Jugar a hacerse el bolche revolucionario cuando sabes que no te jugas nada, es fácil. Cuando tenés tu vida resuelta y sos millonario, andar haciendo disparates por la vida te puede sonar divertido.
Arriesgar el patrimonio de los que menos tienen, que son, justamente, de los que te vales para llegar al poder te puede importar un bledo porque no es tu culo el que va a sangrar.
Pero cuando los disparates cometidos para arremeter con tus ideas inviables comprenden también la comisión de burradas imperdonables que hacen a una mala praxis que no tendría ni un amateur, la cosa comienza a cambiar de color.
Seguramente cuando el dúo de ignorantes, Kicillof-Cristina Fernández de Kirchner, la emprendió con enjundia trotskista contra la participación extranjera en YPF creyeron que esa puesta en escena de comunismo revolucionario barato encandilaría los ojos resentidos de unos cuantos argentinos que aún creen que pueden vivir de la mano del encierro, propio de un nacionalismo tan rancio como inepto.
Y en ese punto es probable que tuvieran razón. Después de todo, el país no está como está de casualidad o porque un caprichoso y maligno meteorito le cayó del espacio sin que nadie lo esperara: la Argentina está como está porque, lamentablemente, existen, efectivamente, argentinos que viven en ese estado de idiotez mental, propio de los ignorantes, envidiosos y resentidos según el cual hay que ir a “arrancarle la propiedad a la burguesía” tal como lo pregonara el hijo de puta, niño bien de Karl Marx, que también se daba el lujo de hablar al pedo porque jamás en su vida trabajó ni distinguió un tornillo de una pipa.
En ese afán delictivo de robarle a los demás lo que es suyo, estos idiotas creen que la fuerza es un atributo que se impone sobre la ley y sobre cómo deben hacerse las cosas de acuerdo al Derecho. Suponen que el torbellino “del pueblo” puede llevarse puesto lo que quiera, porque, después de todo, no hay nada por encima de esa fuerza bruta.
Además, el ejercicio pornográfico de la fuerza bruta, excita a los cabezas de termo y esa excitación, a su vez, es algo que los excita a los trotskistas de escritorio.
Seguramente este es el escenario que habrán tenido en mente los burros Kicillof y Kirchner para ir a “arrancarle” a Repsol la propiedad del 51% de las acciones de YPF en 2012.
El grito de patota trotskista lo dio la entonces presidente el 16 de abril de aquel año. Menos de un mes más tarde, el 7 de mayo, se aprobó la estatización con la mayoría automática de la escribanía legislativa. Era el momento del orgasmo marxista.
Pero el orgasmo dura apenas unos segundos. Pasado ese éxtasis, se pusieron en marcha mecanismos más lentos pero -para las cuentas finales- muchísimo más inexorables que la fuerza bruta.
En marzo pasado el tribunal competente para actuar (según los propios estatutos de la empresa) condenó a la Argentina a pagar indemnizaciones de entre 3500 y 17000 millones de dólares.
El tribunal, basándose no en otra cosa que en los propios estatutos de la compañía, dictaminó que el entonces gobierno de Cristina Kirchner tendría que haber lanzado una oferta pública de adquisición (APO, por sus siglas en inglés) porque cuando, como en ese caso, cambia de manos el control mayoritario de la empresa, los accionistas minoritarios tienen el derecho de vender sus acciones al mismo precio. Eso es lo que dice la propia ley interna de YPF que se presentó como tal ante la Comisión de Valores de los EEUU cuando la empresa comenzó a cotizar en la NYSE. El gobierno argentino no respetó esa cláusula, seguramente envuelto en la creencia de que la vorágine popular puede pasarse por las bolas lo que dice la ley.
