Con el impacto de una bomba, la noticia horadó la calma en la mañana del miércoles 27 de octubre, cuando la mayoría de los argentinos esperaban al censista. Primero fue sólo un rumor, a media voz que aseguraba que alrededor de las 8 de la mañana sufrió una descompensación cardíaca de la que esta vez no pudo salir. Ya en septiembre pasado había sufrido la, según partes oficiales, obstrucción de una aorta que motivó su internación de urgencia en el sanatorio Los Arcos.
En realidad, según trascendidos, lo que habría sufrido realmente fue un infarto, tan celosamente ocultado por las usinas de información del gobierno de su esposa Cristina Fernández. Ante ese cuadro, muchos especularon con un posible retiro del ex presidente, que obligaría a su obligada defección de la candidatura a presidente para el 2011.
Ayer en la red social Twiter había trascendido que la presidenta se encontraba en El Calafate, aquejada de una gripe viral. Pero en realidad, estaba acompañando a su esposo que se encontraba ya en un estado de salud muy deteriorado. Esto fue a causa según se confirmó hacer minutos, de una crisis provocada por las repercusiones de la muerte de Mariano Ferreyra, ocurrida hace exactamente una semana.
Lo incierto es peor que lo real
Ante lo incierto, existe un temor reverencial difícil de obturar con lógico o inteligencia. En política, esta sensación es diez veces peor. Tanto para un sistema cerrado como el kirchnerista, desconfiado hasta la médula a la hora de que no se filtre ninguna información que, según su particular criterio, pueda perjudicarlos como un boomerang.
Si bien la conmoción es tan grande, que conspira con la intención de efectuar un análisis coherente, la vorágine de los acontecimientos así lo requiere. Pues ahora se abre un abismo de incertidumbre sobre el complejo entramado de la política argentina, hasta el día de hoy bastante definido por su polarización. Es que el estilo de conducción y gobernabilidad de los Kirchner no dejaban mucho espacio para la improvisación, con esa manía de dejar ‘’todo atado y bien atado’’, parafraseando al estilo de Francisco Franco Bahamonde. De eso, esa manía por el control informativo, al nivel que la oficial era elevada al rango de secreto de Estado. Y la otra, obsesivamente controlada por el muerto reciente, que no se le escapaba ni una coma de cualquier escrito referido a él y a su consorte. Tratando de paliar el pasmo, parecido a un tsunami virtual, los medios de noticias mientras se escriben estas líneas tratan de buscar respuestas en medio de tanta incertidumbre, esperando en vano alguna confirmación oficial.
Lo cierto es que este hecho marcará una bisagra contundente en el gobierno de Cristina Fernández, privada de su principal sostén y referente. La gran duda radica es que cómo podrá revertir la extremada división en el espectro político vernáculo, agrandado luego de la crisis del campo en 2008. Ante esto, sería preciso desandar lo andado y convocar a un gobierno de coalición nacional para llegar a buen puerto en 2011. Pero esto requiere de más de un renunciamiento a la hostilidad y a la discordia, deponiendo todo tipo de sentimientos fascistas que lo único que lograrán es imprimir más nafta al incendio. La urgencia de la hora así lo requiere.