Hace un par de semanas -el jueves 25 de enero de 2007- recibí el exultante llamado telefónico de Sergio Szpolski a raíz de un artículo en el que yo lo acusaba de "operar" contra Jorge Fontevecchia a través de su novísima revista Siete Días (1). En el artículo, que reprodujo diario Perfil el día 21 del mismo mes, yo contaba los entretelones de una operación política que se había gestado en septiembre de 2006 contra el CEO de la editorial del mismo nombre (Ver Email scaneado al pie) y acusaba a Szpolski de ser funcional a dicha maniobra a través de su revista.
"Vos estás equivocado, Christian. Acá no hay ninguna operación contra nadie. Vos me estás perjudicando y yo quiero que aclaremos este tema", me dijo con elocuente ansiedad.
"Mirá, yo no te conozco. Lo que te puedo decir es que lo publicado surge del testimonio de un importante funcionario de segunda línea del Gobierno, luego ratificado por otra fuente. El dato es inobjetable", le respondí. Yo estaba de particular mal humor, ya que me aprestaba a cenar y el llamado del empresario cortó ese momento tan especial de mi día.
"Yo quiero que vengas a mi oficina y te voy a mostrar que lo que publicamos sobre Fontevecchia es real. También quiero mostrarte las facturas de los afiches que hicimos sobre esa tapa de 7 días", insistió Szpolski como si eso demostrara que no hubo operación política alguna. Yo acepté la invitación pero quedé sorprendido por la frase final de nuestra conversación: "Lo único que te pido es que no trascienda esta conversación", me pidió. ¿A qué se debía semejante pedido? Si no había nada que ocultar ¿Por qué esconder ese llamado?
Le dije entonces que se quedara tranquilo, que por el momento yo no hablaría con nadie del llamado de marras, no al menos antes de vernos cara a cara, lo cual sucedió cuatro días más tarde.
Cara y ceca
El lunes 29 de enero me dirigí a la oficina de Sergio Szpolski, donde funciona una de sus revistas: Veintitres. Subí las escaleras hasta su despacho y lo esperé pacientemente. Al rato, apareció el empresario vestido de jeans y camisa informal. “Vos no podés publicar lo que publicaste sobre Fontevecchia, es algo que no tiene fundamento alguno”, disparó Szpolski sin mayor diplomacia. Insistí entonces en lo que me habían asegurado mis propias fuentes meses antes y que coincidía con lo sucedido. “¿Cómo sabía yo cuatro meses antes que esto iba a pasar? ¿Es casualidad?”, pregunté sólo por preguntar (2).
El dueño de Veintitres no pudo responder y atinó a marcar los errores de mi artículo. “Yo no estoy procesado como decís en tu nota, ese es mi tío”, aseguró. Admití el error y prometí que lo rectificaría. Al mismo tiempo, le ofrecí derecho a réplica por lo publicado. “No me interesa entrar en ese juego”, aseguró.
“Mirá”, le dije, “lo que publiqué me fue ratificado luego por un funcionario de la Secretaría de Medios. La operación es real”.
“Está bien, la operación puede ser verdadera, pero yo no tengo nada que ver. ¿Qué culpa tengo yo si al Gobierno se le antoja darle más publicidad a lo que escriben mis periodistas? Yo lo que te digo es que hace más de un año que mandé a un periodista a buscar en hemeroteca el material de Fontevecchia, no es algo de hace unos meses”, aseguró el empresario sin poder explicar cómo era esto posible toda vez que Siete días era un medio novísimo, que tenía mucho menos de un año de antigüedad.
La afirmación también fue refutada por uno de sus propios periodistas, Jorge Repiso, quien aseguró en la última Siete días que "la búsqueda de material que demostrara la simpatía de revista La Semana con la gestión de la última dictadura militar comenzó en los primeros días de septiembre de 2006", fecha coincidente (asombrosamente coincidente) con el aviso dado a este periódico por el funcionario kirchnerista anteriormente mencionado (Ver nuevamente Email al pie).
A partir de ese momento, toda la discusión giró en torno a lo dolorido que estaban los periodistas de su staff porque yo decía en mi artículo que "Szpolski hace caja a fuerza de pisar la cabeza a los enemigos del Gobierno, algo realmente vergonzoso. Y más aún cuando busca la complicidad de los periodistas que trabajan con él para hacer el trabajo sucio". Me aseguró con vehemencia que él no se entrometía en el contenido de lo que publicaban sus "empleados" y que jamás inmiscuiría sus narices en el detalle de los artículos escrito por sus hombres de prensa. "Ok, tal vez esté equivocado en acusar a tus periodistas, lo voy a quitar de mi artículo", le dije. Y aunque después desmintió sus propias palabras y me confesó exactamente lo contrario, yo quité ese párrafo de mi nota.
¿Por qué digo que Szpolski se desmintió a sí mismo? Porque al promediar nuestro encuentro dijo con total desparpajo que había ciertos personajes que no se tocaban a través de sus medios. "¿Qué personajes, por ejemplo?", le pregunté. "No dejo, por ejemplo, que le peguen a (Lilita) Carrió", confesó. A esa altura ya sabía que no podíamos seguir hablando. Sus propias contradicciones no me permitían diferenciar la mentira de la verdad en sus palabras.
