Qué difícil resulta contar la guerra, aún para aquellos que en alguna oportunidad se vieron inmersos en ellas. Pues vanas resultan las palabras para describir las noches de locura de los combates, donde las bengalas iluminan con su luz mortecina y las ráfagas trazantes vuelan de un lado a otro atravesando vidas. Para los que sobrevivieron en la oscuridad atroz del viernes 11 de junio de 1982, en el monte Longdon durante el conflicto del Atlántico Sur, aún sienten en sus mentes las sensaciones que los hicieron vibrar en esa jornada.
Los integrantes del Regimiento N°7 de Infantería Mecanizada Coronel Conde se encontraban en sus posiciones bajo una luna engañosa. Eran casi las 21 hrs y todo estaba aparentemente en calma, pero una densa niebla impedía que la visión alcanzara más de 7 metros.
Debajo del monte, los 400 paracaidistas del Tercer Regimiento Real se aprestaban para el avance cuesta arriba. Un sargento trajo una cinta y les ordenó formar en línea, para luego impartirles la orden de calar bayonetas. Para algunos, algún huevón había atrasado el reloj de la historia y les ordenarían vestirse con la clásica chaqueta roja.
En lo alto, el cabo Oscar Carrizo terminaba de asegurar el cambio de guardia y se aprestaba a dormir un rato. Pero de repente, un repentino sonido proveniente de más abajo le hizo aguzar el oído. Sonaba como “clunck click”. Se dio cuenta de inmediato de qué se trataba: era el característico ruido que emiten las bayonetas al calarse al fusil. Le tembló todo el cuerpo y salió disparado a las trincheras para despertar al resto de los defensores.
Al unísono, oyen una explosión seguida de un tremebundo alarido. Ya no cabe ninguna duda, el enemigo había llegado. Una patrulla británica se había perdido, y dio de lleno en un campo minado. Ubicados a 600 metros de las primeras trincheras argies, resolvieron seguir adelante pero con tan mala fortuna que una mina antipersonal detonó y le hizo volar la pierna al cabo Brian Milne, cuyo grito alertó a los argentinos quienes reaccionaron mediante una lluvia de balas. Otro cabo, de nombre Gustavo Pedemonte, rápido de reflejos advierte que un paracaidista se encuentra agazapado justo a la entrada del pozo de zorro que comparte con tres soldados conscriptos. Abren fuego y el tipo cae dentro aún disparando. Aterrados,, los otros conscriptos siguen abriendo fuego sobre su cadáver.
Cerca de ellos, Félix Barreto fuma un pucho acurrucado en una trinchera. También siente la explosión y el subsiguiente alarido. Se pone los borceguíes y toma el FAL. Piensa intrigado: Me parece que algo no anda bien. Esas voces no son normales, vamos a arrastrarnos a ver qué carajo es…….¿Serán esos cordobeses que llegaron como refuerzo?. Tiembla la ladera a causa de nuevas explosiones y ya no tiene ninguna duda:-¡¡¡¡¡¡¡¡Son los británicos!!!!!!!!!!. Dispara tres veces, y se pone a cubierto en su antigua posición. En su interior encuentra a un cabo: -Loco, los ingleses están acá! Pero este le responde de manera poco amable: -¿Por qué no te vas a la mierda?. Salen del agujero y los circunda el infierno.
Santiago Gauto también percibe que la calma se hace añicos, y ordena a sus compañeros responder: -La puta madre, acá están, fuego muchachos!!!!!!!!!”
A unos metros de ahí, el subteniente Juan Domingo Baldini está en su carpa escuchando Radio Colonia que transmite la repetición de las palabras del Papa Juan Pablo II en Luján. Se da cuenta de que los británicos llegaron por la posterior explosión. Sale corriendo de la carpa a despertar al soldado Daniel Scali al cual estaba cuidando ya que estaba con diarrea: ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Gordo, ponete el casco que vienen los ingleses!!!!!!!!!!!!!!!.
Sale, y detrás lo siguen los cabos Orozco y Ríos. El soldado Flores, sirviente de una ametralladora, es herido. Baldini lo ve e intenta ayudarlo y de paso, accionar la MAG contra los atacantes. Dispara hasta que se le traba, intenta destrabarla con un cuchillo infructuosamente luego sigue disparando con la Browning pues los paracs se le vienen encima. Intenta ayudar a Flores, dándole la espalda a los británicos pero es acribillado desde menos de 7 metros. Cae herido de muerte, en su mano sostiene la Browning 9 mm. A su vez, los cabos Orozco y Ríos son muertos de inmediato, uno a balazos y el otro bayoneteado en el estómago. Pero los conscriptos forman un círculo alrededor de Baldini y Flores, y les disparan a todo lo que se mueve.
Cerca de ellos, el británico Kevin Connery divisa una silueta a 25 metros: -Alto!. Y recibe una dura respuesta: -Andate a la puta madre que te parió, inglés de mierda! . Connery le dispara, y el argie cae. Súbitamente aparece otro, al que también intenta abatir. Pero se levanta al instante. Espantado, Connery hace fuego otra vez, junto con su compañero Johnny. Pero ante el asombro de los dos, se incorpora sobre sus rodillas. Su compañero grita y le arroja una granada que lo golpea y rebota cerca sin explotar. El argie se arrastra hasta la granada y amaga arrojársela a ellos. Ambos quedan mudos de asombro, pero la granada explota, matándolo en el acto. Ante semejante muestra de arrojo y resolución, Connery reflexiona: -Si los demás argies combaten de esa manera, vamos a tener una noche muy larga.
