Luego de millones de idas y vueltas, finalmente Sergio Massa anunciará en los días sucesivos quién será su “segundo” en el Ministerio de Economía. El nombre no es ningún secreto, se trata de Gabriel Rubinstein, el mismo que fue bendecido y luego descartado por el propio kirchnerismo. Tras descubrirse que era un antikirchnerista furioso.
Puntualmente, la que lo hizo a un lado fue la propia Cristina, tras la revelación de un tuit que había publicado el propio Rubinstein en sus redes sociales, donde se la veía a ella con una pala. Acompañaba la imagen una sugestiva frase: “Consultando el saldo”. Dando a entender que la vicepresidenta tenía su dinero enterrado. La verdad siempre duele.
Como sea, luego de interminables deliberaciones y mensajes cruzados, Cristina entendió que debía dejar de lado el orgullo y permitir que el rebelde economista acompañara a Massa en su aventura imposible de brindar tranquilidad a los mercados y, sobre todo, al FMI.
No es nada casual que el discurso de Rubinsein se parezca tanto a las proclamas de aquel organismo, que propugna una baja del gasto público y una drástica disminución de la emisión monetaria, entre otras medidas.
El anuncio de su designación se hará el martes próximo, a lo sumo el miércoles, pero el nombre está confirmado. El propio Massa se lo dijo a sus colaboradores más cercanos en las últimas horas
Será una buena señal política, que efectivamente calmará las inquietas aguas de la economía vernácula. Pero solo por un rato. Porque los cambios que hacen falta, la reestructuración de fondo, jamás podrá ser llevada a cabo por el presunto ministro de Economía.
Colisiona esa posibilidad con las apetencias electorales de Cristina. Que sabe que cualquier ajuste se traduce en pérdida de votos. Sobre todo los tres que exige el Fondo: la reducción gradual de entrega de planes sociales, la “baja” de las jubilaciones y la quita de subsidios a las tarifas de la energía, que redundará en un incremento inevitable de los montos de las facturas domiciliarias.
¿Cómo contener los pocos votos que perduran ante semejante panorama, que se retroalimenta a su vez con una inflación galopante, que destroza los ya magros ingresos de los ciudadanos? La bronca estallará, no hay manera de que no ocurra. “Hay que llegar a diciembre”, sostienen desde el kirchnerismo.
Una frase ciertamente inquietante, porque ello plantea dos certeros interrogantes: primero, ¿qué se teme que ocurra durante ese mes? Segundo, luego de que pase diciembre, ¿qué ocurrirá?
Son preguntas que a Massa no le preocupan, básicamente porque se encuentra enfrascado en el armado de su propia campaña presidencial de cara a 2023.
Lo que no entiende el líder del Frente Renovador es que cualquier eventualidad que suceda en los próximos meses impactará de lleno en sus pretensiones personales.
Habrá una complicación para él durante la semana que comienza, pero no en el plano político, sino judicial. Luego del feriado del lunes, un mediático abogado ha decidido denunciarlo por enriquecimiento ilícito -y otros delitos-, luego de que trascendiera la compra de una imponente estancia en San Andrés de Giles por parte de su presunto testaferro, Daniel Guerra, fabricante de envases de plástico que repentinamente logró recaudar 8 millones de dólares para avanzar en tal adquisición. Lo reveló este periodista el pasado 1 de agosto.
No es todo: Guerra, dueño de Warplast SRL, también compró un departamento en la granada zona de Bal Harbour, en Miami, el lugar favorito de Massa.
Son datos que incomodan al kirchnerismo, mucho más que los tuits de Rubinstein. Sobre todo porque el crecimiento patrimonial del prestanombre del supuesto ministro de Economía coincide con el desmanejo de fondos de Agua y Saneamientos Argentinos (Aysa), que comanda Malena Galmarini, su esposa.
Durante 2021, por caso, aquella empresa estatal fue asistida por el Tesoro en 1.389 millones de dólares. Lo curioso es que el déficit era de U$S 723 millones. O sea, le dieron 666 millones de más. Que nadie sabe adónde fueron a parar. O sí.
Quien aprovechó para reflotar viejas sospechas sobre Massa fue Elisa Carrió. Principalmente sus vínculos con el narcotráfico y los fiscales que protegen ese negocio. De paso, lo metió a Cristian Ritondo en el mismo lodo. Sobre la base del escándalo que en San Isidro complicó al fiscal Claudio Scapolan junto a varios policías bonaerenses. Es información imposible de desmentir.
