Todo empezó el fin de semana pasado. El domingo 24, Néstor Kirchner comenzó a sentir las mismas molestias que había percibido el 11 de septiembre pasado, justo antes de ser intervenido por una afección en la carótida.
Acto seguido, fue trasladado al Hospital José Formenti a efectos de hacerse un chequeo que —se esperaba— sería de rutina. No fue tan sencillo. Los médicos que lo revisaron, le aconsejaron permanecer en reposo dentro del mismo nosocomio, algo que el ex Presidente nunca quiso aceptar.
Frente a su insistente capricho, se le recomendó un “Plan B”: que al menos descansara en su domicilio residencial en “Los Sauces”.
Cristina Kirchner pergeñó en ese mismo instante la excusa de una repentina gripe para poder quedarse a acompañar a su marido. Pero la situación recrudeció al pasar de las horas.
Finalmente, el cuadro se precipitó esta mañana, en el marco de un primer paro cardíaco, lo que obligó a que Néstor fuera trasladado al Hospital Formenti. Eran las 8 de la mañana y el ex Presidente ingresaba fallecido ya al nosocomio.
Después de 40 minutos de vanos intentos profesionales por reanimarlo, se decretó la muerte oficial del ex Diputado. Todo el tiempo estuvo acompañado por Cristina.
Néstor había sido internado en dos ocasiones por problemas cardíacos dos veces este año, siempre por problemas de origen cardíaco. En febrero pasado, fue sometido de urgencia a una cirugía de alta complejidad por una obstrucción en la arteria carótida derecha en
Como sea, la muerte del ex Presidente cambia por completo las piezas que configuran el complejo rompecabezas político de
Por lo pronto, su desaparición de la escena pública, deja tras de sí, no sólo un panorama de orfandad hacia el propio oficialismo, sino también un vacío por la partida del hombre más poderoso de