Blanca Armentano nunca pudo ser feliz. La muerte de su hijo Poli jamás dejó de influir sobre su persona y eso podía verse en la contínua tristeza de su mirada. La desaparición de su vástago era una permanente y pesada carga en su existencia y, para ella, su esclarecimiento era la única razón de vivir.
Recuerdo a Blanca con esa mirada tan especial que tenía, siempre pareciendo pedir ayuda. Su voz se quebraba al hablar de su hijo y sus palabras invocaban indefectiblemente a la interminable esperanza que tenía de hacer justicia.
Pocos saben que, desde hace algunos meses, Blanca estaba en Buenos Aires, tratando de reavivar la causa judicial por la muerte de su hijo. Yo tuve la oportunidad de conocerla poco antes de sacar mi libro Poli Armentano, un crimen imperfecto y me pareció una gran mujer, apasionada en su pelea personal y con una energía que nada tenía que ver con su edad. Blanca era realmente incansable.
Sólo la muerte pudo con ella, en un momento en el que aparentaba haber una luz de esperanza en un expediente que durmió durante más de 10 años junto al cuerpo de su hijo Poli.
Esta nota es un homenaje a ella, una especie de catársis por el ingrato llamado que me despertó esta madrugada para decirme que ella había pasado a mejor vida.
Por qué no... un desquite personal.
Poli, un caso testigo
Recordemos que esta causa tiene que ver con la muerte de Poli Armentano el 20 de abril de 1994, quien fue asesinado de un certero disparo en la cabeza a pocos metros de su casa en la esquina de Demaría y Sinclair. Horas antes había compartido una cena en el restaurante El Mirasol con Guillermo Cóppola, Ramón Hernández y otros oscuros personajes del entonces entorno menemista.
El caso Armentano es, quizás, el ejemplo que traza la radiografía más acabada de lo que fue la mafia vinculada a la política y las drogas en nuestro país. Se trata de una muerte que dio comienzo a los hechos de violencia más impresionantes que nos tocara vivir en la historia vernácula de los últimos 20 años.
La muerte de Armentano ha rozado a personajes más que importantes de la política local y fue la bisagra que permitió ver cómo Argentina de a poco se empezó a transformar en Colombia, sin permitir que hubiera vuelta atrás.
Mientras la opinión pública habla de guerras de vedettes y los cien motivos por los que Maradona debe ir a vivir a Cuba, esta causa judicial está a punto de prescribir sin que el periodismo se interese en ella, aún cuando hay numerosos elementos de análisis y algunas pruebas contundentes que señalan a los reales culpables de semejante magnicidio.
Hace algunas semanas, este periodista intentó revertir la situación del nombrado expediente pidiendo a la justicia que lo cite a declarar en la causa.
A tal efecto, quien escribe estas líneas, se ha presentado el día 20 de agosto de 2004 en el juzgado de instrucción Nº 25 a cargo de la jueza Mirta López González y relató todo lo que había averiguado luego de más de dos años de investigación y cincuenta y tantas entrevistas realizadas.
Fue un momento realmente revelador.
Drogas y menemismo
Cuando estuve sentado frente al secretario del juzgado dije, sin demasiadas vueltas, quiénes eran los responsables tanto material como intelectual de la muerte de Armentano, en el marco de un negocio trunco de estupefacientes que llegaba hasta lo más alto del gobierno de Carlos Menem..
Según algunas fuentes de información personales -una de las cuales revelé en mi declaración- a Poli Armentano le habían propuesto la noche antes de morir un negocio relacionado con la distribución de drogas en sus locales bailables, que estaba respaldado por el entonces presidente Menem y representado en las personas de su secretario personal, Ramón Hernández y su jefe de custodia, Guillermo Armentano.
En la famosa última cena de Armentano con Guillermo Cóppola, Hernández y otros impresentables, la negativa de Poli de ser distribuidor de narcóticos selló su suerte y finalmente le costó la vida. Cóppola ofició de coordinador y uno de sus sicarios, Diego Corzo, le pegó el tiro de gracia.
Poco después de la muerte de Poli, algunas personas relacionaron su asesinato con deudas que nunca había saldado, lo cual no es real. Veamos.
Pocos saben que, cuando Armentano partió hacia la última cena, estaba obsesionado con la idea de adquirir las discotecas Caix y Pachá y montar un gigantesco centro de diversiones en la Costanera, con el auspicio de la cervecera Brahma. La empresa brasileña se había comprometido a aportar 4 millones de dólares en cuotas mensuales durante cinco años.
Como ese dinero era insuficiente, Armentano estudiaba vender el contrato a Ramón Hernández, el más poderoso de sus comensales, por 2,5 millones al contado.
Concluyendo
La causa Armentano tiene demasiados interrogantes que esperan ser develados y que no tiene explicación alguna. A nadie escapa que, cómo suele suceder en muchos crímenes, las últimas horas de la víctima deben ser consideradas cruciales. En esta causa eso no ha sucedido. Nunca se investigó a fondo los últimos movimientos de Armentano ni se llamó a declarar jamás a los tres comensales más sospechosos que estuvieron con Poli en la fatídica cena: Ramón Hernández, Guillermo Armentano y Juan Carlos Guglietti, tres enigmáticos personajes que de la nada pasaron a manejar intereses muy pero muy importantes.