Cristina manda, mas no consensua; ordena, mas no delega; instruye, mas no consulta. Ese es su estilo, inconfundible no solo por las palabras que utiliza a la hora de construir su discurso, sino también por su lenguaje no verbal y su tono de voz.
No se mueve como una mandataria en representación de un pueblo, sino como una reina que gusta manejarse discrecionalmente y que mantiene alineados a sus "súbditos". Todos lo saben —y lo padecen— en el seno del Gobierno, pero nadie se atreve a decir nada: mejor no hacerla enojar. En realidad, todos hablan de ello en voz baja, temiendo que sus palabras lleguen a oídos de Cristina, tan afecta a recibir carpetas que describen las comunicaciones telefónicas y mensajes virtuales de sus ministros, secretarios y legisladores.
En secreto, le dicen "la reina" o "cretina". La denostan sin piedad, sobre todo los funcionarios que han sido descalificados en público por ella. Es que jamás Cristina asume errores, la culpa siempre es de alguien más. De aquél que la asesoró erróneamente o de quien le acercó un supuesto informe errado.
Temen ministros y secretarios cuando la reina busca con la mirada al eventual responsable de algún desatino en su discurso. El escarnio público puede alcanzar a cualquiera, más allá de su rango e importancia gubernamental. Y el único reflejo permitido es el de sonreír mientras la humillación oficial acontece.
No hay un protocolo escrito sobre cómo manejarse frente al abuso de poder K. Sin embargo, cuando un nuevo funcionario asume en un cargo de primera o segunda línea, el ministro de Planificación Julio De Vido y/o el secretario de Legal y Técnica, Carlos "Chino" Zannini se encargan de introducirlo en la cuestión.
Todos se sorprenden en un primer momento, pero pronto se acostumbran al destrato oficial. A cambio de ello, la reina permite ciertos “negocios”, discrecionales ellos. Su discurso, en estos casos, será la mejor cobertura para hacerlos.
¿Quién se acuerda de la entrega de los recursos a la minera Barrick Gold cuando Cristina habla de los más desposeídos? ¿A quién le interesa que el Frente para la Victoria lavó dinero del narcotráfico en 2007 cuando la monarca insiste con la inclusión social? ¿Qué relevancia puede tener el escandaloso enriquecimiento presidencial frente a un discurso de construcción de “soberanía nacional”?
La reina sabe de qué habla cuando insiste en la "construcción del relato" como suplantación de los hechos. A nadie le importa lo que hace, sino lo que dice.
Mientras tanto, ella se mueve caprichosamente, sin dar cuenta de sus actos y mostrándose ofendida cuando alguien le pide explicaciones por sus contradicciones.
Quien ose enfrentarla, deberá sufrir el escarnio público de los "soldados K", un cuerpo de fanáticos que sacrificarán públicamente a quien les ordene la reina por lo bajo. Ministros, diputados, secretarios, periodistas y hasta actores harán cola para destrozar al incauto crítico o detractor. Todo debe parecer casual, pero estará claramente guionado por la monarca.
Ello explica que nadie discuta las contradictorias órdenes oficiales. ¿Es amigo o enemigo Hugo Moyano? ¿Carlos Menem es un “vendepatria” o un gran aliado K? ¿Es un tipazo José Luis Manzano o solo parte de una oscura mafia?
La respuesta a esas preguntas depende de los tiempos políticos. Quien hoy es el diablo, mañana puede ser un apóstol para la lógica oficial. Depende de las necesidades de Cristina esencialmente.
Esto desquicia a muchos de los funcionarios que trabajan con ella, porque los hace quedar como imbéciles. Un día destrozan públicamente a un supuesto enemigo y al día siguiente deben defenderlo a capa y espada. ¿Quién puede tolerar semejante situación?
Así se vive el poder en la Argentina de hoy, con un control total por parte de la reina y la sumisión absoluta por parte de sus funcionarios. Les duele a los ministros y secretarios que alguien les recuerde su diario calvario, pero es la realidad que ellos mismos viven.
Y, mal que les pese, no existe "relato oficial" que pueda cambiarla.
Christian Sanz
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