Esta columna no es periodística, ni pretende serlo. Es apenas una catarsis, contra el Banco Santander, que me ha llevado a protagonizar en los últimos días una sucesión de gags que parecen sacados de una película de los hermanos Marx.
Arrancó a mediados de abril de este año, cuando me dieron de baja mi cuenta corriente por una presunta deuda sobre la cual jamás me habían informado. Ni un mail, ni un llamado, ni un sms. Nada de nada.
Lograr que volvieran a darla de alta fue toda una hazaña, porque los tipos no contestan el teléfono ni nadie se hace responsable nunca. Hubo que hacer un extenso hilo de Twitter para que dieran alguna respuesta. La viralización del mismo hoy sigue propagándose en aquella red social.
Cuando logré que me restituyeran la cuenta, creí que tocaba el cielo con las manos. Hasta que me di cuenta que no podía hacer nada, ni siquiera transferir dinero, porque la misma “no estaba asociada a una cuenta Banelco”, según me dijeron desde el mismísimo Santander.
Con toda la paciencia del mundo, me dirigí a la sucursal del banco más cercana a mi domicilio e hice el respectivo trámite, que me hizo perder toda una mañana. “En 48 horas todo se normalizará”, me dijeron.
Pasaron dos semanas y no ocurrió nada. Llamé y nunca me respondieron. Y me rehusé a perder otra mañana yendo al banco. Lo único que podía hacer era recibir dinero y transferirlo a una cuenta de terceros para luego recuperarlo de alguna manera. Eso sí, el mantenimiento de cuenta me lo siguieron cobrando. Eso nunca les falla.
La cosa no podía ser peor. O sí. Esta mañana descubrí que a dos depósitos de dinero que me habían ingresado les descontaron la mitad por un supuesto embargo que me hizo el Juzgado Civil y Comercial 7 de Salta.
Juntando la poca paciencia que me quedaba, llamé al juzgado en cuestión y pregunté por el susodicho expediente, número 159213/23. La respuesta me dejó atónito: “No existe tal expediente”.
Acto seguido, me dijeron que era usual que hubiera personas que “truchan” los oficios para estafar a los usuarios de cuentas bancarias. Con una aclaración: “Es raro que no nos llamaran, porque los bancos suelen preguntar si el oficio se corresponde con un expediente real (sic)”.
Con esa respuesta a cuestas, me comuniqué vía mail —no hay otra manera de hacerlo, porque los tipos no atienden— con mi oficial de cuenta para que cese en el descuento del embargo, ya que no existe.
Dicho sea de paso, es improbable que el banco me devuelva lo que me han descontado por error, porque nunca lo hacen. Pero ello es harina de otro costal.
Como sea, me pasé toda la mañana tratando de que alguna persona del Santander respondiera mis requerimientos. Jamás lo logré. A pesar de ser cliente hace 16 años.
La única respuesta que recibí fue la de mi oficial de cuentas, sólo para decirme que ya no era mi oficial de cuentas. Luego de ello, llegó lo peor: me cerraron la cuenta… de nuevo (ver al pie).
El daño que me han hecho es enorme, y lo saben porque se los he dicho en su momento. Incluso les aclaré que mi mujer es discapacitada. Lo cual agrava la situación.
Lo antedicho deja dos conclusiones: primero, el Santander es un banco de mierda. Segundo, tengo una paciencia increíble.
Pero ya no más: he instruido a mi abogado Alejandro Sánchez Kalbermatten a accionar contra el banco, por daños y perjuicios, lucro cesante y tantos otros delitos, civiles y penales.
De más está decir que, a pesar de ser un cliente ejemplar, jamás me han brindado nada. Dos veces les he pedido sendos créditos, de poco dinero. Y me lo rebotaron. Luego pedí que me brindaran un descubierto. Tampoco. Y así sucesivamente.
Realmente hubiera no querido escribir estas líneas, y que me hubieran resuelto mis problemas por las vías que corresponde. Insisto: no hay teléfono para llamar, ni nadie que responda por ninguna vía. Uno es rehén de un sistema perverso.
Luego los bancos se preguntan por qué Marcos Galperín les pasa el trapo con Mercado Pago. Está a la vista.