Al igual que muchos referentes de la política, Cristina Kirchner naturaliza la corrupción. Entiende que muchas veces es la única manera de financiar la política, la cual necesita millones y millones de pesos para movilizar voluntades.
De cara a la sociedad, la vicepresidenta jamás dirá algo semejante, pero en ámbitos cerrados, donde se encuentra cara a cara con aquellos pocos con los que ostenta total confianza, lo plantea de manera directa y sin mayores vueltas.
No es la única que lo hace. Antes, transitó el mismo camino su marido, Néstor Kirchner, quien llegó a admitir públicamente que, a la hora de hacer política, se necesita dinero contante y sonante.
Por caso, ¿cómo hacer para sostener una ostentosa campaña político-partidaria, donde hay que pagar voluntades de miles y miles de militantes, cuyo voluntarismo siempre es rentado?
Ello explica muchas veces que se paguen sobreprecios en puntuales contrataciones y se eviten las siempre incómodas licitaciones públicas.
Hay, desde ya, intenciones de enriquecerse de puntuales referentes, pero también la necesidad de financiar los costos de campañas que cuestan miles de millones de pesos.
Es cuando aparecen empresarios que actúan cual entidades financieras: prestan hoy para cobrar mañana a través de jugosos contratos con el Estado. Siempre con el pertinente interés.
Es algo totalmente naturalizado. Que le cabe también a otros partidos políticos. Porque todos cuentan con el mismo inconveniente: las campañas son muy onerosas y los fondos escasean.
Ello explica que hayan empezado a aparecer financistas relacionados con el narcotráfico. Es gente que cuenta con gran liquidez de dinero, cuya acceso es casi inmediato.
En tal caso, el precio es bien caro: los narcos no son filántropos ni mucho menos. Aportan a cambio de impunidad para llevar adelante sus negocios.
El problema es que ese negocio está relacionado con la muerte y el crimen organizado. Como pudo verse en 2007, en la campaña de Cristina y Cobos, donde algunos de los aportantes fueron traficantes de drogas que terminaron provocando un tendal de muertos y heridos a su paso. Fueron los días en los cuales Argentina se pareció demasiado a México.
Rosario es otro ejemplo de cómo los estrechos vínculos entre la política y los narcotraficantes pueden arruinarlo todo. Allí, las muertes se cuentan por docenas cada mes y los sicarios son parte del paisaje que regala la Ciudad. Acaso una de las más importantes del país.
Por eso, al naturalizar la corrupción, la clase política se mete en un camino peligroso, que se sabe cómo empieza pero no cómo termina. Y se llega a lugares inquietantes, de los cuales es complicado salir.
“La política y el narcotráfico están relacionados en la Argentina, no hay dudas”, me dijo hace unos años Claudio Izaguirre, presidente de la Asociación Antidrogas de la República Argentina.
Y puntualizó: “Con Aníbal Fernández a la cabeza, Argentina durante los primeros 12 años K instaló 6 carteles que se dedicaron a exportar cocaína a Europa (…) El kirchnerismo convirtió a Argentina en una narcorepública”.
¿Qué más puede agregarse ante una descripción tan cruda y directa? Sin comentarios.
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