El sistema democrático tiene una peculiaridad, más bien una característica distintiva con respecto a otros sistemas políticos, que es que el pueblo, la ciudadanía, es la que elige a aquellos que serán sus dirigentes durante un tiempo determinado.
En nuestro país, desde el nuevo período democrático iniciado en el año 1983, los argentinos elegimos, para bien o para mal, los líderes que conducirán la nación, ahora, en una elección preliminar, por un nuevo lapso de cuatro años.
En estas, las primeras elecciones primarias que se realizan, el oficialismo se impuso con un 51% de los votos. Un triunfo aparentemente claro, contundente y terminante.
Pero también absolutamente sorpresivo. Este guarismo sorprendió inclusive al cristinismo. ¿Habrá habido fraude? ¿O los argentinos se volvieron locos?
El primer interrogante es muy probable. Los Kirchner inexorablemente obran de mala fe, mienten, engañan descaradamente, tergiversan y falsean la realidad. Utilizan cualquier medio para el logro de sus fines. Es casi una fija que haya habido fraude, porque de ello depende que gran parte del Gobierno no termine con sus días en una cárcel estatal, y por ello, harían cualquier cosa para escapar al “…que Dios y la Patria se lo demanden”.
Con respecto al segundo interrogante, después de haberlo medito largamente caigo en la cuenta y lo confieso verdaderamente avergonzado, mi grave error de apreciación y de concepto.
El pueblo jamás se equivoca. La voluntad popular es inapelable y en consecuencia no tiene que rendirle cuentas a nadie de su comportamiento en las urnas.
Más de la mitad del país, a lo largo y ancho de su extensa geografía, apoya la gestión gubernamental de Cristina Kirchner. Su victoria fue contundente y abrumadora.
Más de la mitad del país está de acuerdo con su política con el campo, con la forma autoritaria y personalista de Cristina de conducir a la nación como si fuera una pertenencia particular, de su “capitalismo de amigos”, de su política prebendaria y su agresiva confrontación permanente.
Más de la mitad del país no le importa ni le saca el sueño, el escándalo de las Madres de Plaza de Mayo, los asentamientos irregulares en Jujuy, los oscuros manejos del ex secretario de Transportes Ricardo Jaime, la enorme cantidad de presos políticos sin juicio y sin condena, los 550 millones de dólares que se fugaron sin destino cierto de la provincia de Santa Cruz, la valija de Antonini Wilson, el escándalo de los medicamentos, la inseguridad, y delincuencia, el vaciamiento de la Anses y otros fondos públicos para las necesidades partidarias del Gobierno, las permanentes quejas de los jubilados y pensionados, las falencias de la educación y de la Justicia, para mencionar solo unos pocos ejemplos, en los cuales nos hemos quejado sin causa ni sentido.
A nadie le preocupa en lo más mínimo la destrucción de las FF.AA. y la indefensión en la cual se encuentra el país, ni el atropello a las leyes y a la Constitución ni la escandalosa y descarada corrupción estatal.
Todo lo mencionado son simplemente anécdotas o hechos sin importancia que no tienen peso ni significación, ante los extraordinarios aciertos de este gobierno: el futbol para todos, el pan a $2.50 el kilo y la enorme cantidad de planes sociales y “planes para todo”, entre otras muchas importantes decisiones gubernamentales que benefician a la ciudadanía.
¿Quién soy yo para no concordar con el Gobierno y la mayoría del país? Es evidente que estoy absolutamente errado en mis apreciaciones y evaluaciones.
Creo que fui una cándida víctima de las patrañas y falsedades de las editoriales de periódicos como Clarín y La Nación y otros diarios opositores.
También de analistas políticos, periodistas, opinólogos y comentaristas de radio y televisión, mediocres, malintencionados y tendenciosos como Mariano Grondona, Eduardo Van Der Kooy, Nelson Castro, Jorge Lanata, Jorge Asís, Carlos Tortora, Alfredo Leuco, Ricardo García, Pepe Eliaschev, Marcelo Longobardi, Carlos Manuel Acuña, solo para mencionar a algunos.
No están ausentes de esta diatriba disolvente, economistas como Roberto Cachanovsky, Néstor Sibona, Carlos Melconián, Roque Fernández, Ricardo López Murphy, Martín Lousteau, Alfonso Prat Gay, Gerardo Della Paolera, José Luis Espert, Miguel Ángel Broda, entre muchísimos otros.
En realidad casi todos los analistas políticos y economistas de renombre buscan poner palos en la rueda del gobierno. ¡Casi pareciera que existiera una peligrosa confabulación anti cristinista!
Pese a todo, la presidente se impuso arrolladoramente. La mayoría de los argentinos de todos los sectores del quehacer nacional le dieron un espaldarazo de apoyo.
El rotundo triunfo de Cristina también trajo otros beneficios para la maltrecha política argentina.
Prácticamente sacó del escenario político nacional, esperemos que sea en forma definitiva, a dirigentes absolutamente perimidos y fuertemente cuestionados como Ricardo Alfonsín, sin carisma ni experiencia política ni de gestión alguna, una pésima réplica de la imagen de su fallecido padre, a la popular pitonisa y frustrada futuróloga, Elisa Carrió, que no alcanzó a vislumbrar el rechazo generalizado de las predicciones de su bola de cristal, al saltimbanqui pelirrojo Francisco De Narváez que le resulta totalmente indistinto postularse para presidente o gobernador o ser radical o peronista (y ahora también cristinista).
También a Eduardo Duhalde, única opción alternativa, fiel representante del político del pasado que tantas veces la ciudadanía condenó al “... que se vayan todos”, con una pesada mochila de antecedentes negativos. Pese a ello le corresponde el mérito de haber entregado el poder al matrimonio Kirchner que tanta aceptación popular tiene y que tanto hizo y hace por el país.
El hecho que el ex presidente Carlos Saúl Menem, principal adversario del Gobierno, casi enemigo, que fue vituperado, denigrado e insultado a más no poder por el matrimonio gobernante, no solo se haya convertido al oficialismo de Cristina Kirchner, sino también haya exaltando públicamente sus virtudes y aciertos, me indica que evidentemente yo estaba totalmente desenfocado en mi apreciación.
Es evidente que yo estaba equivocado en mi postura política. No quiero entrar en el insólito exabrupto del cantante Fito Paez de insultar a la mitad de los habitantes de la Capital cuando mencionó su asco para los que votaron a Mauricio Macri.
No obstante mis convicciones y apreciaciones a la luz de este resultado electoral, no puedo menos que expresar mi repudio y asco a mí equivocada posición, contraria al interés y deseo de la mayoría de los argentinos. Tómese lo expresado como un mea culpa.
Probablemente también sean equivocados y erróneos mis convicciones y valores. Afortunadamente aún puedo conservar la religión católica sin ir en contra de la “mayoría” de los argentinos y de “nuestro” renovado gobierno.
Lo único que lamento es que no me encuentro comprendido dentro de esa enorme masa de argentinos, que bajo el paraguas protector del oficialismo, reciben excelentes beneficios por su clientelismo incondicional.
Alfredo Raúl Weinstabl