas”.
Finalmente, como se anticipó en esta misma columna hace una semana, volvió a escena Elisa Carrió. Habrá que prestarle atención. La reforma judicial promete desatar su furia dogmática. Y marcará el rumbo discursivo de la oposición. Mal que le pese al macrismo.
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