Desde hace muchos años, en nuestro país se viene debatiendo sobre la cuestión de los subsidios. Se toma el término “subsidio”, en general, a fin de caracterizar el acto económico por el cual el Estado (todos/nosotros) decidimos en un marco de mayor o menor legalidad intervenir en el mercado.
El mundo hace uso de los subsidios. Todas las doctrinas económicas hacen mayor o menor hincapié en la cuestión de estas intervenciones. Algunos los demonizan, otros los alaban, y algunos los consideran la base de la economía moderna (o su destrucción, según otros). Prácticamente en el mundo no debe quedar economía que, en general, haga aplicación de alguna (aunque sea mínima) política heterodoxa y en consecuencia, saque a tallar alguna política subsidiatoria de algún pelaje.
En nuestra Argentina, país especial si los hay en el orbe, hemos aplicado a lo largo de todos los tiempos y todos los gobiernos la cuestión de los subsidios. Subsidiadores han sido los radicales, aún en tiempos de ortodoxia extrema, y grandes subsidiadores han sido los peronistas, quienes ya en tiempos en los que hubieron de caer todos los mitos al respecto (luego del crack de los años ´30 y de la aplicación del New Deal en EE. UU., se elevó la figura de Don Lord Keynes).
Si bien la fama de los subsidios es tirando a mal, peor es la fama de las políticas liberales o neo liberales (término bastante impreciso, usado mucho, en los últimos años).
Nosotros los argentinos, que hemos construido una fama de exageradores y exagerados a ultranza, a capa y espada, también hacemos una exageración mediterránea de todo, casi sur-italiana, prácticamente, una comedia de grotescos al mejor número de Sordi.
¿Qué uso hacemos los argentinos de los subsidios, y de las intervenciones de mercado?
Los argentinos nos caracterizamos por pasar de una economía aún más abierta que la de los EE. UU. (años ´90) a una economía en donde el Estado interviene en casi el 43% del PBI. Después decimos que “no somos exagerados” y esperamos que los ahorristas (externos e internos) no se fuguen, en lo local, o hacia el exterior.
El gran caballito de batalla del régimen kirchnerista es y ha sido, basar las políticas activas y las sociales en el despliegue de subsidios (directos, indirectos, cruzados, sobre los costos, sobre los combustibles, sobre la generación o distribución de luz, sobre las jubilaciones y sus aportes, sobre las obras sociales y el sistema de salud, sobre los ingresos, sobre el desempleo, sobre los mercados productivos, granarios, etc. etc.)
En concreto, no es la intención hacer aquí una descripción o una caracterización de enorme cúmulo de la intervención del Estado en la economía, (la cual es justificable en algunos casos, y no justificable en otros) sino el tratar de desmitificar algunos aspectos que se han sellado a fuego con definiciones ideológicas que poco distan de la realidad, o, sencillamente, guardan la perversidad de esconder el sentido real, diametralmente opuesto al que el discurso (o “construcción del relato”) le asigna. Veamos:
1- El mito del subsidio alimentario como “aliento” a la producción e inserción social.
Uno de los mayores mitos que se escuchan, es que los subsidios alimentarios hacen descender la desocupación, por una parte, y hacen aumentar la producción, por otra.
En el primer caso el argumento es realmente perverso.
Crear estadísticas incorporando a personas desocupadas en el listado de “ocupadas” por el simple hecho de percibir alguno de los tantos subsidios que se otorga en los distintos planes (que crecen como hongos, de manera totalmente desorganizada, por de pronto) en principio no logra crear ningún empleo real, tomando la definición de “real” como la inexistencia de autosustentación de dicha remuneración, salvo el mismo sofisma de su creación.
En concreto, desaparecido el subsidio, la persona que percibe el “ingreso” quedará aún más desocupada que al momento de comenzar a percibirlo, y, encima, con una edad mayor, con lo cual sus posibilidades de empleo real se verán disminuidas.
Esta realidad hubo de exponerse en el proyecto de
El establecimiento del “Incini trucho K” por decreto, por parte de la presidente Fernández-Wilhelm, no cuenta con el carácter de generalidad (no se otorga a todas las madres/familias con hijos, deducibles de impuestos, o reasignables a salario familiar, en los casos de familias pudientes) ni de trasparencia, ya que opera a través de intendentes y punteros mayormente oficialistas).
Asimismo, logra el efecto no solo estigmatizador (credencial oficial de vago) sino de disuasor de futuras oportunidades laborales, dado que las condicionamientos del decreto implican “no trabajar”. Esto último es un certificado de maldad casi repulsivo. Cientos de cosecheros sanjuaninos y mendocinos temieron “cochavarse” en esta última vendimia, durante marzo último, por temor a perder los subsidios.