Digresiones aparte, poco a poco el fenómeno del narco va “fundiéndose” con la política partidaria en la Argentina, transformándose en una amalgama inseparable. Como sucedió en su momento en Colombia y como ocurre ahora mismo en México.
Massa es solo un exponente de tantos que reciben dinero del comercio de narcóticos. Ello explica la negativa del papa Francisco de recibirlo en el Vaticano. A pesar de sus infructuosos intentos. Es su límite. Por el mismo motivo, el sumo pontífice detesta tanto a Aníbal Fernández.
Este último es otro de los históricos apuntados por Carrió, quien dicho sea de paso fue una de las primeras en relacionarlo con el mundillo cruel del tráfico de drogas.
Hablando de Lilita, sus señalamientos contra Massa se perdieron en medio de otros tantos misilazos que supo endilgar a referentes de Juntos por el Cambio. Justo después de reunirse con Mauricio Macri, sobre quien suspicazmente no dijo nada de nada. Ni una crítica.
Ello provocó un fuerte malestar en las filas de la principal oposición nacional, que sospecha que el ex presidente fue quien le “metió fichas” a Carrió, a efectos de ir despejando el camino de 2023, siempre plagado de competidores incómodos.
Gerardo Morales está seguro de que fue Macri el que impulsó la avanzada de Lilita, y se lo ha dicho a todo aquel con el que ha conversado en los últimos días. Alimenta sus sospechas el silencio del propio ex presidente al respecto.
No obstante, lo relevante de lo sucedido pasa por otro lugar: salvo Rogelio Frigerio, ninguno de los otros acusados ha intentado refutar los dichos de Carrió. Apenas sí han sugerido que sus críticas debían haberse hecho dentro del espacio partidario, sin sacar “los pies del plato”. A confesión de parte, relevo de pruebas, suelen decir los abogados.
Hablando de dichos célebres, para entender lo que hizo Lilita hay que utilizar otra máxima, que suelen usar los periodistas: ¿A quién beneficia y a quién perjudica con sus acusaciones?
Entretanto Juntos por el Cambio se deshoja, Cristina festeja, porque ya no se habla sobre los desaguisados de su gobierno, del cual intenta despegarse infructuosamente. Ello le permite “tomar aire” ante el duro revés que la Justicia le viene propinando. Principalmente en el expediente de “Vialidad”.
Este viernes, por caso, el Tribunal Federal Oral 2 desistió de darle la razón ante su intento de recusar a los jueces Rodrigo Giménez Uriburu y Jorge Luciano Gorini, junto a los fiscales Diego Luciani y Sergio Mola.
Quien más la inquieta es Luciani, oportunamente nombrado en su cargo por pedido de ella. Con la bendición de la otrora procuradora K Alejandra Gils Carbó. Paradojas de la vida.
Sorprendió la ausencia de mensajes de apoyo a la vicepresidenta frente al revés judicial de marras, que la obliga a recurrir a la Corte Suprema de Justicia. Cuerpo que tampoco le regalará buenas noticias.
Ni Alberto Fernández, ni Martín Soria, ni siquiera referentes de La Cámpora se solidarizaron con ella. Señales de un ciclo que empieza a agotarse.
Massa tampoco quiso opinar, al menos no en público. Si lo hizo en privado, se sabrá en el futuro, ante alguna nueva filtración de Wikileaks.
Como en 2009, cuando era jefe de Gabinete de Néstor Kirchner y lo calificaba a sus espaldas de “psicópata”, ante la mismísima embajadora de EEUU en la Argentina. Ello quedó de manifiesto en los cables filtrados en el año 2011.
Cristina recuerda muy bien aquel “incidente”, al igual que las feroces críticas del hoy ministro de Economía del año 2013, cuando prometió meter presos a los miembros de La Cámpora, agrupación donde abreva su propio vástago.
Aún así, la vicepresidenta debe “tragarse el sapo” de tolerarlo, ante el riesgo de que estalle todo por los aires, por la ineficacia manifiesta de Alberto Fernández.
Massa tampoco confía en ella, pero deben convivir de todos modos. Como aquellos matrimonios separados que siguen compartiendo el mismo techo. Una convivencia forzada. Que promete no durar demasiado.
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