El punto es que, lamentablemente, la cuestión es efectivamente así en la Argentina en donde el aluvión del matonismo es más poderoso que el Derecho. Pero resulta que en el mundo civilizado no rigen los principios del aluvión del matonismo sino el Derecho, y ahora los bolsillos de los argentinos (incluidos los de aquellos resentidos cabezas de termo que creyeron que realmente se podía ir a “arrancarle la propiedad” a sus dueños sin consecuencias) tendrán que pagar una fortuna por las decisiones que tomaron dos burros que habrán tenido un orgasmo aquel 16 de abril, pero que ahora nos dejaron en la miseria a todos, mientras ellos, por supuesto siguen alegres por la vida, diciendo incluso las mismas pelotudeces que le provocaron el orgasmo más caro del mundo (probablemente incluso mayor que los que costaron los del General con Isabelita, que hace 50 años que vive como una reina en Madrid, sin laburar por supuesto, y cobrando de los argentinos 23000 euros por mes).
Kicillof, probablemente uno de los burros más insignes de la república, que quién sabe dónde abrevó tanta estupidez, había dicho “no les vamos a pagar lo que ellos dicen sino el costo real de la empresa. Los tarados son los que piensan que el Estado tiene que ser estúpido y comprar todo según el estatuto de YPF.” El tema es que el Estado no es estúpido por manejarse de acuerdo al Derecho: el estúpido es el que cree que el Estado puede manejarse de otra forma, simplemente porque circunstancialmente esté avalado por una horda de ignorantes.
El rango de dinero involucrado en este chiste (al que la soberbia comunista condenó a la Argentina) varía porque las fechas entre el grito revolucionario de la horda (el 16 de abril) y la consumación del orgasmo (el 7 de mayo) tuvieron un impacto en el precio de las acciones que es el valor de referencia que hay que tomar para indemnizar a los fondos que compraron los derechos de los accionistas minoritarios.
En efecto, la acción de YPF valía U$S 22 cuando, para excitar a sus cabezas de termo, Kirchner lanza el grito expropiatorio. Entre ese día (16 de abril) y el día del orgasmo (7/5) el precio de la acción -como era lógico- se desplomó a menos de U$S16.
Como el grito trotskista fue acompañado por vías de hecho (es decir ejercicio de la fuerza bruta real) que sacó de los fundillos del culo a todos los funcionarios de la empresa y los reemplazó por una intervención en manos de Kicillof y De Vido, los demandantes dicen que la fecha que debe tomarse en cuenta para establecer el valor de las acciones (en base a lo cual luego, lógicamente, se establece el monto indemnizatorio) es la del grito revolucionario del 16 de abril, porque es ese hecho lo que derrumba la cotización con daño a la propiedad de los accionistas minoritarios y el que sacó a los legítimos dueños de sus puestos de decisión de manera ilegal.
Para ellos la fecha en que se consuma el orgasmo no es la que causa el daño a la propiedad: la fecha es aquella en donde el aluvión del matonismo creyó que era más fuerte que la ley y que podía quedarse con lo ajeno sin consecuencias, copando físicamente las instalaciones de la empresa.
Lo cierto es que sean cerca de 4 o 5 mil millones de dólares o de 17 mil millones, el gran chiste de hacerse el comunista malo será pagado por los bolsillos argentinos, incluso por el bolsillo de los idiotas útiles que aplaudieron (pero, bueno, al menos esa porción proporcional, esos burros, se la tienen merecida). El tema es que, mientras tanto, los que se hacen los demagogos excitando masas de zombies siguen alegres por la vida como si nada pasara, algunos, como Kicillof al frente de la provincia más importante del país, y otros como Cristina Kirchner dando clases magistrales de burradas como si las que ya cometió en la práctica no fueran suficientes.
¿Cuándo la Argentina honrará aquella fórmula del juramento de los funcionarios y los demandará? ¿Es acaso posible que esta manga de impresentables tenga todos los días en sus manos un cheque en blanco con el que pueden mandar a la ruina a generaciones de argentinos sin sufrir ninguna consecuencia personal?