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Demonología y satanismo

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FENÓMENOS QUE PREVALECEN A LO LARGO DE LA HISTORIA
FENÓMENOS QUE PREVALECEN A LO LARGO DE LA HISTORIA

    La idea del maligno inspirada en la existencia del mal en el mundo, es antiquísima. En muchos pueblos primitivos existieron representaciones de lo que hoy podríamos denominar como demonios o seres maléficos. Para contrarrestar las influencias del “malo” nacieron las fórmulas cuya aplicación podía neutralizar sus poderes según las creencias.

 

Desde antiguo, también se poseí la idea de dos principios antagónicos, el bien y el mal  que podían morar en una misma deidad o estar repartidos en dos entes divinos.

Jehová de los hebreos, por ejemplo, era una deidad que encerraba en sí la ira, la venganza con castigos propinados incluso a generaciones herederas de las culpas de sus padres, al mismo tiempo que los atributos de la bondad, la justicia y la promesa de redención.

    Otro ejemplo lo tenemos en  América. Entre los numerosos dioses aztecas podemos nombrar a Tezcatlipoca, omnisciente y omnividente, poseedor de eterna juventud, quien por una parte personificaba el aliento vital y tenía las funciones de juzgar y castigar a los pecadores. Pero en su segundo carácter era el dios de la oscuridad, y también el enemigo maligno de la humanidad y ejercía el patronazgo de aquellos que practicaban la magia negra, la hechicería y la brujería.

En esta deidad, los aztecas combinaron dos principios antagónicos, uno benéfico y otro perverso que quizás reflejaban el “conflicto” entre el día y la noche, pero también un dios de la muerte y del mundo inferior denominado estrafalariamente para nosotros: Mictlantecuhtli. (Véase al respecto: R. L. Beals y H. Hoijer: Introducción a la antropología, Madrid, Aguilar, 1976, págs. 577y 578).
    En el mundo de los aztecas existían dualidades representadas por dioses que sostenían eternas guerras simbólicas. Por ejemplo, luchaban la luz con la oscuridad, el calor con el frío, el norte con el sur, el sol del levante con el del poniente. (Ob. citada, pág. 148).

También tenemos un ejemplo de la dualidad del bien y el mal en el Antiguo Egipto. En la cosmogonía solar, por ejemplo. Según la teología heliopolita (de la ciudad sagrada de Heliópolis del Bajo Egipto), en el principio existía el caos simbolizado por el dios Nun.  Por lo tanto el universo no había sido creado, sino que existía desde la eternidad bajo la forma de una masa amorfa e inerte. En ese tiempo no existían aún el cielo y la tierra, ni los hombres y los dioses todavía no habían nacido. Tampoco existía la muerte.

En ese caos, Atum, el espíritu del mundo, estaba diluido. Llevaba en sí la fuerza generadora de los seres vivos y de las cosas. Tomando conciencia de sí mismo, se llamó a sí mismo gritando: ¡‘ven a mí’!, y desdoblándose dio nacimiento al dios Ra personificado por el Sol.  Atum y Ra, (el espíritu del mundo y su conciencia), son los dos aspectos de un solo ser.

Salido del caos, Atum Ra organiza el universo e inmediatamente destaca los dos elementos primordiales, los más sutiles, el aire: Shu, y el fuego: Tefnut. De su unión nacieron Geb, el dios tierra, y Nut, la diosa cielo, que a  su vez darán a luz a Osiris, dios de la vegetación, de la fecundidad y, por consiguiente, principio del bien que desposó con su hermana Isis, símbolo del agua y de la tierra fecunda, y a Seth, dios del desierto, de la esterilidad, espíritu del mal asesino de Osiris, cuya esposa fue la hermana de Isis, Neftis, su doble. (Véase: Jacques Pirenne: Historia del Antiguo Egipto, Barcelona, Océano, 1980, volumen I págs. 66, 111 y 112).

Vemos que para los egipcios entonces, una vez que el mundo ha emergido del caos, el bien que es la vida y el mal que es la nada, se aprestan a entrar en lucha. El bien para sostener la creación y el mal  para devolverla al caos del que ha salido.

Esta idea de los contrarios (que hasta el día de hoy se arrastra en el ámbito de las pseudociencias) se halla igualmente reflejada con claridad en la dualidad mazdeísta nacida entre los antiguos persas. Su fundador fue Zoroastro o Zarathustra, que se cree vivió entre 660 y 583 a. C., quien difundió entre los pueblos nómadas su doctrina basada en la existencia de dos principios eternos: el bien y el mal, representados por Ormuz el dios bueno creador del mundo, y Ahrimán, el ente maligno que quiere destruirlo.

