La medida parece sencilla, simple, de fácil cumplimiento. Pero no; como siempre, los Kirchner han complicado todo, han llevado la situación a una innecesaria hipérbole de discusión.
Se trata de la reincorporación de Eduardo Sosa como procurador General de Santa Cruz, una medida que
En ese contexto, la pregunta, surge inevitable, ¿por qué los Kirchner insisten en que no se reponga a Sosa en su cargo? ¿Tan complicado es reparar una situación que se ha demostrado ilegal?
Para nada, es sabido que un mero trámite administrativo permitiría que las cosas vuelvan a la normalidad. Sin embargo, esto no ocurrirá, ya que la reposición de Sosa traería consigo el hecho de volver a poner sobre el tapete cuestiones espinosas para el humor oficial.
Es que, justo antes de ser desplazado, el funcionario investigaba uno de los escándalos más fuertes del kirchnerismo: la desaparición de los fondos de Santa Cruz, una trama que aún hoy no ha sido debidamente aclarada a nivel oficial.
Fue en ese preciso momento, en el año 1995, cuando Cristina Fernández, Carlos “Chino” Zanini, Héctor Icazuriaga y Arturo Puricelli —hoy funcionarios de primera línea dentro del Gobierno nacional—, pergeñaron la destitución de Sosa, iniciando el actual avasallamiento al corazón de la independencia del Poder Judicial.
Ese proceso se ha extendido a lo largo de 15 largos años, sin solución de continuidad y sin voluntad oficial por resolverlo.
Por ello, cabe la pregunta: ¿Qué ocurriría hoy si Sosa fuera repuesto en su cargo? Bien puede especularse que, lejos de callar sus críticas al kirchnerismo, el procurador insistiría en introducir sus narices en los desaguisados santacruceños, los cuales se han multiplicado escandalosamente desde el momento de su destitución a la fecha.
Esto explica la insistencia oficial a la hora de excusarse en su reposición y la virulencia verbal contra su persona.
En fin, lo ocurrido con Sosa reabre un debate que en su momento fue silenciado ex profeso respecto a los evaporados fondos de Santa Cruz y que representa la postal más dura de la falta de respeto de los Kirchner por las instituciones.
Hay que recordar que, cuando ocurrió el desplazamiento de Sosa, Néstor era “todopoderoso” gobernador de Santa Cruz y controlaba a la prensa con mano de hierro.
Al mismo tiempo, estaba alineado con Carlos Menem, a quien consideraba “el mejor Presidente de la historia”. Fue eso lo que permitió que casi no hubiera repercusión nacional de ese escándalo. Eran días en los que diario Clarín estaba lejos de mostrarse crítico al poder de turno y la mayoría de los grandes medios de prensa sucumbían ante el “carisma” —y la billetera, por qué no decirlo— del menemismo.
Hoy, con un escenario totalmente adverso al oficialismo, volver a reflotar lo ocurrido con Sosa traerá nada más que dolores de cabezas a los ocupantes de Casa de Gobierno.
Como botón de muestra, basta rememorar la manera en que los Kirchner suelen esquivar toda discusión posible sobre los fondos de Santa Cruz, un inevitable tópico que regresará en la discusión por el “Sosa-gate”.
Es algo que no tolerarán, principalmente porque embiste de frente contra la concepción que ellos mismos tienen del poder: el continuo aglutinamiento de privilegios, sin rendir explicaciones a nadie, ni siquiera a la sociedad.
Mal que les pese, esa misma sociedad está representada por las personas que los pusieron en el lugar donde están y a quienes deberían dar oportuna cuenta de sus actos.