Hablar del fin del mundo siempre resulta atrapante y hasta suele vender bien. Es un tema que atrae a las masas sociales de cualquier tipo de extracción social: altas, medias y bajas. Es que la finitud que representa el inevitable fin existencial, es parte de la angustia de lo intrínseco del ser humano. Es una condición que identifica a todos los seres vivientes, sin distinción.
No pocos avivados se aprovechan de esto último y lucran con el temor ajeno, llegando a extremos insólitos. Hay quienes fuerzan supuestas profecías de personajes de la talla de Nostradamus o de civilizaciones como los Mayas, y hasta quienes inventan directamente su propio fin del mundo. Todo es válido a la hora de insuflar miedo y aprovecharse de lo que ello a su vez provoca.
A lo largo de los siglos, se han echado a rodar las más disparatadas teorías sobre cómo eventualmente acabaría el mundo. Meteoritos que caerían sobre la Tierra, mares que ahogarían a las ciudades y hasta la implosión misma del planeta. Nada les ha quedado por profetizar a los agoreros del apocalipsis.
Sin embargo, el tiempo ha transcurrido y el mundo gira como siempre, sin que nada haga que varíe su órbita, ni siquiera el cambio de siglo, ocurrido hace más de una década. Hay que mencionar que en el paso del año 99 al 2000 hubo gran cantidad de personas que se quitaron la vida a efectos de evitar enfrentar el "inminente" final. Un dato: nadie nunca se hizo cargo de tanta irracionalidad y de todo lo que esta lleva consigo.
Por si lo antedicho no fuera lo suficientemente elocuente, aún hoy los impulsores del fin del mundo siguen haciendo interpretaciones antojadizas sobre vaticinios inexistentes. Ojo, hay algo peor que esas vacías predicciones: la creencia por parte de ciertas personas de que estas ocurrirán.
La ciencia se ha cansado de derribar este tipo de mitos, pero la mayoría de las personas prefieren creer en lo que dicen ciertas películas apocalípticas. Por lo visto, los directores de cine saben llegar al corazón de la gente de manera más efectiva que los científicos.
Por caso, en estos días se vive una suerte de locura colectiva por la cercanía de un supuesto vaticinio que habrían hecho los Mayas respecto a la llegada del fin del mundo en el año 2012. Lamentablemente para aquellos que proclaman el final de los tiempos, jamás esa civilización trazó esa profecía o alguna similar.
Ni siquiera la inversión magnética de los polos terrestres o la aparición de incesantes manchas solares, sirven para justificar la locura de los supuestos iluminados que insisten en hablar de las "profecías mayas". Se mencionan estos fenómenos, porque ambos son referidos por los investigadores para intentar sustentar sus vaticinios. Sin embargo, se trata de cuestiones recurrentes y sin influencia relevante para el planeta.
Ahora, ¿cómo logran los adivinos llegar al corazón de la gente? En general, suelen disfrazar su discurso con grandilocuentes términos a efectos de parecer verdaderos científicos y muestran un histrionismo que jamás podrán copiar los hombres de ciencia. De alguna manera lo logran, ya que, como se dijo, las personas que siguen a pies juntillas sus predicciones son legión.
También los ayuda el hecho de que la memoria es selectiva, de acuerdo a lo que ha podido comprobar la psicología experimental. Esto es, que las personas recuerdan solamente los vaticinios que se cumplen y olvidan lo que finalmente no sucede. Ello explica que, a pesar de tantas predicciones fallidas, la mayoría de la gente sigue creyendo en las palabras de derruidos clarividentes.
La mejor vacuna contra tanta irracionalidad siempre es el conocimiento. Basta consultar cualquier libro relevante sobre ciencia para derribar esos y otros insólitos mitos.
En fin, pasará el año 2011, pasará también el 2012, sin que nada ocurra. Mientras tanto, desde este humilde lugar se seguirá alertando sobre falsos profetas y profecías.
No es poco.
Christian Sanz
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