Aquí tenemos una similitud con la religión judeocristiana que nos habla de un Jehová o Yahvé como el dios bueno creador de todo lo existente, y Satanás el maligno rebelde. La diferencia se halla en que Ormuz y Ahrimán existen desde un principio y son equiparables en su poder, en cambio Jehová que nunca tuvo principio fue quien creó a Satanás como ángel que luego, por soberbia, entró en rebelión contra su creador, según las fábulas creadas por la prolífera fantasía humana.

También los gnósticos admitían el dualismo que consistía en su teoría más típica. En especial Basílides, un gnóstico alejandrino cuyas doctrinas se difundieron entre los años 140 y 120 a. C. Según estos grupos filosófico-religiosos, el intento de unión entre los dos principios del buen y el mal, da como resultado el mundo, en el cual se unen las tinieblas y la luz, pero con prevalencia de la oscuridad.

También la idea del ser destructor, la podemos rastrear en la  trimurti índica, o trinidad representante de las tres energías eternas de la naturaleza. Está compuesta de tres personas, a saber: Brahma, dios creador; Visnú, dios conservador o providente, y Siva, dios destructor.

También entre otros dioses hindúes existe Rudra, rey de los demonios y de la jungla. Su color es rojo.

Entre los pueblos semíticos occidentales existía Baal, una de cuyas denominaciones era Beelzebub (dios de las moscas) adorado en el sol, por cuanto se le atribuía la producción de las moscas por medio del calor. Para los judíos que odiaban a sus vecinos y menospreciaban a sus dioses, se trataba del príncipe de los demonios y su nombre figura en el Antiguo Testamento y también en el Nuevo.

Donde podemos hallar al más genuino representante del mal para los occidentales, es precisamente en la Biblia judeocristiana.

En el Antiguo Testamento se nombra muy poco a Satanás. Lo tenemos en 1 Crónicas, capítulo 21, versículo l que dice así: “Mas Satanás se levantó contra Israel, e incitó a David a hacer el censo de Israel...”; y el libro de Job donde se relata una historia al estilo de los cuentos para niños que reza así: “Y un día vinieron los hijos de Dios a presentarse delante de Jehová, entre los cuales vino también Satán. (Esto prueba, desde el punto de vista teológico que Satán fue una creación, un engendro de Jehová). Y dijo Jehová a Satán: ¿De dónde vienes? Y respondiéndole Satán a Jehová, dijo: ‘De rodear la tierra y pasearme por ella’...” (Libro de Job, capítulo 1, versículos 6 y 7).

 Muchos pretenden encontrar a Satanás en la serpiente tentadora que indujo al pecado de desobediencia a Adán y Eva, según este mito relatado en el libro del Génesis, cap. 3 que dice así: “La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo...” “... Y replicó la serpiente a la mujer: no, no moriréis, al contrario sabe Dios que el día que comáis de él (el fruto prohibido) se abrirán vuestros ojos y seréis como dioses conocedores del bien y del mal”.

También se lo quiere ver en el monstruo Leviatán, la serpiente tortuosa, dragón del mar (según Isaías, cap. 26 versículo. 13 y cap. 41, versículo. 1).

En cambio el Nuevo Testamento está “plagado” de Satanás, del Diablo, y es de ahí de dónde surgen la demonología, el satanismo y el diablismo (esto último como sistema teológico que consiste en atribuir al diablo una excesiva intervención en las acciones humanas). Lo mencionan los Evangelios, es nombrado en los Hechos apostólicos y se habla de él en el Apocalipsis:

“Y les dijo: Yo (Jesucristo) veía a Satanás, como un rayo que caía del cielo” (Lucas, cap. 10, versículo 18).

 Entonces Jesús fue llevado del Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo... Entonces Jesús le dice: Vete Satanás, que escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y a Èl sólo servirás”. (Mateo, cap. 4, versículos 1 y 10).

     La demonología es el estudio sobre la naturaleza y cualidades de los demonios. El satanismo es el culto al bíblico Satanás. En ambos casos se trata de tonterías a los ojos de la razón, porque los demonios terminantemente no existen, lo certifican la ciencia amalgamada con la propia razón. Son sólo un fruto más del mundo de ficción.

    Veamos ahora  las ocurrencias “diabólicas” de la mente humana que han enriquecido dicho mundo de la ficción plagado de misterios y terrores fundados en puros mitos.