En consecuencia, tampoco el subsidio logra promover la producción, y provoca el efecto opuesto a la finalidad que, supuestamente, pretende conseguir. No integra, discrimina al subsidiado. No solo eso, alienta el “golondrineo” desde Paraguay, Bolivia y Chile. Al existir falta de mano de obra en la vendimia, la tarefa en Misiones y Corrientes, la recolección del algodón en Chaco y Formosa, el poroto en Santiago, el tabaco en Salta, etc., etc.
2.- El mito del subsidio al consumo hacia los sectores populares.
Otro de los grandes mitos y pavadas que hemos inventado los argentinos, es el de repetir como loros que los subsidios al consumo se vuelcan en los sectores “más desprotegidos y más vulnerables”. Mito.
Cualquiera podrá ver que los subsidios a la energía eléctrica y el gas, son en realidad un subsidio a las clases medias y altas, y en menor medida, a los sectores populares.
En primera medida, los más excluidos no cuentan con luz eléctrica interconectada (zonas rurales, pueblos del interior que se auto proveen de luz, o por ejemplo en Entre Ríos que se autoabastecen de bio-gas). Tampoco dichos grupos sociales se encuentran en gran medida conectados a la red de gas natural, en especial el Litoral que nunca la tuvo.
Casualmente, el gas envasado, no cuenta con un subsidio real, salvo que se crea que la distribución de “garrafas sociales” exista más allá de los diarios, los decretos y las horas de publicidad “K”. La garrafa social no se consigue prácticamente en ningún lado, y donde se llegue a conseguir, no pesa
Por otra parte, los criterios de fijación del valor de KW está dado por la masividad de la distribución entre cantidad de consumidores (más barato, cuanto más grande sea
Así, los pueblos chicos —de pocos recursos en muchos casos— pagan tres, cuatro y hasta cinco veces más que una familia de las zonas mejor acomodadas de Buenos Aires.
Este criterio de mercado, aplicado en los “malditosh” años ´90 no solo se ha confirmado, sino promovido.
En concreto, una familia tipo misionera o correntina pagará unos 300 pesos de luz, y unos 400 de gas envasado de manera bimensual, mientras que una familia porteña pagará (por la misma cantidad de consumo) unos $75 de electricidad y unos $45 de gas. Esa es la “justicia subsidiatoria” actual del kirchnerismo.
Respecto a los combustibles, la situación no dista mucho, se fijan subsidios (precios máximos de las naftas súper) a los que tienen automóviles, y no se promueven los ferrocarriles. Al respecto, el Estado no ha hecho inversiones que representen la llegada de los trenes a la mayoría de las provincias, y sí a las de Capital y Gran Buenos Aires se transforma en fácil cosecha de jugosos votos, y cocina a fuego lento el fraude de los punteros.
En consecuencia todas las provincias sostienen el beneficio subsidiatorio de pasajes ridículos ($0,75 y $0,80 en trenes suburbanos de Buenos Aires, mientras que los trasportes de larga distancia se encuentran casi desregulados, al punto ridículo de que, por ejemplo, un viaje idea y vuelta a Puerto Iguazú, Misiones, cueste entre $700 y $880, mientras que el de avión cueste entre $1.070 y $1140.
En definitiva, la distorsión de los precios relativos resultan ser un factor de desinversión, despilfarro por consumo y erosión de las cuentas públicas. Y la perversión del “consumo de los pudientes”, subsidiado.
3- El mito del subsidio como política “popular”.
Quizá el aspecto más trágico es la consabida idea de que el subsidio social, y en menor medida, el precio relativo retocado para pobres, sean políticas sociales.
La izquierda ha dicho, desde todos los tiempos, que la lucha de los trabajadores era por la inserción de sus decisiones en los medios de producción. Algunas facciones de dicha izquierda avanzan, con lógica, exponiendo que la clase obrera no solo debe intervenir dentro del sistema productivo (y de allí al sistema político) sino, directamente, apropiarse de los medios de producción.
¿Dónde entra la política de subsidio como una política popular entonces?
Muchos dirán que el peronismo hizo de su gobierno un eje mediante la “ayuda social”, y será verdad, pero en paralelo, también generó un capitalismo de Estado y una condición jurídica equiparadora (integradora de clases, no clastista como la actual) dentro de una economía planificada que se proponía aumentar en plazos pre acordados la cantidad de obreros, empleados, y otros trabajadores dueños de vivienda.
Dicha política planificada, implicaba la mecanización del campo, la creación de industrias (con proteccionismo, un modo de subsidio orientado) y de empleos reales y por último la obra pública planificada, autogestionada y tercerizada.
