La golpiza que recibió Sergio Berni esta semana fue mucho más que una manifestación de catarsis por parte de un grupo de colectiveros molestos por el crimen de “uno de los suyos”. Fue una muestra de hartazgo social que no se veía desde fines de 2001, con el tristemente célebre “que se vayan todos”.
En esta oportunidad, promete ser una movida más persistente y agresiva que la de aquellos días, en los cuales gobernaba Fernando De La Rúa. La sociedad venía mostrando una paciencia pocas veces vista ante los problemas que la aquejan, principalmente la inflación, el desempleo y la inseguridad. Y terminó percibiendo que la clase política se mofaba de sus inquietudes. Ello explica el estallido de bronca.
No solo la política no da respuesta alguna, sino que encima se caga de risa en la cara de la gente. De un lado y del otro de la grieta.
Los que gobiernan no atinan a hacer nada para solucionar los problemas de los ciudadanos de a pie. Y la oposición solo parece eficaz en redes sociales, donde la chicana se ha vuelto parte de la nueva política. Ni los unos ni los otros terminan resolviendo nada de nada.
Ese es el caldo de cultivo que derivó en la golpiza contra Berni, que podría replicarse contra otros funcionarios y ex funcionarios en el corto/mediano plazo. A menos que la política actúe rápido y de manera eficiente. Con mensajes claros, de cara a la sociedad.
Sino ocurrirá lo inevitable: ante la ausencia del Estado, la sociedad tratará de resolver los problemas de la manera que mejor le sale, por motu proprio. Apelando a herramientas como la violencia física.
Hay que otear lo que ocurre en países como Bolivia, donde los ciudadanos son los que golpean y linchan a los delincuentes como consecuencia de la inacción de las fuerzas de seguridad y la Justicia.
Es una solución que nunca sirve, no solo porque no disminuye el delito en el largo plazo, sino porque en muchos casos terminan siendo agredidas -y asesinadas- personas inocentes, que carecen de la posibilidad de alegar a su favor ante la turba furibunda de los indignados de turno.
Como se dijo, la Argentina se encamina en ese mismo rumbo, ante un Estado que no atina a solucionar las necesidades básicas de sus habitantes. Con gobernantes que, uno tras otro, a su turno, van profundizando la decadencia del país y solo mejoran sus propios patrimonios.
Compiten para ver quién es más inútil, sin solución de continuidad. Por caso, ¿quién iba a imaginar que Alberto Fernández podría superar a Fernando De la Rúa en lo que a anomia y vacío de poder respecta?
El caso del actual presidente de la Nación es digno de un estudio sociológico. Se trata de un lumpen, que no genera el más mínimo respeto de nadie, ni propios ni ajenos. Cuyas órdenes nadie cumple, y que no logra siquiera convocar a una simple reunión de gabinete.
Hoy en día, el gobierno nacional es un barco que boya en medio de la nada, a la merced del viento. Cada Ministerio hace la suya, sin consultar a nadie. Porque no hay nadie a quien consultar. Todo es pura desorganización y anarquía.
“Estamos todos encima de una balsa en medio del mar, y no la mueve ni el viento”, definió a Tribuna de Periodistas un funcionario de segunda línea del gabinete de Alberto para graficar la situación.
Lo insólito es que el Estado cada vez es más voluminoso, pero menos eficiente. Cada mes ingresan cientos de nuevos empleados públicos a la planta estatal, pero ello no gravita en mejora alguna. Solo son contratados ñoquis, que sirven para generar más gasto y déficit fiscal en el marco de una economía ya quebrada por demás.
Tal situación va generando una olla a presión que siempre termina de explotar por el lugar menos esperado. En este caso, fue la golpiza a Berni, que desnudó otras incomodidades de la política.
Baste observar quiénes se solidarizaron con el ministro de Seguridad bonaerense, quiénes lo ignoraron y quiénes lo criticaron. Entre los que hicieron silencio se dejó ver a Axel Kicillof. A su vez, entre quienes lo denostaron aparece la figura de Cristina Kirchner.
Ello tiene una explicación: en conversaciones que interceptó la AFI de manera ilegal, Berni muestra ínfulas de ser el próximo gobernador de la provincia de Buenos Aires y lanza gruesos dardos contra Kicillof. Ese hallazgo enfureció a la vicepresidenta, que trabaja para que este último sea reelecto como mandatario bonaerense.
En ese escenario, la irrupción del hoy ministro de Seguridad podría restarle votos al candidato de Cristina. Sería la remake de lo sucedido en 2015, cuando Florencio Randazzo le quitó votos al peronismo y terminó beneficiando a María Eugenia Vidal.
El terruño bonaerense, hoy en día, se ha convertido en el más importante en los planes de la vicepresidenta. Ninguna novedad: Cristina piensa en el repliegue del kirchnerismo en la provincia de Buenos Aires. Donde competiría para ser senadora bonaerense.
Antes deberá resolver varias cuestiones. No solo referidas a la interna política, sino también a la ostensible inseguridad que se vive en el conurbano bonaerense. Principalmente en su principal distrito, La Matanza.
Nadie pareciera en estas horas interesado en resolver lo que allí ocurre, ni siquiera el intendente Fernando Espinoza, que se pasó una semana entera “de joda” en el hotel Esplendor by Wyndham, de Maipú, provincia de Mendoza. Lo reveló quien escribe estas líneas en su cuenta de Twitter y generó enorme repercusión.
Sea como fuere, está claro que esa desconexión entre la política y los problemas de la gente es lo que terminará haciendo implosionar al kirchnerismo.
Y será todo un mensaje para la oposición, que deberá tomar en serio los problemas ciudadanos en caso de vencer en las elecciones de este año.
No habrá lugar para los errores, ni siquiera mínimos. El horno ya no está para bollos.
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