    Dentro del mito satánico se puede considerar al legendario Lucifer como un verdadero subversivo del Cielo, quien ante Jehová, su creador, pretende igualársele cayendo en el pecado de soberbia. Más no contento con esto, se afana en atraer hacia su causa a otros seres. En teología se habla de una cohorte de ángeles rebeldes que siguen a Lucifer. Pero el príncipe de los demonios (llamado también “príncipe de este mundo” por Jesús de Nazareth –Juan, cap. 16, vers. 11-) y “príncipe de las tinieblas” por otros), no se conforma con ello y trata de conquistar también almas humanas para formar hierofantes.

   Tenemos algunos ejemplos –bastante infantiles por cierto- de posesión  diabólica en los pasajes bíblicos del denominado Nuevo Testamento. Uno de los casos es “el endemoniado de Gerasa”: Cuenta el evangelista Marcos que cierto hombre que moraba entre los sepulcros estaba poseído de un espíritu inmundo. ... y siempre, de día y de noche, andaba dando alaridos y golpeándose a sí mismo con piedras. Y como vio a Jesús de lejos, corrió, y le adoró y a grandes voces decía: ‘¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes’. “Y Jesús le dijo: ‘Sal espíritu inmundo, de este hombre’ y le preguntó ‘¿Cuál es tu nombre?’. Y respondió diciendo: ‘Legión me llamo, porque somos muchos’. Y le rogaban los mismos demonios que los enviara a los cerdos y él se lo permitió. Y cuando los demonios entraron en los cerdos, la piara cayó por el acantilado al mar en número de dos mil y se ahogaron en las aguas”. Según el evangelista Marcos, cap. 5, versículos 5 al 20).

    Otro caso para el que escogeremos el relato de otro escritor bíblico, Lucas, es el siguiente:
     “... Y he aquí que un hombre que se destacó de la turba  clamó diciendo: ‘Maestro, ruégote que veas a mi hijo que es el único que tengo. Un espíritu se apodera de él y de repente da alaridos; y le despedaza, le estrella contra el suelo y hace echar espuma...’ ‘Trae acá a tu hijo’, dijo Jesús, y mientras se acercaba, el demonio lo derribó al suelo entre violentas convulsiones. Mas Jesús increpó al espíritu inmundo y el muchacho sanó... (capítulo. 9, versículos 38 al

Aquí podemos apreciar cómo los desequilibrados mentales, epilépticos y toda clase de anormales han sido interpretados como endemoniados por las mentes supersticiosas. El mismo Jesucristo creía en ello.

    A partir de aquí, nacen los exorcismos practicados durante centurias y que hasta hoy podemos ver en películas o videos para impresionar al público espectador. Y no sólo en la ficción, la costumbre persiste actualmente en la realidad aunque ante una mayor cautela por parte de la Iglesia judeocristiana.

     En el siglo XVII, por ejemplo, una de las víctimas de la plaga exorcista fue el rey de España Carlos II, de la rama española de los Austrias, llamado “el hechizado”, a quien llegaron casi a enloquecer con esas artes supersticiosas cuyo ejemplo dio Jesucristo según los autores de los Evangelios.

     Un afamado exorcizador alemán, el Padre Mauro Tenda, fue el encargado de quitarle el espíritu inmundo del cuerpo, porque unas monjas asturianas habían declarado –según revelaciones del demonio- que Carlos, a los 14 años había ingerido unos polvos maléficos El objetivo de este hechizo era que el rey no pudiera engendrar hijos.

     Para ahuyentar al demonio que lo dominaba, el padre Mauro Tenda chillaba tanto que el pobre rey se moría de angustia y de miedo. Su salud empeoraba por momentos pues presentaba ataques convulsivos, abatimiento y palidez, y si se advertía algún signo de mejoría se atribuía a los exorcismos, que luego arreciaban de nuevo.

     Infinidad de víctimas inocentes tuvo, durante siglos, este “invento de Cristo” relatado por “sus” evangelistas. (Pongo “invento de Cristo” entre comillas porque el exorcismo fue practicado desde la  época de la XIX dinastía egipcia (1339-1200 a. C.) en  las personas creídas como poseídas. De modo que ya en aquel entonces se aceptaban las fuerzas malignas que podían ejercer su acción sobre los hombres). El fuego, era el remedio infalible para eliminar demonios junto con los endemoniados, porque... se sobreentendía que estos últimos eran culpables por haber hecho un pacto con Satanás. Cuando se trataba de mujeres, se hablaba de brujas que debían ser quemadas vivas.(“¡santo remedio!”) porque... se sobreentendía que estos últimos eran los culpables por haber hecho un pacto con Satanás.

