La encrucijada de Bullrich es realmente acuciante de cara a la elección general del 22 de octubre.
Hasta las PASO y hacia la discusión interna en JxC, el discurso de Patricia era claro y concreto: la del cambio copernicano era ella; Larreta era un operador más “prolijo” de lo que la Argentina ya conocía. No iba a haber con él un terremoto de proporciones en la estructura socioeconómica del país. Con ella, si.
En las PASO de JxC ganó la vocación por el sacudón: Patricia Bullrich y su discurso de cambio completo se impuso ostensiblemente sobre el mensaje fofo (que auguraba más gradualismo) de Larreta.
El tema es que el mensaje de una franja importante de la sociedad en esas mismas elecciones consistió en un fortísimo reclamo por una variación completa de lo que la Argentina ha probado hasta ahora en materia económica y social, por lo menos desde que el peronismo consiguió el poder a mediados del siglo XX.
Frente a esa verdadera tormenta, Bullrich ha quedado como a mitad de camino: la que proponía en la lucha interna de su partido un cambio de paradigmas desvergonzado se encuentra frente a otro que propone algo aún más profundo que lo de ella.
Bullrich podría decir ahora hacia el interior de JXC: “Vieron cómo yo tenía razón!!! Fíjense el tremendo daño que nos han infligido aquellos que quisieron seguir apostando una ficha a la ‘moderación’”.
La cuestión es que, ahora, frente al rugido de Milei, es ella la que va a tener que convencer al electorado de que un cambio “al estilo de Milei” debe hacerse, también, de modo ordenado, moderado e institucional y no a los sablazos.
(Aclaro aquí que al decir “cambio al estilo de Milei” me refiero a muchas de las reivindicaciones libertarias que hace el líder de la LLA, no solo en materia económica sino, en general, a una cosmovisión general de la vida que saque al Estado del centro de la escena nacional para pasar a poner ese motor, no en la burocracia corrupta, sino en el individuo emprendedor, trabajador y honesto. En ese “estilo” no incluyo sus histriónicas posturas de campaña que, sin embargo, tan útiles le han sido al hoy diputado para lograr que su mensaje filtre a vastas franjas de la sociedad, especialmente las que pasan más privaciones).
El punto es que el peronismo en general y el kirchnerismo en particular han acostumbrado a la sociedad argentina a funcionar a los sablazos.
El cambio del orden liberal de la Constitución al orden fascista del peronismo en los años ‘40 fue un cambio hecho, efectivamente, a los sablazos.
Dadas esas costumbres, entonces, la sociedad parecería ir a un mix que combina, por un lado, el método de los sablazos y, por el otro, el fondo de la liberación liberal, valga, más que nunca, la redundancia.
La cuestión es que, en general, los cambios duraderos hacia la libertad han sido el producto de procesos evolutivos ordenados, lejos de los formatos revolucionarios que siempre han sido más compatibles con los sablazos autoritarios.
No en vano la doctrina es pacifica en reconocer la indudable superioridad práctica del proceso norteamericano sobre las convulsiones de la Revolución Francesa que, a fuerza de querer ir hacia la libertad a los sablazos, terminó engendrando un nuevo despotismo quizás peor aún que el que quería sepultar.
El problema consiste en que, estos razonamientos -que son bien útiles en una clase académica caracterizada por el silencio de la audiencia y el orden de los claustros-, son incompatibles con el ruido de la campaña y las emociones que rodean a una elección presidencial: explicarle a millones (que, si tuvieran la posibilidad, quemarían todo en serio) que hay que ir obviamente hacia a libertad pero que no se puede ser un incendiario, no es fácil.
Tampoco, para ser completamente sincero, se sabe si Javier Milei es, como muchos quieren pintarlo, un incendiario.
Repetimos que es cierto que ese personaje enojado y a los gritos ha sido útil para volverle a hacer ver a muchos (quizás a la mayoría, por primera vez) que el liberalismo es en realidad la idea que viene a favorecer a los oprimidos y que toda esa concepción siente un profundo asco por las ideas piramidales que aseguran los privilegios de la punta de la pirámide para unos pocos mientras que, en la base, millones de miserables “igualitarios” viven una vida cada vez más indigna.
Además, esa caracterización le significó a Milei una indudable ventaja en términos electorales, como lo probaron los resultados del 13 de agosto.
A todo este cataclismo se le suma el hecho de que hay mucha gente asustada, incluso entre los confesos partidarios de un cambio de 180 grados en los paradigmas que han gobernado a la Argentina durante los últimos 80 años.
Muchos de esos colectivos están completamente de acuerdo en que ya nada funciona y que, la solución, es paradójicamente sencilla: donde hasta ahora se hizo “blanco” hay que hacer “negro” y donde hasta ahora se hizo “negro” hay que hacer “blanco”.
El punto es que cuando llega el momento de hacerlo, tiemblan las patas y se comienza a pensar qué cosas del “Antiguo Régimen” podrían conservarse para que el tránsito no sea tan brusco.
También en muchos sectores hay una especie de “celos” por el hecho de que el cambio que ellos mismos quieren lo venga a hacer un tipo que no es “socio” del club: algo así como “queremos el cambio; es más, queremos un cambio bastante parecido al que reclama el tipo éste, pero queremos hacerlos nosotros; no queremos que lo haga él”.
A este colectivo se suben muchos pasajeros. No solo los políticos a los que Milei llamaría “casta”. En ese colectivo hay también intelectuales, periodistas, gente de la cultura que sienten un profundo desprecio por la figura de Milei, más allá de que, como él, quieran liberar a la Argentina de la servidumbre del Estado. Ellos han tomado del “Antiguo Régimen” unos códigos que una embestida brutal pondría naturalmente en peligro.
Cómo se ve, el escenario de aquí a octubre es bien complejo para la candidata de JxC y para todo el colectivo que quiere un cambio total pero “ordenado”.
Cómo hará Bullrich para trasmitir esta idea que, repetimos, tiene mucho apelativo dentro de los cerrados límites de una clase magistral pero que es muy compleja para ser explicada a millones de votantes emocionales, es todo un misterio.
El pequeño problema es que, en ese misterio, puede estar envuelta la respuesta al futuro de la Argentina de los próximos 100 años.