Lo que adelantamos muchas veces en algunas columnas que escribimos con anterioridad, aún cuando la idea de las elecciones primarias no había florecido en la cabeza de Zanini y De Vido, se vio reflejado el 14 de agosto. La oposición, tanto nacional como provincial, sucumbió a su propia inconsistencia. Más allá de eso, las elecciones de octubre prometen ser distintas por lo que hay en juego. Error de los partidos es hacer del resultado del 2009 (favorable a la UCR) y del último domingo (favorable al oficialismo), una ecuación matemática. En ambos casos (nación y provincia) el voto desequilibrante será, como otra veces, el voto independiente.
Sostengo que el resultado de las elecciones primarias no refleja la realidad de lo que pretende la gente en materia de gobierno; aquello fue una suerte de castigo a la incoherencia de una oposición previsible, dispersa, inconsistente, redundante y cuaternaria. Si bien el kirchnerismo vive exultante el triunfo por el 50%, lo que entiende viene a plebiscitar la gestión de Cristina, el voto del domingo 14 fue un voto de miedo por lo que implican los personajes que tratan de oponérsele a un gobierno que tiene enormes deficiencias, que de hecho marcamos y seguiremos criticando, pero sostiene la economía en medio de una crisis generalizada y el ciudadano medio opta por la situación de un bolsillo magro pero seguro, a la incertidumbre que presenta el arco opositor, sin propuestas, sin planificación y sin sentido de la orientación política ni partidaria.
Después del vendaval eleccionario, las débiles fuerzas de la oposición quedaron absolutamente diezmadas y prácticamente representando un ridículo cuadro conformado por restos de partidos políticos que alguna vez soñaron alcanzar el poder a costa de las penurias de la viuda, que más allá de debilitarse, salió fortalecida y hasta mejorada en su estándar político, luego del fallecimiento de Néstor Kirchner.
¿Es todo esto, entonces, atribuible al éxito del Gobierno o a la fallas de la oposición? Hay un poco de cada cosa. Cristina afianza su poder a través de una administración que luce bien, en medio de una pandemia mundial y los que pretenden desbancarla en las elecciones no muestran nada, excepto caras que profundizan la diáspora del elector independiente, como ver a Carlos Ruckauf apoyando a Duhalde, a Storani hablando del nuevo radicalismo o a Patricia Bulrich, pretendiendo dar una cátedra de ética política desde la CC-ARI. Y entonces el voto se desperdicia. El 50% queda cautivo del status quo; nadie quiere cambiar por la incertidumbre que inspiran los que ya conocemos, quienes nunca supieron hacia donde ir cuando ejercieron el poder y recalan en el oficialismo. El otro cincuenta por ciento se atomiza. Hecho partículas vuela por los partidos que apuestan a contar con el favor de la gente y la dispersión es tal que el último domingo los “grandes opositores” del gobierno lograron no más de un 12% y en la mayoría de los casos no llegaron al 5%.
Pero las elecciones de octubre implican otros compromisos y el oficialismo no debería hacer de esos resultados una ecuación política tan lineal: “si ahora ganamos por algo más de 50% en octubre la brecha va a ser mayor”. ¿Qué le hace pensar a la presidenta que cuando haya que elegir candidatos, muchos de los extrapartidarias que apoyaron su lista en las primarias, para no cederle terreno a otros partidos, van a votar por ella? Además, ¿qué le hace pensar a la presidenta que no habrá un corte de boletas que no se dio en las elecciones pasadas, que eran solo para acomodamiento de los partidos que van a competir en las generales?
En Santa Cruz pasó algo similar. La oposición desapareció, diezmada por la baja calidad de los candidatos y el oficialismo ganó arrastrado por la boleta encabezada por CFK. No hay dudas que de haber ido solos, como legisladores, Metaza y González, la cosa hubiese sido mucho más pareja. Sin embargo la oposición en la provincia no mostró nada novedoso. La UCR repitiendo fórmulas y nombres, más abajo en diputados resurgiendo gente que ya ha ocupado cargos políticos en otro momento y no se lo recuerda por (precisamente) su producción legislativa y entonces el votante medio, el independiente, aquel que no quiere votar al oficialismo, tampoco le puso el voto a la UCR y derivó en partidos con candidatos tal vez aún más desconocidos, pero que contaron con el beneficio de la duda popular, como es el caso de Encuentro Sur, por ejemplo.
No obstante, habrá que ver cómo se perfila la opinión pública de cara a octubre. En el plano provincial la lucha se concentrará entre Eduardo Costa y Daniel Peralta, pero ninguno puede solventar su capital político sobre la base de los “últimos triunfos” partidarios, Costa en el 2009 y Peralta en el 14 de agosto último. Son elecciones diferentes, con rango de importancia distintas una de otra y donde es muy difícil que la militancia (tanto de la UCR como del PJ) desvíe sus votos hacia un candidato que no sea de su propio partido (como pasó en el 2009). Por lo tanto, el voto desequilibrante va a ser el independiente y tal vez, por mínima diferencia, sea ese votante el que decida qué modelo de provincia va a elegir para los próximos 4 años.
Rubén Lasagno
OPI Santa Cruz