     A este respecto, son nutridas las crónicas del pasado.

     Existen, por ejemplo, los denominados anales de Bodin. Jean Bodin fue fiscal del rey en Laon, relator del Consejero de Estado y consejero del duque de Alenzón en el siglo XVI. Escribió Demonología de los brujos, donde pretendió demostrar con pruebas la veracidad de la posesión demoníaca, indudablemente “inspirado” en los evangelios de Cristo, y la necesidad de juzgar y sancionar a los adeptos de Satanás.

     Eran tiempos de ignorancia plena, del auge de las creencias supersticiosas y de la vigencia de la “Santa” Inquisición, el tristemente célebre “Tribunal eclesiástico establecido para inquirir y castigar los delitos contra la fe”, también llamado “Santo Oficio” fundado por el Papa Inocencio IV, y otros personajes fanáticos no menos fúnebremente célebres.

     Podemos leer en los anales el siguiente relato:

     “En 1576, cerca de Roma, vivía un campesino quien cierta noche sorprendió a su mujer desnuda untándose con una pomada. Esa misma noche la mujer desapareció. La buscó por la casa sin encontrarla. Cuando su mujer regresó al día siguiente la apaleó con un garrote hasta que ella confesó haber ido a ver a Satanás.

    “Entonces el marido la perdonó con la condición de que lo llevara a él también a la próxima celebración del ‘sabat’ (reunión ritual en honor a Satanás).

     “Ambos se untaron con la pomada mágica y bogaron hacia la asamblea de los diablos, motados sobre machos cabríos. La mujer recomendó a su esposo que no pronunciara el nombre de Dios salvo que quisiera proferir una blasfemia o burlarse, y lo hizo colocarse de modo que viera las reverencias que hacían los asistentes al jefe cornudo que vestía ostentosamente una vestimenta semejante a la de un príncipe. Saludo que él debía repetir. Se ubicaron en la ronda y observaron a los participantes vueltos hacia fuera del círculo para no verse de frente y evitar así denunciase unos a otros. Luego la mujer hizo adelantar a su marido a fin de que reverenciara al príncipe Lucifer, para luego sentarse a la mesa con el resto. Pero sucedió algo imprevisto. Como la sopa no estaba salada, el marido reclamó la sal,  cuando la tuvo en sus manos se le escapó la rase fatal que jamás debió haber pronunciado en esas circunstancias: ‘¡Loado sea Dios!’ aquí está la sal. Entonces con gran estrépito todo desapareció y el marido quedó solo en el campo, desnudo y con frío, sin saber en qué lugar se hallaba. Encontró a unos pastores quienes le dijeron que se encontraba a cien millas de Roma, en el condado de Benevento. Por consiguiente no tuvo más remedio que mendigar su alimento y pedir ropa, y después de una caminata que duró ocho días, por fin llegó a su casa Estaba delgado y agotado y acusó gravemente a su mujer Esta fue prendida prontamente junto con otras mujeres y luego de ser todas juzgadas fueron quemadas vivas por haber confesado todo”. (Véase: Claude Veuillot Soulié, y Gastón Delibes: El exorcismo, Buenos Aires, CS. Ed. 1991, pág. 63).

     Explicación casi indudable del hecho:

    Aquí, evidentemente estamos ante un caso de adulterio con venganza por parte del marido. Este, al hallar a su mujer “untándose desnuda” o más bien vistiéndose para salir de noche, la sigue y comprueba el engaño. Entonces urde la historia infantil de la asamblea satánica en compañía de su esposa que jamás realizó. Todo para acusarla de satanismo en la seguridad de que iba a ser quemada viva en esos tiempos plagados de superstición. También es posible que haya tramado todo para deshacerse de su esposa siendo él el adúltero, con el fin de unirse a otra mujer. No sabemos. La historia no continúa. Pero lo evidente, indudable es que el relato consistió en una patraña.

     También se ha atribuido al Diablo el deseo de satisfacción sexual de las monjas. Este impulso natural, precursor de la no menos natural función de madre a la que está destinada biológicamente toda mujer normal, los frailes le denominan vicio.