Casi al final de nuestro encuentro le dije que yo no estaba a favor ni en contra de Fontevecchia (3), pero que me daba indignación cómo el Gobierno se había ensañado con él. "Mirá, yo le avisé a Darío Gallo que esto iba a suceder tarde o temprano. Ellos viven desprestigiando a mis periodistas a través de revista Noticias y pretenden que yo me quede calladito, ahora que se jodan", dijo Szpolski.
No había nada más por agregar ante semejante comentario. Era hora de partir.
Justificaciones personales
Antes de encontrarnos, Sergio Szpolski me había pedido algo insólito: que nuestra charla no trascendiera, que quedara en secreto. En principio, yo accedí al requerimiento, confiando en que el empresario me sería totalmente honesto, pero luego entendí que los motivos de la "no trascendencia" de la reunión se debían a la falta de sinceridad algunas de sus explicaciones.
Al mismo tiempo, a lo largo del encuentro insistí en concederle el oportuno derecho a réplica (3) y siempre encontré su negativa como toda respuesta. Luego, sucedió lo que publiqué en mi artículo de mediados de enero. Recordemos que allí había asegurado que "lo que sucede a Fontevecchia es el comienzo de una operación en su contra que fue anticipada a este periódico hace varios meses. ¿Cómo sigue la historia? Se lo seguirá ahogando respecto a la publicidad de su diario dominical, se apretará a los posibles anunciantes de sus medios y se lo seguirá salpicando con escándalos 'inflados'".
A dos semanas de publicado este último párrafo apareció en la calle una nueva "investigación" de Siete Días sobre las "operaciones de Fontevecchia para Videla y Massera" con su campaña respectiva de afiches. ¿Cómo se entiende semejante casualidad? ¿Cómo es posible que todo se esté dando tal cual se publicó en este medio a través de sendos artículos?
En realidad el mérito no es totalmente nuestro, hay que reconocerlo, sino de las fuentes de información que nos han nutrido (y nos nutren), ubicadas en lugares estratégicos del Gobierno kirchnerista. Ellos nos hablaron oportunamente de lo que se venía.
Obviamente, Szpolski niega ser el "empresario" del que hablan las fuentes referidas, el que habría pactado una operación junto al kirchnerismo, pero su "curriculum" no lo ayuda. Un prestigioso periodista de la colectividad me dijo abiertamente lo mismo que otros me sugirieron de manera anónima sobre los antecedentes oscuros de Szpolski y su "desvinculación" de la AMIA, donde era tesorero. "¡Fue el primer judio expulsado de la AMIA por el tribunal de ética comunitario!", me aseguró en un oportuno mail. Otro periodista, Pepe Eliaschev, definió al empresario de manera similar, como un "personaje perverso, único separado formalmente de comunidad judía argentina (la AMIA) por responsable del vaciamiento financiero de la misma".
Elocuencia aparte.
Concluyendo
Nadie puede juzgar la decisión de Szpolski de publicar docenas de páginas sobre Jorge Fontevecchia y sus acciones en épocas de la dictadura, lo que sería interesante es que también se dedicara a indagar, aunque sea brevemente, sobre los escándalos del Gobierno de Kirchner, del cual -dicho sea de paso- recibe cuantiosa publicidad oficial.
Hay mucha tela para cortar en ese sentido: fondos de Santa Cruz, valijas de SW, coimas de la empresa Skanka, muerte de Cacho Espinosa, etc. Nada de esto se ha publicado jamás en ninguna de las revistas de Szpolski. ¿Casualidad?
Aquellos que solíamos comprar revista Veintitres, en épocas de Jorge Lanata, sabíamos deleitarnos con jugadas -y jugosas- denuncias contra los poderosos de turno. Desde que Szpolski está al frente, las cosas han cambiado radicalmente. Basta ver las tapas de dicha publicación desde que el referido empresario la comanda para decepcionarse.
Y no se trata sólo de una apreciación de este periódico. Juan Pablo Mansilla, a través de su excelente "Blog de Contenidos" (4), da cuenta de que "Veintitrés, que jamás necesitó mostrarme culos en su tapa para que la compre, ya no es ni la mínima porción de lo fue".
Operaciones de prensa hay y habrá siempre en este y otros países, lo que asombra es que acá la cosa se haga de manera tan burda y descarada. ¿Será una postal de nuestras propias miserias?
Christian Sanz
(1) Ver https://periodicotribuna.com.ar/Articulo.asp?Articulo=2674
(2) Al mismo tiempo, cuestioné que la "operación Fontevecchia" se hubiera publicado en Siete Días y no en revista Veintitres, esta última con mucha mayor credibilidad y posicionamiento que la otra por la inevitable asociación que aún hoy muchos hacen con su creador, Jorge Lanata.
(3) Este periódico ha publicado al menos tres artículos contra medios de Jorge Fontevecchia, obviamente sin afiches en la calle.
(4) Ver http://juanmansilla.blogspot.com/2007/02/fue.html
Tambien conocido como colobarador de los ingleses durante 1982.