A lo largo del gobierno de Néstor Kirchner, a partir del año 2003 y hasta su fallecimiento —en octubre de 2010, ya fuera del Poder Ejecutivo—, la estrategia del oficialismo ha sido la del secretismo más extremo a la hora de tratar los asuntos relacionados con la salud presidencial.
En abril de 2004, el fallecido ex mandatario fue internado en total secreto a causa de una hemorragia gastrointestinal y llegó estar en riesgo su vida por la gran cantidad de sangre que perdió. Los voceros oficiales, entre quienes se encontraba el médico personal del ex presidente, Luis Buonomo, intentaron entonces minimizar lo ocurrido: no lo lograron, el hecho trascendió a los medios.
Años más tarde, en febrero de 2010, cuando Néstor fue operado de la carótida, pasó exactamente lo mismo, los funcionarios kirchneristas mantuvieron en reserva lo ocurrido, hasta último momento.
Algo similar sucedió cuando el ex mandatario falleció en octubre del mismo año: la información se conoció tarde, mal y de manera sesgada. Muchos se preguntaron entonces, ¿qué hubiera pasado si Néstor moría en pleno ejercicio del poder?
La respuesta a esa pregunta es harto preocupante, sobre todo en un sistema presidencialista al extremo como el argentino.
No es poco, se trata de un giro de 180º en torno al tratamiento comunicacional oficial de las enfermedades vinculadas al poder.
Los días que vendrán serán de análisis sobre lo peligroso que puede llegar a ser el sistema político argentino, donde todo el poder reside en una sola persona. También serán jornadas donde los periodistas hablarán de la salud presidencia y del carcinoma papilar cual si fueran los más destacados profesionales.
Más allá de todo lo que se diga a futuro, lo realmente destacable —amén de la patología de
Christian Sanz
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