Como se venía previendo desde hace un tiempo, China decidió finalmente no comprar nuestro aceite de soja.
Aparentemente, el primer argumento esgrimido por el país asiático con relación a su eventual cese comercial, fue el de “algunas irregularidades” en materia sanitaria, pero la realidad es que las políticas restrictivas del gobierno nacional en cuanto a la importación de los productos chinos, indujo a ese país a cortar por lo sano.
Por otro lado, tal como figura en la nota Made in China, su balanza comercial ostenta un importante desequilibrio y dejar de ser cliente de alguien que nos restringe nuestros negocios, suena una medida bastante inteligente por parte de China.
En torno al “modelo argentino”, su política en materia de importaciones para equilibrar la balanza comercial sin apelar a soluciones más indispensablemente racionales, le cuesta algo así como unos U$s 620 millones en concepto de retenciones a las exportaciones, dado que nuestro mercado más importante para ese producto es el asiático, con un 45% de las exportaciones del aceite de soja, correspondiendo el 35% justamente a China.
Asimismo, deben considerarse los otros efectos íntimamente ligados a esta cuestión fiscal: el desempleo, la producción y la considerable falta de ingreso de divisas, más necesarias hoy que nunca para seguir “manteniendo el modelo”.
Por supuesto que el Gobierno sale a esgrimir “cuestiones técnicas” -vaya uno a saber de qué tipo- que nada tienen que ver con lo que está pasando realmente. Aunque estas reacciones también resultan habituales “partes del modelo”.
Las últimas informaciones dan cuenta de que una delegación argentina oficial se prepara para viajar al país asiático a efectos de negociar la medida, lo que a esta altura de los acontecimientos nacionales en todos los órdenes, parece abrir nuevas alertas con relación a qué y cómo será planteado el tema si se siguen estrictamente las directivas de un único y permanente “ideólogo”.
Nidia G. Osimani