Entre los países más liberales del mundo (y, en consecuencia, menos subsidiadores, y con menos políticas sociales) puede econtrarse a
Claro, también aplicó las leyes más duras contra los que no se “auto-eliminaban” con dichos subsidios… sabía que debía fomentar la inversión de los pequeños empresarios para salir de la tremenda crisis que había hundido a Inglaterra en los fines de los ´70, y los creadores del empleo son los pymes y minipymes (allá, acá y en
4- El mito del igualitarismo.
Quizá nuestro país sea uno de los países menos igualitarios en lo social del mundo.
Ni mirar el sistema de distribución de los impuestos federales (coparticipación). Allí somos los “campeones de la desigualdad”.
Sin embargo, el gran logro K ha sido convencer en el “relato” (o sea el cuento) que sus políticas son muy igualitarias.
Igualitarismo es tener educación igualitaria de excelencia y de acceso libre para todos. Hoy, el sistema burocrático educacional (gerentes sindicales, políticos locales, etc.) han transformado la escuela pública en una escuela “para pobres”. La clase media, o aún la clase obrera que puede pagar, a lo menos $300 por mes, optan por una escuela confesional, y optaría por una privada, pero no lo hace porque sencillamente no puede pagarla.
Si un trasnochado estatizara todo el sistema educativo nacional desde pre escolar hasta el último año de nivel secundario, tendríamos automáticamente un déficit de no menos del 70% de oferta, tanto edilicia como docente. Hoy, la “educación pública igualitaria” forma parte del “relato K” y es uno de los mitos mejor construido y nunca verificado.
Igualitarismo, también, es no ser estigmatizado urbanísticamente, o regionalmente. No es “igualitario” convencer a una persona de que, porque se le “abra una calle” en la villa en la que vive eso lo vuelve igual… Igualitarismo es poder ir a un banco de fomento de la vivienda, que hoy no existe, y obtener un crédito, a pagar con un ingreso decente y productivo, integrado a una economía real y estratificada.
Hoy, el Banco Hipotecario, la gran experiencia argentina de los años ´60 hasta los ´80 ya no es estatal, la privatizó Menem y su amigo Kirchner lejos de reestatizarlo (o reemplazarlo) se lo hizo comprar a un “empresario amigo” para que financie compras de “plasmas”.
En concreto, igualitarismo es darle un crédito al “laburante”, y no subsidiar a Hebe Bonafini y Milagro Sala.
Igualitario es poder tener el crédito a pagar a 30 o 40 años una casa dentro de una ley igualitaria, y no la colocación de una familia en una situación de casta inferior, o la humillación de tener que ir a actos o marchas oficialistas, o tener que soportar cursos de marxismo u otros enjuagues de cabeza similares pretendidos por gente advenediza y cómplice del poder.
¿Por qué el Estado no lo hace? ¿Porqué permite la fuga de capitales, cuando podría, fácilmente, atraer esa gran masa de dólares que hoy inexorablemente se fuga a los colchones, al exterior, o a cajas de seguridad (8.000, 10.000 millones de dólares se esconden por año)? Fácilmente se fondearía un banco de construcciones mediante cédulas hipotecarias, asegurando el valor de los ahorros del “chiquitaje” que reserva a una tasa del 5% o 6%, y de esa manera se evitaría la compra masiva de dólares que hoy impulsan el valor hacia arriba y hacia la fuga cuando en todo el mundo, y en los países vecinos, el dólar baja.
Así, se podrían construir en 10 años no ya las 800.000 viviendas de los años ´50, sino tres o cuatro millones, dado que somos tres veces más que hace 60 años.
¿Qué hacemos los argentinos entonces? ¿Nos parecemos a la izquierda, al populismo de Perón, o nos parecemos a Margaret Thatcher?
Un poco de historia
La contradicción entre trabajo y subsidio no es una paradoja de nuestro tiempo, ni mucho menos. Sí emergente del análisis sociológico con los marxistas, que en algunos textos saben remitir a los finales de
Este debate de “trabajo vs. subsidios” ya se daba hace 2.100 años en Roma.
En la República romana, los romanos no propietarios tuvieron primero que luchar por la ciudadanía, y luego, por la condición de acceso a las magistraturas y al “Cursus Honorum”. Muchos no tenían tierra (condición sine qua non para la gloria de las armas, reservadas a los arraigados).
Hacia el año 130 (A.C.) se produjeron las reformas de los hermanos Tiberio Sempronio Graco y Cayo Sempronio Graco. Como Tribunos de
Los latifundios fueron impulsados indirectamente, no solo por la ambición de aquellos nobles Senadores, sino, por la prohibición del comercio, actividad inmunda para el Estado romano, y en consecuencia, para los que resultaban sus representantes, y que sostenían sobre sus espaldas el peso de la legislación. Como ello se les prohibía, se dedicaban a acumular tierras y gozar de las rentas o producciones. La vida rural no les interesaba mayormente, por la rusticidad de las fincas, y las daba a trabajar, lo que generaba el odioso sistema de campesinos sin tierra.
