Hace ocho años la sociedad se vio conmocionada por la muerte de Alberto Nisman, fiscal especial del caso AMIA.
Días antes había presentado una fuerte denuncia contra Cristina Kirchner y algunos de sus funcionarios más cercanos por “traición a la patria”. Ello en el marco del Memorándum de Entendimiento con Irán, refrendado por la entonces presidenta con ese país.
Nisman juró públicamente que contaba con pruebas concluyentes que demostraban que el kirchnerismo negociaba la inocencia de los iraníes vinculados al atentado a la mutual judía. Más aún: aseguró que las evidencias que tenía en su haber llevarían a Cristina tras las rejas.
Todo ello cayó en saco roto cuando se conocieron los detalles de su presentación. Justamente, si carecía de algo era de pruebas concluyentes.
Tal es así, que diario La Nación hizo analizar el escrito de Nisman por prestigiosos juristas y todos concluyeron en lo mismo: el fiscal jamás iba a poder probar el delito que intentaba imputarle a CFK.
De hecho, una de las pocas cuestiones que no se le pueden reprochar a la otrora presidenta es todo aquello que se vincula al atentado a la AMIA. Fue la persona que más incansablemente trabajó para intentar llegar a la verdad.
Todo lo demás lo hizo mal, no hay duda de ello. Se le pueden achacar todos los hechos de corrupción que se quieran, incluso la evaporación de los millonarios fondos de Santa Cruz, pero en este tópico puntual hizo una gran labor.
El problema con el memorándum es otro: si se hubiera logrado avanzar en ese sentido, se hubiera demostrado que Irán no tuvo nada que ver con el atentado a la AMIA.
Lo dice aquel que escribió un libro sobre ese hecho en el año 2007 y que insiste en desafiar a cualquiera a mostrar una sola evidencia al respecto.
Porque, hay que ser honestos, el latiguillo de la culpabilidad iraní todos lo repiten como un mantra solo porque puntuales grupos de poder lo refieren una y otra vez. Obviamente de manera interesada.
Invito a los lectores a leer todo el expediente AMIA y encontrar una sola prueba contra iraní alguno. No la encontrará.
Sí se encontrará con otras evidencias, que apuntan a otros países y negocios non sanctos, como el tráfico de armas y drogas. Pero eso no se puede decir.
Cuando se habla de Nisman, es inevitable mencionar el tema AMIA, porque su devenir está íntimamente relacionado con ese caso.
Y, aunque muchos ahora digan que hizo un gran trabajo, la verdad es que solo mantuvo “pisada” la causa judicial durante 10 años, tal cual le han echado en cara los propios familiares de las víctimas una y otra vez.
Luego, su muerte deberá ser investigada de manera independiente y honesta. Sin contaminaciones ni presiones de ningún tipo, como las que se dejan ver en los últimos tiempos.
Las operaciones están a la orden del día, y pueden verse en grandes medios, como Clarín, Infobae y otros. ¿Quién paga por ello? Sería bueno saberlo, porque la cantidad de mentiras que se han dicho no tienen parangón.
La presión es tal, que la propia Sandra Arroyo Salgado desistió de ser querellante en el expediente Nisman, harta de que la inciten a decir tanta fábula, que luego se contradice con los resultados que se van conociendo.
Hasta el día de hoy hay quienes insisten en decir que el fiscal no tenía restos de pólvora en sus manos. Y la foja 2446 del expediente jura lo contrario.
Lo mismo ocurre con el disparo que lo dejó sin vida. Se dijo que había sido detrás de su cabeza. Pero no: fue encima de la oreja. Lo prueban las fotos de su cadaver.
Hoy lo único cierto es que la muerte de Nisman le vino al pelo a ciertos grupos de poder para poder seguir dominando la escena geopolítica mundial cual partida de ajedrez.
Son los mismos que impusieron la culpabilidad de Irán en el tema AMIA y que ahora pergeñan algo similar: decir que a Nisman lo mató un comando iraní. Una locura total.
Entretanto, muchos seguirán repitiendo como loros los dogmas de fe. Que Irán voló la AMIA, que Lagomarsino es el asesino perfecto y que Nisman fue un excelente fiscal. Nada más lejos de la verdad.
© Tribuna de Periodistas, todos los derechos reservados