Creen que son vivos. Que están por encima de todos los demás. Una casta superior. Que no necesita dar cuenta de nada a nadie.
En realidad, son imbéciles de manual. Que andan por la vida rompiendo reglas básicas de convivencia. Sin darse cuenta de que, si todos hiciéramos lo mismo, no habría civilización posible. Todo sería un caos.
Eran idiotas desde mucho antes, pero ahora han quedado expuestos por la pandemia del coronavirus. Se los puede ver caminando sin tapabocas por las calles, cagándose de risa de los que sí respetamos las normas.
Imaginan que están por sobre el avance de la ciencia y los descubrimientos de la Organización Mundial de la Salud. “A mí no me va a pasar nada”, juran. Con una altanería que indigna.
Son los que terminan organizando reuniones sociales en sus casas, provocando contagios de Covid a mansalva. Se cagan en las normas y lo que dice la ley.
Me he peleado con estos impresentables no pocas veces, luego de pedirles que se coloquen el respectivo tapabocas. No toleran que les digan lo que deben hacer. Pero lo terminan haciendo. Porque, aparte de tarados, son cagones.
Es lo de menos, porque lo importante es que son imbéciles. Que despotrican contra el sistema, pero cuando se terminan contagiando, piden ayuda al sistema de Salud del Estado.
De hecho, ahora mismo muchos de ellos están ocupando una cama de terapia intensiva en un hospital público ubicado en algún lugar de la Argentina. O sea, además son hipócritas.
¿No sería más sencillo cumplir con lo básico, el cuidado mínimo que piden los que saben? ¿Qué tan complicado puede ser utilizar un barbijo y evitar hacer reuniones por un tiempo?
Es difícil hacer entender algo tan básico a estos tipos porque, como se dijo, son imbéciles de manual. Que no carecen de las contradicciones ya mencionadas.
¿Por qué si son tan valientes de andar sin tapabocas por la vida después piden auxilio al sistema de salud público? Es una de las tantas preguntas que no saben contestar.
Porque, finalmente, no son tan vivos como ellos mismos alegan.