Finalmente sucedió lo que se esperaba, aquello que subyacía de manera subterránea y solo necesitaba oficializarse: la ruptura del Frente de Todos en mil pedazos.
No es algo sorpresivo ni inesperado, se suponía que ocurriría desde el “día uno”. Básicamente porque Alberto Fernández y Cristina Kirchner son el agua y el aceite. No hay manera de mezclarlos.
Quien escribe estas líneas lo arriesgó el mismo momento en que el hoy jefe de Estado fue coronado como candidato, merced a un tuit de la vicepresidenta de la Nación. “¿Cuánto durará esta alianza forzada e improvisada?” Esa era la pregunta del millón de aquellos idus. Que se respondió hace apenas unas horas.
No obstante, aparece otro interrogante en el horizonte: ¿Renunciará Cristina a su cargo en medio de su enojo incontenible contra Alberto? ¿Hará lo mismo que hizo en su momento Carlos “Chacho” Álvarez? Es imposible saberlo, aunque no es descabellado.
Hay que recordar que en septiembre pasado, Cristina le enrostró a Alberto lo mismo que Álvarez le espetó a Fernando De la Rúa dos décadas antes. “Sólo le pido al Presidente que honre la voluntad del pueblo argentino”, le dijo la otrora mandataria en una carta abierta.
Álvarez sostuvo en 2000 algo similar: “Pedí gestos políticos contundentes, que den cuenta de lo que piensa, siente y demanda la mayoría de la gente”.
Lo que vino después es historia conocida: una crisis en espiral que culminó en la renuncia de De la Rúa. Fogoneada en parte por el peronismo y un sector del radicalismo, pero que solo pudo cobrar fuerza gracias a la defección de Álvarez.
¿Será Cristina capaz de avanzar en ese mismo sendero, sabiendo lo que implica? ¿Se animará a ser el escorpión de la fábula, ahogándose junto a la “rana” Alberto?
Si la historia vuelve a repetirse, será como sostuvo Karl Marx: apenas una “farsa”, jamás una “tragedia”.
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