El curro de El Azufre es todo un culebrón que tiene a propios y ajenos en un permanente estado de nerviosismo. Refiere a aquellas tierras de Malargüe que el gobierno de Mendoza le “regaló” a un grupo de empresarios de baja estofa, que juran impulsar inversiones de millones de dólares pero que, cuando se los da vuelta, no se les cae una sola moneda.
El lugar es estratégico, no solo porque está ubicado en plena zona de glaciares —en una provincia donde el agua no abunda— sino que además es uno de los pocos terruños donde la nieve aún resiste el cambio climático.
Por eso, la concesión que les endilgó Rodolfo Suarez a estos tipos de El Azufre es invaluable. Pero también es sospechosa, sobre todo cuando se tiene en cuenta que se hizo “entre gallos y medianoche”, sin siquiera haber avanzado en el pertinente estudio de impacto ambiental.
Lo antedicho viene a cuento de una situación personal, que ha avanzado a un punto que empieza a romper las pelotas de quien escribe estas líneas. Y si bien las cuestiones personales jamás deben influir en el raciocinio del periodista, uno hará la pertinente excepción.
Mendoza Today, único diario independiente de la provincia, se ha animado a indagar en la putrefacta cuestión de El Azufre hasta el fondo, sin importar a quién beneficie o perjudique. Y ello ha provocado las usuales incomodidades en el seno del poder, que ha llevado a referentes del peronismo y el radicalismo a intentar presionar para que este medio no avance más en aquel sentido.
Ello no sorprende a este cronista, porque la política es así, salvo en contados casos, siempre excepcionales. Lo que sí lo asombra es el hecho de que se han prendido a ese lobby puntuales colegas, mendocinos y porteños, que desde hace meses vienen “invitando” a quien escribe estas líneas a juntarse con Alejandro Spinello, uno de los socios de El Azufre. Se trata de todo un personaje, que cuenta con oscuros antecedentes que los medios de Mendoza saben esconder con increíble eficacia.
Y es curioso lo que ocurre, porque en lugar de intentar hacer que uno se junte con un tipo de aquella calaña, los colegas deberían estar investigando y publicando lo que ocurre con El Azufre, y la concesión que les dio el gobierno mendocino, y todo lo que no cierra, y todo lo que ello implica.
Pero no, están emperrados en que uno se reúna con el mencionado Spinello. ¿Para qué uno se juntaría con alguien así? ¿Acaso negará lo publicado, que es irrefutable? ¿O intentará comprar la voluntad de este periodista, como seguramente hizo con todos aquellos que ahora mismo intentan el meeting de marras?
Una digresión relevante: cambio mi relato a la primera persona, y me disculpo por ello porque es incorrecto, y esta columna ya es incorrecta, pero ello me ayudará a decir aquello que debo decir.
Amén del desprecio que me genera la situación descripta, porque es lo más antiperiodístico que pueda haber, hay una proclama que quiero hacerles a todos los colegas que desde hace meses no dejan de escribirme o llamarme para juntarme con Spinello: no me llamen más. En serio, no lo hagan. Me molesta sobremanera que insistan en intentar avanzar en algo que jamás ocurrirá.
No es la primera vez que me pasa algo así, lo admito, ni será la última. Pero las convicciones siempre estarán primero. Porque si uno hubiera accedido a pedidos similares en el pasado, jamás Amado Boudou hubiera ido preso, o no se hubiera esclarecido la muerte de Lourdes Di Natale, ni se hubieran revelado los lazos narcos de Aníbal Fernández. O tantas otras cosas que uno publicó allá lejos y hace tiempo.
Volviendo al curro mendocino, nada es casual: esta semana Mendoza Today reveló que la Agencia de Administración de Bienes del Estado (AABE) había demandado a El Azufre en la Justicia aduciendo que la empresa está montada ilegalmente en tierras estatales y pidió el desalojo del complejo.
Este fue el único diario que se animó a dar a conocer esa noticia, que es solo eso: una noticia más, del montón. El inicio de una causa judicial contra una empresa privada. No hay investigación profusa ni mucho menos.
Pero así es el periodismo en Mendoza, donde solo se publican pelotudeces que intentan no molestar a los poderosos de turno y, de paso, idiotizan a los lectores, o televidentes u oyentes. Todo por plata, obviamente.
Es grave, no solo porque no solo no cumplen con su función, que es la de informar, sino que además terminan siendo cómplices de los choreos de los políticos, ya sean radicales, peronistas o de los otros.
Pero periodismo es otra cosa. Es aquello que dijo Horacio Verbitsky a mediados de los años 90, años antes de corromperse y volverse un vulgar operador K: “Periodismo es difundir aquello que alguien no quiere que se sepa; el resto es propaganda. Su función es poner a la vista lo que está oculto, dar testimonio y, por lo tanto, molestar”.
Más claro, echarle agua. Ese recurso vital del que tanto carece Mendoza.