     Por ejemplo, se cuenta que en el año 1564, las monjas de un convento de Colonia (Alemania), llamado Nazareth, fueron tremendamente atormentadas por el mismísimo Satanás que tentó a Cristo en el desierto.
     Esta vez la tentación consistió en despertarles el erotismo. Se decía que fueron revolcadas en el suelo, y una vez con el vientre hacia arriba violadas con los ojos cerrados. Terminado el acto sexual los abrían avergonzadas según sus confesiones.
     Pero una joven llamada sor Gertrudis de sólo catorce años de edad, “gozó con pasión los abrazos en su cama”, mientras que una compañera del convento se lanzó hacia el lecho para liberarla de  aquel “demonio” que la sujetaba. Esta monja que quiso brindar ayuda a su compañera “en apuros” oyó el ruido del lecho, los suspiros y gemidos del orgasmo y se desmayó.
     También otras monjas fueron poseídas sexualmente y el convento se alborotó.
     Incluso fueron descubiertas cartas de amor escandalosamente escritas destinadas por sor Gertrudis a su amante (¿Lucifer?).
     El hecho se esclareció cuando se supo que unos jóvenes acudían a un local de juego de pelota próximo al convento. Allí llevaban a las monjas para hacer el amor.
      Luego en sus dormitorios, durante varias noches no podían desprenderse de la visión de sus amantes proporcionándoles el placer sexual, como cosas urdidas por el Diablo. (Véase ob. cit. págs. 117 y 118).
     También se relata que las religiosas de Hessimont, en Néomage, recibían la visita del Diablo en su dormitorio en las noches de luna. Este demonio “tocaba el arpa y el laúd de tal modo que embelezaba a las religiosas. Pero después de transformarse en un perro y comenzar a ladrar se echaba en la cama eligiendo  la más voluble hacia el “pecado mudo”, según le llamaban, y realizarlo juntos”. (Ob. cit., pág. 118).
     Todo esto según Johannes Wier que escribió en el siglo XVI un vasto tratado de demonología titulado De prestigiis Daemonum.
     Por su lado, la licantropía tiene también su parte de acción en el tema del satanismo.
     La licantropía es una creencia supersticiosa muy extendida, sobre todo en el centro de Europa, según la cual el hombre puede transformarse en lobo, atacar, morder y transmitir esa posibilidad a otras personas.
     Una variante es el mito del lobinsón o lobison muy creído en la Argentina, Paraguay y Uruguay, cuya condición para la conversión es ser séptimo hijo varón precedido por otros seis varones.
     La teología católica admitió que el Diablo podía posesionarse de una persona y transformarla en un lobo capaz de cometer horribles acciones sanguinarias.
     En el mes de febrero, en especial los días viernes y bajo la luz de la luna, es cuando los licántropos merodean cometiendo atrocidades como infanticidios.
     Volviendo al Viejo Mundo, en 1603 el tribunal del parlamento de Burdeos dictó una sentencia. El presidente del tribunal dio el siguiente informe: “El juez de la Roche Chalais fue informado por el procurador que había visto un animal salvaje en la aldea de Paulot que se asemejaba a un lobo, y a pleno día había atacado a una joven de nombre Margherite Poirier. Y que un joven de 13 ó 14 años de edad confesó que transformado en lobo, había sido él quien se arrojó sobre Margherite y que de no haberse defendido ella con un palo la hubiera devorado. También confesó que ya lo había hecho con dos o tres niñas”. (Obra citada, pág. 184).


     Este informe guardado en los archivos de Burdeos, es más largo, pero de él se desprenden dos cosas: una es la burda superstición; la otra es la “convicción” de las personas de entonces de que fue Satanás quien indujo al joven a cometer las fechorías. La segunda es la explicación del caso como una patología padecida por Jean Grenier (nombre del acusado). Se sabe que existe cierta manía en la cual el enfermo se imagina estar transformado en lobo. Era frecuente en el pasado cuando se exageraban las narraciones de este tipo que podían exaltar la imaginación de ciertos desequilibrados mentales
     En realidad, el Demonio, Lucifer, Satanás, Ahrimán, Siva, Seth... o como se lo quiera denominar al, para algunos,  representante de las “fuerzas del mal”, es una creación de la mente humana, como los duendes, silfos, sátiros, fantasmas, el Leviatán hebreo, los cíclopes y la hadas No pueden existir en el mundo real, son imposibles, se trata tan sólo de inventos de la inagotable fantasía humana y por ello quedan confinados al ámbito del fabuloso mundo de ficción y supersticiones con sus temas sin fin.

Ladislao Vadas

 

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