Hosni Mubarak debe estar pensando en las postrimerías del Shah Mohamed Rezah Pahlevi —quien en enero de 1979 fue eyectado del poder a causa de la ira general de los iraníes que prefirieron una dictadura islámica bajo el manto del ayatollah Ruhollah Khomeini— que seguir siendo maltratados por su tiranía aliada de EE.UU. e Israel. La CIA y el MOSSAD entrenaban a sus eficaces torturadores de la SAVAK, su policía secreta, responsable de delitos de lesa humanidad en su larga opresión. Ante la marea popular desatada, poco le sirvió.

También al dictador egipcio, otro émulo del “Generalísimo” Franco, quien cumple 32 años de poder absoluto, le vendrá a la mente la imagen de otro colega suyo: el malogrado rumano Nicolae Ceausescu, considerado el “rey del comunismo”, quien en la Navidad de 1989 fue barrido del poder a causa de una masiva insurrección popular. Este, como el cascoteado egipcio, cometió la torpeza de sacar los tanques a la calle, los que luego de deliberar y considerar que era mejor cambiar de enemigo, se pasaron al pueblo y juntos aniquilaron a la temible Securitate, la policía secreta del régimen. Ceausescu y señora terminaron ejecutados, a pesar del pedido de clemencia del entonces Papa Juan Pablo II.

Mubarak subió al poder luego del asesinato en 1981 de Anuar el Sadat, considerado también otro aliado clave para los intereses de Washington y Tel Aviv. Su pecado capital fue firmar la paz con su homólogo Menahem Begin en 1979, allanando el camino para una entente feliz que asegurara la vital provisión de petróleo a Occidente. Pero a final de ese año la insurrección iraní tomó de sorpresa a los analistas de la CIA y el MOSSAD, perdiéndose de este modo a un aliado clave en dicha región.

Tres décadas después, luego de la liquidación del ex aliado Saddam Hussein, las autocracias del mundo árabe sienten que les crujen los cimientos, a causa de su soberbia y falta de respeto a los deseos y necesidades de sus pueblos.

Mane, tecel, fares

Una mano misteriosa empezó a escribir en la pared una frase enigmática, aguándole la fiestita al tirano babilonio Baltasar: ‘’Mane, tecel, fares’’. Aterrado, mandó a llamar a sus adivinos a sueldo, pero ninguno acertó a descifrarla. Entonces, alguien le recordó que tenía cautivo a un profeta hebreo, de nombre Daniel. Extraído de la oscuridad de las mazmorras y llevado ante su majestad, le dijo con calma lo que significaba el extraño grafiti: "Mane —dijo— significa: el Señor ha contado los días de tu reinado, y tocan a su fin; Tecel: has sido puesto en la balanza, y se ha encontrado tu peso muy ligero; Fares: tu reino ha sido dividido y repartido entre los medos y los persas".

Aquella misma noche los medos y persas entraron en Babilonia. La ciudad fue saqueada y en ella Baltasar halló la muerte."

A Mubarak le está pasando exactamente lo mismo, pero son muchas las manos que escriben que en la balanza del destino su peso es demasiado ligero. Aunque Barack Obama dijo que en su corazón abriga sentimientos de simpatía a esta rebelión, no se debe esperar que se ponga diametralmente en contra del complejo militar industrial que considera a Egipto como un aliado demasiado importante como para dejarlo en manos de unos imprevisibles rebeldes.

Para colmo, que estos bien pueden ser —como lo advirtió su preocupado socio israelí— dirigidos por los integrantes de la Hermandad Musulmana, quienes buscan que esta rebelión se torne una revolución islámica radicalizada al estilo iraní. Durante décadas estos regímenes sumamente opresivos y antipopulares permanecieron en el poder gracias a este paraguas protector estadounidense-israelí, que lo protegió de las diferentes tormentas políticas.

Como muestra de esta situación, es conveniente ver y repensar la película Syrianah, un auténtico fresco de las relaciones de poder en estas naciones, donde quienes llevan la voz cantante las monarquías empapadas de petrodólares, aliadas con los empresarios tejanos y protegidas por las armas adquiridas en EEUU e Israel. Allí un intento reformista es cortado de cuajo, en la persona de un joven príncipe quien pretendió la herejía de sacar los pies del plato. Y ganan los malos.

Pero como siempre, la historia se repite cuando los idiotas no la leen, siendo peor si se trata de dictadores que pretenden pasar a la posteridad como los supremos padres de sus maltratadas patrias.