Los tipos son de amianto. No se mosquean ni siquiera cuando los agarran in fraganti. Se creen superiores a todos los demás. Impunes e inmunes.
Pero se rasgan las vestiduras cuando alguien dice alguna frase incorrecta. Y salen con los tapones de punta, a coro, a decir qué es lo que es está bien y lo que está mal. Y ellos estarían siendo todo lo que está bien. Y los que no piensan como ellos, son la encarnación de lo que está mal.
Valga lo ocurrido con Luana Volnovich y su novio como postal de esa hipocresía. Que no conoce de límites. Porque nadie renunció finalmente. Ni siquiera fue pasible de alguna sanción o apercibimiento. Como si aquel viaje al Caribe no mereciera algún tipo de reprimenda.
Siquiera alguno pidió disculpas. Acaso porque creen —más bien están seguros de— que no hicieron nada malo.
Y después estos tipos se ponen en púlpitos bien elevados, con sus dedos índice señalando a mansalva, hablando de lo que está bien o está mal. Es parte de una Biblia que solo sirve para los demás, jamás para ellos mismos. Por aquello de que son de amianto.
Alberto Fernández lo demostró un millón de veces con sus reprimendas, pronunciadas en medio del peor momento del Covid, mientras él mismo hacía fiestas con sus “amigas”.
Cristina Kirchner tampoco escapa a la cuestión, llenándose la boca con frases a favor de los más desposeídos mientras cobra dos jubilaciones de privilegio. Con retroactivo y todo. Sin mencionar que vive en el lugar más ostentoso de la Capital Federal, al igual que Alberto. Una en Recoleta, el otro en Puerto Madero. Merced al choreo y los testaferros de siempre.
Esos tipos son los que se ofenden con la frase de la ministra Soledad Acuña sobre la deserción escolar, y los pibes en las villas, y las drogas, y todo eso. Que capaz la funcionaria podría haber dicho de otra manera, desde ya, pero aquel no es el problema. Sino los tipos que obraron el milagro de que los pibes abandonen sus estudios.
Y de pronto todos estamos discutiendo acerca de eso que dijo Acuña —que, se insiste, seguro estuvo mal dicho— y no de aquello que lo provocó.
Y aparecen estos tipos con el pecho desgarrado, y los comunicados de los mismos que hicieron todo el desastre, y repudios del INADI, comandado por la mujer que negreaba a su propia empleada doméstica. Y al final todo está bien, y nada está bien.
Porque mañana todo volverá a la normalidad. Y esos pibes que abandonaron la escuela no volverán por arte de magia. Ni nadie los va a ir a buscar. Ni siquiera esos tipos que largan comunicados como chorizos.
Y seguro los periodistas hablaremos de alguna otra frase desacertada “escupida” por algún otro referente de la política, opositor u oficialista. Porque, hay que decirlo, en la oposición tampoco abundan las “luminarias”.
Pero lo absurdo no es todo esto que uno acaba de relatar, sino el hecho de que después todos estén preguntándose por qué la Argentina está siempre a la deriva.
Si usted es de aquellos que busca una respuesta, vuelva a leer toda esta insufrible columna.
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