En otro sector, su compañero Jerry Philips ven la carnicería en su apogeo. Deja su fusil de francotirador y se pone a asistir a los numerosos heridos: - Realmente, esto es como el infierno del Dante. Se repone y trata de auxiliar a un herido junto con otros, pero un francotirador argentino le acierta y éste vuela por el aire:- Estos bastardos no nos dan respiro!!!.
Del lado argentino, Félix Barreto está a cubierto, junto con el mayor Carrizo Salvadores. Luego de la casi aniquilación de la Compañía B, el segundo jefe del regimiento cree que existe una sola salida: -Creo que es preciso negociar una rendición. Ata algo blanco a un palo, y comienza a agitarlo. Pero Barreto no está de acuerdo: -Mire, mi mayor. Todos estamos convencidos de que igual vamos a morir si nos rendimos, por eso no estamos dispuestos a entregarnos. Carrizo baja la bandera.
En otro sector, el subteniente Raúl Castañeda lanza un contraataque que por unos momentos frena el avance británico. La lucha cobra una infernal intensidad, tanto que los paracaidistas que, tomados por sorpresa por un inesperado ataque desde el costado, aúllan de miedo. Horacio Cañeque, ingeniero civil de 23 años, los putea en su idioma: -Fucking son of a bitch! (¡Maldito hijo de puta!) Los paracaidistas, sorprendidos, creen que los insulta un mercenario estadounidense. El Sargento John Pettinger, pegado a una roca, se pregunta en voz alta:- American green beret? (¿Boina Verde norteamericano?) A su lado, el cabo Vincent Bramley, que en 1992 sorprenderá con su libro Excursion to hell (Viaje al infierno) donde narra esta locura, les larga a los argies una andanada de balas de su MAG. Muy cerca de él, Cañeque observa como su compañero Alejandro Rosas y el cabo Oscar Mussi disparan desde un pico rocoso contra la MAG del cabo Bramley que los tiene a mal traer: -Esto es un infierno de proyectiles, quién mierda será el hijo de puta que nos está tirando con tanta precisión. En ese momento, ignora que manejando dicha ametralladora pesada estaba, precisamente, el cabo Vincent Bramley. Ante semejante respuesta, el cabo Oscar Mussi se da cuenta que el contraataque no prospera: -Che, Rosas, así no podemos mantener más la posición. Vámonos ya. A duras penas, pueden replegarse. Entretanto, Bramley sigue disparando.
En otro sector, el mayor Carrizo Salvadores, junto a Félix Barreto, el cabo Oscar Carrizo y otros soldados intenta una acción cuasi suicida: - Gente, intentemos rescatar a algunos hombres y retirarnos en orden. Vos, Barreto, dispará en cobertura. Pero a poco de intentarlo, los paracs obturan el esfuerzo y es preciso ponerse a cubierto. Carrizo Salvadores se da cuenta de que la cosa no da para más: -Es preciso salvar la vida de la mayoría y retroceder. Sargento, ordene replegarse a la tropa. ¡Ya!. Cumple la orden al instante, y a los gritos se las transmite a quienes aún continúan la resistencia: -¡Vamos, que en la próxima nos pasan por encima! . El conscripto Jorge Suárez obedece al instante, pero se da cuenta que su amigo Daniel Massad no sale de su posición:- ¡Vamos Dani, dale que nos barren! ¿Qué pasa?. -Mirá, los flacos de abajo. No oyeron la orden de repliegue y siguen en sus puestos, le responde y señala a un pequeño grupo de soldados atrincherados: -Quedate acá, voy a avisarles. Acude donde estás estos y les indica que debe irse: )-Vamos, muchachos. Hay que replegarse. Lo obedecen saliendo de uno en fondo, mientras él los palmea. Cuando pasa el último, se dispone a seguirlo pero una ráfaga de ametralladora lo alcanza de lleno. Cae sosteniendo con fuerza su doble rosario.
Oscar Carrizo detrás de unas piedras, comienza a amanecer. Frente a él los británicos gritan. Cuando amaga levantarse, queda justo delante del sargento Pettinger y el cabo Vincent Bramley. En la desesperación, Carrizo, le toma de la pierna a Bramley, pero este le patea la mano, mientras el sargento le apunta. Con frialdad, le dispara en la cabeza dos tiros que lo dejan inconsciente.
En la posición de la Compañía de Ingenieros Mecanizada 10, del otro lado, Hugo Colman dispara cuatro proyectiles de Instalaza sobre las posiciones de ametralladoras 12, 7, antes argentinas: -Che, que les aprovechen estos cuatro confites. Luego, el teniente Quiroga transmite una orden de la plana mayor del 7°, que aún resiste los embates británicos:-Soldados, órdenes del mayor Carrizo. Debemos recuperar esos nidos de ametralladora y luego intentar recuperar la cumbre y liberar algunos compañeros que cayeron prisioneros. Sólo logran recuperar un nido de ametralladoras, pues de inmediato se desata el infierno y un misil antitanque Milan impacta a 40 metros de ellos. Quiroga mira a Colman, dándose cuenta de que es inútil seguir: -Colman, dejá nomás. Estamos como patos en medio de una laguna. ¡Si no nos replegamos, nos cocinan!. Cuando proceden a hacerlo, el soldado se da cuenta de que el sargento Insaurralde está herido. Se lo carga del correaje, y lo lleva hasta el destino fijado, con gran riesgo de vida.
A las 7 del sábado 12, sabiendo que la cosa no da para más, finalmente el mayor Carrizo Salvadores ordena el repliegue de los últimos restos de lo que fuera el 7° Regimiento, que al inicio del combate narrado contaba con 278 hombres, sólo pudieron hacerlo 78 integrantes. El resto había sido abatido, prisionero o fue herido en la noche atroz del 11 de junio de 1982, hace exactamente 27 años.
Fernando Paolella