Cada vez que comienza el período de publicidad electoral en la Argentina uno tiene la posibilidad de acceder a algo así como a un termómetro del cinismo del peronismo y, en este año en particular, del nivel de amoralidad del candidato que ese engendro político presenta como aspirante a la presidencia.
En efecto, allí aparece este impresentable hablando de “sacarle el pie de encima a los productores y a los que trabajan” cuando no ha sido otro que el peronismo el que, a lo largo de 80 años, tejió una malla extendida y que todo lo abarca en materia de regulación, imposiciones, prohibiciones, trámites ridículos, costos imbancables, persecución clasista a los que invierten y emprenden, combate al capital (como sin ir más lejos lo confiesa su hit musical) y toda clase de decretazos y resoluciones que no han hecho otra cosa más que, precisamente, ponerle un enorme pie encima de la gente que quiere producir y trabajar, para tornar casi imposible justamente la ambición de progresar por la vía del trabajo.
Son evidentes los esfuerzos de marketing que estos anuncios hacen para unir, en la mente de quien recibe ese bombardeo, al peronismo con la idea del trabajo y de la producción cuando no ha sido otro que el peronismo el que ha destruido tanto a uno como a otra porque su visión clasista y profundamente resentida del orden social lo llevó a identificar a los que emprenden, a los que arriesgan, a los que tienen fábricas, campos o negocios como los “enemigos del país y de los trabajadores”. A esa gente había que destruirla por cipaya, por “pituquito de Recoleta”, por “gorila”, por “terrateniente”, por “oligarquía ganadera”, por “comerciante”, por “empresario explotador”.
Pero ahora resulta que, según los avisos de Massa, el peronismo es el aliado de todos ellos ¡Es increíble hasta dónde llega el cinismo y la hipocresía!
También es notorio –y se desprende claramente de esos spots- cómo el peronismo insiste en tomar como propio lo que es de todos para explotarlo en su propio beneficio.
Así ocurre, por ejemplo, con los logros del seleccionado argentino de fútbol o incluso con otros deportes también (salvo aquellos a los que ellos mismos, de antemano, hayan cancelado colocándole el rótulo de “deportes chetos”, -como el rugby, por ejemplo- porque sencillamente no pueden detener ante nada el odio que segregan y en el que fundan la división social) de los que se apropian como si hubieran sido obtenidos por ellos o gracias a ellos, cuando, de lo que aconteció en diciembre último, habría que concluir más bien todo lo contrario dado el tratamiento escénico que Messi y los demás jugadores le dieron a la obtención de la Copa del Mundo.
Otro tanto acontece con Aerolíneas Argentinas, una especie de extraño y caprichoso emblema (que uno entiende mejor cuando advierte los privilegios que de ella obtienen un grupo reducido de burócratas militantes y sindicalistas) del que se apoderaron transfiriéndole el costo de su mantenimiento a toda la sociedad, empezando por los más pobres.
Frente a todos estos desastres, Massa se presenta como el redentor que viene a solucionar lo que ha ocurrido, cuando todo lo que ocurrió hasta ahora fue el producto de las decisiones tomadas por el peronismo, espacio del cual Massa es el candidato.
Es tanta la impotencia que uno siente cuando ve tanta desvergüenza que muchas veces ni siquiera la comenta en la esperanza de que la grosería de la prueba sea tan autoevidente que todos la adviertan.
Sin embargo, de momento que se insiste en el método y de que el peronismo sigue existiendo y sacando millones de votos pese a que ha hundido al país en la miseria, ha transformado en pobre a quien antes no lo era y que ha protagonizado los desastres económicos más célebres del país, habrá que concluir que el idiota es uno por creer que los demás no son idiotas.
Si los demás no fueran idiotas (o si no estuvieran prendidos en una enorme red de corrupción, robo, dádivas y limosnas) el peronismo habría dejado de existir hace rato y los anuncios que comentamos tampoco existirían.
Pero lo que aparece como autoevidente, por el contrario, es que hay franjas sociales (que aún son electoralmente importantes) que pueden sentarse delante de una pantalla, ver y escuchar lo que dicen los anuncios de Massa y del peronismo, y creerlos.
Confieso que ver a Massa postularse como el candidato del trabajo -cuando el peronismo ha tornado imposible trabajar y de hecho ha prohibido el trabajo porque si dejara trabajar libremente a la gente ésta comenzaría a ser financieramente independiente y socialmente distinta, ambas cosas consideradas anatemas en el esquema sociofascista del peronismo- me produce un profundo asco que incluso llega a superar el que me produce ver los anuncios de la izquierda en los que se presenta como la encarnación del pueblo cuando no llega a sacar el 4% de los votos: este último es un chiste de mal gusto de parásitos universales que saben que su supervivencia personal depende de que insistan en mostrar un muñeco caricaturesco por más que ese espantapájaros no resista el menor análisis.
Pero lo de Massa es peor: es una mueca procaz, maligna, que se expone sin pudor porque sabe que el peronismo ha podrido de tal forma la mente de los argentinos que él puede darse ese lujo y, encima, reírse de todos porque esos todos han perdido la capacidad de medir su propio perjuicio.