¿Qué decir que no se haya dicho ya para despedir el año? ¿Quién puede escribir algo original e inspirador? ¿A quién le interesa lo que uno tiene para desear, por más buenas intenciones que haya?
“Feliz año”, “Que se cumplan todos sus deseos”, “que la dicha los acompañe”… nada más trillado y cursi. E innecesario.
Esta nota, plagada de buenas intenciones, carece de relevancia. Y los pocos que la lean, acaso fuercen una leve mueca, parecida a una sonrisa, como retribución. Con algo de pena.
Nadie necesita que le digan que 2025 será mejor que 2024, es infame y pretencioso. ¿Quién sabe qué depara el destino? ¿Alguno tiene la bola de cristal?
El futuro se construye, no se desea. Los cambios se motorizan, no se pretenden. Porque nada ocurre mágicamente, hay que arremangarse para que las cosas sucedan.
Pero es más fácil creer que un duende vendrá y mejorará el corazón de los argentinos, y se acabará la corrupción, y vendrá una era de amor y paz, y todo será diferente, y bla, bla, bla. Patrañas.
Ese voluntarismo estupido fue el que llevó a este país a estar como está. Porque pocos se involucran en serio. Esperan que alguien más lo haga. Y ese otro mira al costado. Y así sucesivamente.
Esta noche ni siquiera se hablará de esto. Todos se darán una opípara panzada y despuntarán con malos chistes y anécdotas entre familiares y amigos. Y luego a dormir un buen rato. Lo de siempre. El día de la marmota.
¿Quién necesita despertarse y despabilarse de la realidad? A seguir descansando, siquiera todos. Y a atragantarse, de paso.