Esta semana se conocieron sendas noticias deportivas que ostentan una implicancia política que nadie jamás podría imaginar. Por un lado, se anunció que Agustín Canapino correrá en Indycar en Estados Unidos.
A su vez, se supo que Franco Colapinto, la promesa argentina para la Fórmula 1, firmó con Williams, una de las escuderías más poderosas, para afrontar el 2023 en Fórmula 3 y luego dar el salto a Fórmula 2 en 2024. Europa será su terruño.
En apariencia, nada del otro mundo. Sin embargo, detrás se esconde una trama de valijas con dólares, y retornos, y el pertinente enjuague de la política local.
De hecho, no es nada casual que los principales sponsors de ambos pilotos sean YPF, Santiago del Estero, provincia comandada por el siempre cuestionado Gerardo Zamora; y “Visit Argentina”, a cargo del voraz ministro Matías Lammens.
El nexo y promotor de la movida es el contador Hector Martínez Sosa, presunto testaferro de Alberto Fernández y otrora quebrado productor de seguros de Tierra del Fuego, cuya suerte mejoró tras arribar a Buenos Aires y ponerse en pareja con la secretaría del hoy presidente de la Nación, María Cantero.
El hombre, que es accionista de las empresas Flyers Concierge Latam SA y Safety Consultora de Higiene y Seguridad SA, supo hacer fortuna a través de una humilde productora de seguros cuando Alberto era vicepresidente del Grupo Bapro.
Hoy en día recibe a propios y ajenos en su domicilio de Primera Junta 2671, San Fernando. Allí posee dos ostentosas casas, una de las cuales está justo en el cruce con la esquina de Guido Spano, donde fueron anexados dos lotes vecinos de 600 M2 cada uno en los últimos 5 años.
En uno de estos últimos construyó una casa que es usada como gimnasio; a su vez, en la casa original, Martínez Sosa tiene una impresionante bodega subterránea, donde colecciona vinos carísimos.
Su ascenso es parte de una historia escabrosa, de corrupción de alto nivel, donde aparecen todo tipo de negocios non sanctos, que perduran hasta el día de hoy. Siempre a la vera del poder de turno.
El curro que aquí se relata es solo uno de ellos. Refiere al presunto sponsoreo de los pilotos mencionados, que esconde una trama de “retornos” en dólares que terminarán en bolsillos de puntuales funcionarios argentos. Desde Europa y EEUU.
“En el caso de Colapinto, el padre se debe estar gastando un palo verde por año en el nene. Para llegar lo más cerca de la F1 tiene que buscar a quien le ayude a ponerla y el salvoconducto es el Estado, a través de YPF. Pero todo el sponsoreo estatal tiene un retorno que se maneja desde afuera”, explicó una fuente que participó de las “tratativas” y terminó quedando afuera del jugoso negociado.
El mismo informante añadió: “En el caso de Canapino es diferente, porque Martinez Sosa lo mantiene desde chiquito. En su caso, el negocio empezó con un argentino que tiene un equipo Indy en USA. Los Legnani lo contactaron con (Gerardo) Zamora para que traiga esa carrera a la Argentina, y para traer esa carrera tenía que haber un piloto argentino y surgió lo de Canapino”.
Las palabras del hombre fueron confirmadas por otras fuentes de alta relevancia, una de las cuales agregó un dato no menor: “Canapino fue patrocinado toda la vida por la Superintendencia de Seguros de la Nación”.
Pocos saben que en ese organismo fue justamente donde, a mediados de los 90, comenzaron los primeros curros del hoy presidente Alberto Fernández, que aparecen detallados en un irrefutable libro titulado “Saqueo Asegurado”. Su autor es Roberto Guzman, quien documenta una trama de corrupción que complica, no solo al actual jefe de Estado sino también a algunos de sus adláteres, como el ex ministro Claudio Moroni.
Nada es casual: Aníbal Colapinto, padre del piloto Franco ídem, supo ser el dueño de Federal Seguros, firma que fue vaciada y le dejó toda la deuda a la Superintendencia de Seguros de la Nación, como se dijo entonces a cargo de Alberto Fernández.
Todo lo antedicho echa por tierra las pretensiones del primer mandatario, quien suele gritar a los cuatro vientos que carece de hechos de corrupción en su trayectoria pública. De hecho, aquel es su principal “slogan” de campaña en el camino a su pueril intento de ser reelecto como presidente de la Nación.
Ese deseo de mantenerse en el poder explica la embestida que libra en estas horas contra la Corte Suprema y la inquietante “validación” que ha dado a la información sustraída de manera ilegal al teléfono celular del ministro de Seguridad “en suspenso” Marcelo D’Alessandro.
Todo ello lo hace en pos de agradar a Cristina Kirchner, de quien espera una suerte de espaldarazo en el marco de la “sucesión” del Frente de Todos, tras la negativa de la vicepresidenta a participar en las próximas elecciones.
Por su parte, la ex presidenta persiste en su mutismo a la hora de apoyar a tal o cual candidato, básicamente porque ninguno la convence. Quien mejor “rankea” en su valoración personal es el camporista Eduardo “Wado” De Pedro, pero carece de chances de poder traccionar el voto peronista.
El mejor parado en las encuestas es el incombustible Sergio Massa, quien, aunque insiste en decir sotto voce que no le interesa competir, a sus íntimos les jura lo contrario. Cristina desconfía de él, desde que puntuales cables de Wikileaks revelaron que criticaba a Néstor Kirchner en plena sede de la embajada de EEUU, mientras despuntaba como jefe de Gabinete de la Nación. En los idus de 2009.
Ahora mismo, el hoy ministro de Economía obra de manera similar: aporta sus diputados para avanzar contra la Corte en el Congreso Nacional, pero en privado le dice a la oposición que no está de acuerdo con la avanzada K.
Como puede verse, se trata del Massa de siempre. El que sostuvo hace apenas unos años que barrería con los ñoquis de La Cámpora y terminó siendo servil del líder de esa agrupación, Máximo Kirchner.
No obstante, no deja de ser un hombre de suerte, que está salpicado por mil escándalos pero siempre termina zafando de todos ellos. Desde sus probados vínculos con el mundo narco, hasta los “regalos” ofrendados a sus amigos -principalmente Vila y Manzano-, pasando por su propio enriquecimiento ilícito. Del cual, dicho sea de paso, está a un paso de zafar.
Ciertamente, la Argentina no tiene destino con este tipo de personajes, aunque tampoco hay nadie en la vereda de enfrente que carezca de las respectivas máculas. Todos, en menor o mayor medida, están enchastrados.
La diferencia entre unos y otros es bien simple: unos roban con más “carpa”, los otros lo hacen sin disimulo.
Ya lo dijo Ricardo Darín en la célebre película 9 Reinas, con una analogía que no careció de polémica: “Todos somos putos, lo que faltan son financistas”.
© Tribuna de Periodistas, todos los derechos reservados