Siguen sumándose hechos graves a la realidad argentina que uno no sabe muy bien cómo describir: si como cuestiones que el gobierno organiza desde alguna de sus múltiples usinas y con alguno de los comandos que le responden, o como hechos que el gobierno permite porque están en consonancia con lo que pretende para el país y que, además no puede controlar porque está completamente desbordado.
En el sur el grupo terrorista que tiene copados varios territorios de soberanía nacional, tal como en los ’70 el ERP había conseguido en la selva tucumana, avanzó sobre dos posiciones en Villa Mascardi produciendo hechos gravísimos en ambos casos.
Por un lado invadió las cabañas del Obispado de San Isidro, a orillas del Lago Nahuel Huapi, terrenos que no deben valer menos de 5 millones de dólares, y produjo un desastre material y ecológico, incendiando varias de las cabañas de hostería que el obispado tenía allí, dejando solo en pie el pabellón de seminaristas que aprovecharon para ocuparlo como propio, y hachando una enorme cantidad de árboles del añoso bosque patagónico solo por ejercer la malicia.
Algunos de esos árboles fueron talados de modo que cayeran arriba de los techos de otras cabañas para destruirlas a propósito.
Ni el gobierno, ni mucho menos la iglesia, el obispado de San Isidro o el Papa, han informado de estos hechos. Tampoco nadie hizo nada para detener esta barbarie.
Los terroristas tomaron los elásticos de las camas que estaban en las cabañas para armar una especie de trinchera y de cerca en el ingreso al terreno y colgaron banderas revolucionarias diciendo que habían recuperado ese territorio para la “nación mapuche”.
No muy lejos de allí el Ejército argentino tiene la Escuela Militar de Montaña de Bariloche. La misma fue invadida por los terroristas al estilo de La Tablada o del Regimiento Militar de Formosa en los ’70.
El Ejército repelió el ataque y recapturó la unidad montando una guardia escalonada de protección.
Enterado de la situación el montonero Roberto Perdía, que está a cargo del INAI (Instituto Nacional de Asuntos Indígenas), presionó al inútil ministro de defensa, Agustín Rossi (el mismo al que durante la presidencia de la comandante de El Calafate le robaron un misil y no se dio cuenta) para que el Ejército depusiera las armas y entregara la unidad a los usurpadores, solicitud a la que el ministro accedió.
Hoy tanto el sitio del obispado de San Isidro en Villa Mascardi como la ex Escuela Militar de Montaña del Ejército no están bajo la soberanía argentina. En un caso sus propietarios y en el otro el Ejército argentino fueron obligados a abandonar sus territorios (en el caso del Ejército por expresa indicación del gobierno nacional).
El solo relato de ambas situaciones alcanza para dimensionar la gravedad de va adquiriendo la realidad argentina. Sin que mucha gente se entere, casi en silencio, un grupo armado con expectativas secesionistas, está avanzando en el sur quemado todo a su paso, destruyendo propiedad ajena, tirando abajo bosques que ya nadie reemplazará y que se están perdiendo para siempre. Mientras, el gobierno se encuentra preocupado por si ofendió o no a la comandante de El Calafate, a D’Élía, a Maduro, a Grabois y a Hebe de Bonafini por su voto en las Naciones Unidas respecto de la situación de los Derechos Humanos en Venezuela.
Esta gente se está llevando puesta la República ante la pasividad de gran parte de la sociedad y de las instituciones que deberían intervenir para salvarla. Remontar esto será muy difícil, con los valores erosionados, la autoestima demolida, el territorio desmembrado, la estructura productiva destruida, la capacidad financiera del sector privado confiscada, las mentes jóvenes emigrando…
El poder destructivo del fascismo kirchnerista llegó recargado respecto de su última gestión. Allí dejaron inconcluso el plan de acabar con lo poco que quedaba de la Argentina de la gloria y la opulencia para convertir al país en una gigantesca villa miseria. Avanzaron mucho, no hay dudas. En especial en varias regiones. Pero la derrota a manos de Macri les truncó ese primer intento de replicar a nivel nacional la toldería santacruceña.
Ahora en el regreso han ajustado las clavijas de la malicia y los motores de los ’70 están funcionando a pleno, con la comandante a la cabeza de la venganza. Cristina Elisabet Fernández quiere ver a la Argentina productiva de rodillas a sus pies. Quiere ver como se deshace delante de ella. Goza con el solo hecho de pensar en un yermo pobre que dependa de su voluntad y de lo que se le cante a su traste.
Por eso embate con acciones que demuelen el espíritu argentino, por eso las permite y da órdenes para que sus acólitos avancen en la tarea. Hoy es Perdía y los grupos terroristas del sur. Mañana serán otras herramientas. Su designio es la dominación. Aspira a ella me animaría a decir más que a la impunidad, porque está convencida que una cosa trae por añadidura a la otra.
Los hechos del sur que mantienen al presidente, al jefe del Ejército y hasta el mismísimo Papa de quien dependen en última instancia las instalaciones del obispado de san Isidro en Mascardi, en silencio son la prueba palmaria de que aquí debe escucharse una sola voz.