Los problemas del hombre son, generalmente, subjetivos.
Los problemas de todos los hombres son, casi siempre, consecuencia de estos problemas menores.
La discriminación, las guerras, el egoísmo, el fraude, son todos conflictos o consecuencias de planteos discrecionales y arbitrarios.
El odio muchas veces nace del miedo a lo diferente. Aquello que no es como yo lo concibo no debe existir. Así nace el odio hacia los negros, los judíos, los homosexuales, etcétera.Entonces creemos que el mundo funciona mal, no porque nosotros seamos parte del sistema que lo hace corrupto. No. La culpa la tienen los judíos, los negros o los homosexuales. Ellos son el chivo expiatorio. Toda nuestra culpa descansa en ellos.
Hay mucha gente que, preocupantemente, piensa que al eliminar a todos los que —supuestamente— provocan las catástrofes del mundo, todo va a ser mejor. Sería muy triste para ellos saber que, aunque esto suceda, nada va mejorar. El problema somos todos. Inclusive el que no hace nada, por no tomar partido. Vivimos pensando que el cambio va a venir solo. Que es independiente de nosotros. "Total ¡yo solo no puedo cambiar nada!", nos decimos. Nos mentimos. En el fondo sabemos que nos mentimos.
Kant sostenía que el conocimiento deriva de la síntesis entre la experiencia y los conceptos: es decir, sin el sentido no tendríamos conciencia de ningún objeto y sin entendimiento no podríamos formarnos ninguna concepción de ese objeto.
Muchas veces el entendimiento que debiera nacer de una fuente objetiva de aprendizaje, se nutre de los preconceptos de otras personas, lo cual deforma nuestra visión del mundo.
Al mismo tiempo no sabemos utilizar nuestros sentidos como debiéramos. Hablamos de sentido común y ni siquiera sabemos que significa. No conozco al tal sentido común. No conozco ningún sentido que sea común con otro. No importa. Algo hay que decir.
De esto deriva la moral concreta y la moral abstracta. En lo abstracto todos podemos cambiar el mundo, pero nada hacemos concretamente en la pequeñez diaria. Pero es así: las ideas dominan nuestro existir. A veces las malas ideas.
Es increíble como a veces nos dejamos llevar por ideas que ni siquiera nacen de nuestra mente. Ideas que no tienen ningún sustento si las analizamos dos minutos.
Es imposible asegurar que “todos” los integrantes de un grupo determinado por algo tan amplio como el sexo, raza, creencias, etc, sean de una manera determinada, como cuando decimos que “todos los judíos son una mierda”.
Para poder afirmarlo es necesario conocer a todos los integrantes de dicha colectividad. No podemos hacernos cargo de un juicio de valor acerca de la forma de ser de tantas personas. Ya sea para bien o para mal. Ese simple cuestionamiento, desde cualquier pensamiento mínimamente racional, echaría por tierra tan absurda afirmación. No me parece tan difícil darnos cuenta de que cada persona es tan particular como única. Igualmente preferimos el camino facilista de echarle la culpa al que debiera ser nuestro hermano.
Por otro lado no nos damos cuenta de que habilitamos al otro a pensar lo mismo de nosotros.
Es interminable. Lo transmitimos de generación en generación. Nuestros hijos crecen repitiendo idioteces que ni siquiera entienden, pero que aplican a futuro. No pensamos. La historia debiera habernos enseñado. Obviamente no lo ha hecho.
Debiéramos saber que esas diferencias llevadas al extremo terminan en lo que llamamos guerra.
Y como todos sabemos, en la guerra nunca hay ganadores.