En concreto, con los Gracos primero y con Mario después, se estableció un reordenamiento primero de la especulación, y un reparo de tierras luego, en pos de una mayor y mejor producción, y para evitar los latifundios.
Sin embargo, el error de pretender un tercer mandato por parte de Cayo, lo hizo caer en desgracia. También sufrió el enfrentamiento entre la plebe rural y la plebe urbana. Los primeros pretendían que el precio del grano no se debilitara por el ingreso de riquezas y alimentos de las invasiones encabezadas por los “ecuestres”, o sea los nobles, mientras que los segundos, la plebe urbana, pretendía asegurar el grano cotidiano, en cantidad y calidad, para satisfacerse ellos y sus familias.
Por último, en tiempos de Mario, los Populares cometieron dos errores esenciales, como son el dictado de la “Lex Frumentaria” (reclamada por los proletarios urbanos, impedidos de tomar las armas por su condición, hasta ese momento dado que no podían tomar conquistas ni tierras en el extranjero) La “Lex Frumentaria” aseguraría a los proletariados el reparto de grano en una cantidad y tiempo previsible, al mismo tiempo que se fueron debilitando las bases, tanto de la soberanía (popularización del uso de las armas militares y de la ciudadanía) como de la representación popular, al punto que
Las reformas de los Gracos y Cayo Mario fracasaron, en definitiva, por lo difícil de mantener a las diversas clases sociales unidas (acuerdo de clases), logrando una justicia distributiva, y evitando su enfrentamiento. Los nobles (nobilitas) darían el golpe sobre los populares, asesinándolos en masa, y se producirían las “guerras civiles” de los años 135-132, 104-103, y 73-71 (A.C.).
Fracasó el “Partido Popular” al punto que el mismo Mario terminó tomando una posición ambigua, oponiéndose tanto a la “Lex Frumentaria” como a la “Lex Tabularia”, con el argumento, bastante razonable, que ni el reparto de grano traerá beneficios, ni los votos del Senado dejarán de comprarse por parte de los nobilitas por el simple hecho de ser secreto, y no “argumentado”.
Como final de fiesta, su sobrino político Cayo Julio César dio por tierra con la institución Republicana, y su hijo adoptivo Augusto (luego Octavio) se declararó Emperador, Pontifex Maximus y líder de los populares, sin responder al Senado, el que quedará como una figura decorativa, o de reserva.
Los Julios permanecieron 150 años en el poder, sin usar la palabra tabú de los romanos: “Rex”, pero en definitiva, lo eran. Y los proletarii se transformaron en soldados, mercenarios, y no volvieron a ser trabajadores porque vivieron de la esclavización de los extranjeros.
Todo esto, muy similar a lo ocurrido con la familia Bush en los últimos años, en el ocaso del imperio americano.
Corolario
Las únicas políticas sociales realmente “populares” resultan ser las que impulsan la producción, el crecimiento, el desarrollo de una nación, y, también como consecuencia, el empleo productivo y decente.
Tanto la izquierda como la derecha han reducido sustancialmente sus diferencias, a nivel mundial.
Los sectores populares deben asumir sus acciones dentro del sistema productivo, y no ser excluidos del mismo con “relatos extraños”.
Así, los marxistas, quieren hacer valer la mano del hombre sobre la producción y la tierra, y los derechistas la condición del productor nacional, y del campesinado propietario. Dos visiones sobre el mismo punto.
Lo único que libera, en definitiva, es el trabajo, no el subsidio, dado que lo único que crea virtud es la creación humana, a través del mismo, ya sea de bienes, servicios, arte, etc. (1)
La ideología actual (kirchneroguevarista), ha clavado la daga sobre el alma del ser argentino, profundizado la desacralización de la sociedad, y como consecuencia, ha arrastrado a las masas populares a un positivismo tan retrógrado que la escupe por fuera de la doctrina humanista, y profundamente cristiana, que, en definitiva, es la del movimiento nacional y popular que hubo de dar base a la ideología argentina: el Justicialismo. Y “lo ha hundido” porque lo ha degradado a la condición de la satisfacción rumiante, individual, antisocial.
El trabajador socializa, el subsidiado no.
El subsidiado es individualista, el trabajador modera sus caprichos subjetivos en la medida de su condición social y gremial, colectiva.
Asegurado el ingreso, como le pasó a los Romanos proletarii de
Así de mal estamos.
José Terenzio
(1) Concepto del Dr. Alberto Buela en su artículo “El trabajo libera, el subsidio, aliena”