Nada es seguro en el universo de Cristina Kirchner, al menos en los últimos tiempos. Muchos de los que hasta hace poco tiempo eran considerados "bendecidos" en su mundo, de pronto pasaron a purgar el frío destierro en el marco del mismo cosmos.
No se trata solamente de funcionarios públicos, sino también de empresarios privados y hombres de negocios. Todos sufren en estas horas los vaivenes del oscilante humor de la Presidenta de la Nación.
No importa el esfuerzo hecho en el pasado, ni la sacrificada inmolación personal, todos son pasibles de sufrir las consecuencias del cambiante humor de Cristina. Guillermo Moreno lo sabe mejor que nadie: luego de haber dinamitado su propia imagen, llevando adelante las políticas más impopulares que ha conocido la Argentina, ha sido desterrado al ostracismo más sorprendente. ¿Por qué ha ocurrido esto? ¿Qué más debió hacer el Secretario de Comercio Interior para agradar a la primera mandataria?
En realidad, la culpa no es toda de Moreno sino, como se dijo, de los cambios de humor de Cristina. Es que, luego del estrepitoso fracaso que mostraron sus políticas "restrictivas" —las cuales fueron impulsadas mayormente por la propia Presidenta— las encuestas derrumbaron la imagen del Gobierno y el otrora súper secretario ahora debe tolerar calzarse su nuevo traje de "chivo expiatorio".
Quien hoy ocupa su lugar —y la gracia presidencial— es el ascendente Axel Kicillof. ¿Cuánto demorará el virtual viceministro de Economía en seguir los pasos de Moreno?
El derrotero que sufre el Secretario de Comercio Interior no es potestad solo de su persona, Amado Boudou ha sufrido una caída similar en muy poco tiempo. En 2010, el hoy Vicepresidente estaba a la cabeza de todas las preferencias de Cristina; solo dos años más tarde, la misma Presidenta lo ha bajado del podio luego de que el escándalo Ciccone lo golpeara en el rostro.
Lo mismo le ha ocurrido a ministros de la talla de Julio De Vido y Aníbal Fernández: al primero, la Presidenta lo acusa en privado de no haber sabido manejar el millonario (des)manejo de los subsidios al transporte; al segundo, de haber privilegiado sus apetencias personales por sobre el interés común de los "socios" del Gobierno. No hace falta aclarar que esto último se vincula a cuestiones 100% ilícitas.
Pero la caída en desgracia no solo le ocurre a los funcionarios públicos: empresarios y banqueros que supieron gozar en el pasado de la bendición oficial, hoy viven desconcertados por la "bajada de pulgar" de Cristina.
Por caso, ¿cómo entender lo ocurrido con la familia Eskenazi, desterrada del paraíso K luego de haber ayudado a blanquear millonarios fondos de Néstor y Cristina Kirchner durante los últimos 20 años?
Lo mismo le ha ocurrido a empresarios de la talla de Lázaro Báez y Cristóbal López, quienes hoy viven temerosos de que la mandataria les arrebate "de facto" las prebendas conseguidas a lo largo de los últimos años.
A ese respecto, López vive aterrorizado por la posibilidad de que avancen cualquiera de las leyes que hoy reposan en el Congreso y que intentan estatizar los juegos de azar; si ello ocurriera, sus ostentosas licencias se perderían en el mismo acto. Ese miedo es el que explica que el empresario sostenga en C5N —canal que recientemente adquirió— a ciertos periodistas críticos del gobierno. "Por si las moscas", suele advertir López a sus íntimos.
Jorge Brito, titular del Banco Macro es otro de los exponentes del cambio de humor presidencial: luego de haber sido el banquero preferido de Néstor y Cristina —es otro de los que los ayudó a blanquear ingentes cantidades de dinero— , cayó en desgracia cuando un informe de Inteligencia vernáculo lo calificó como uno de los "promotores" de la corrida de dólar que se vivió en 2011.
El enojo contra él duró poco, de todos modos: la primera mandataria ha iniciado un tibio —y nuevo— acercamiento hacia su persona. "Negocios son negocios", es la frase que explica todo.
La lista es extensa y elocuente: allí aparecen personas tan disímiles como el santacruceño Eduardo Acevedo, el ex jefe de Gabinete Alberto Fernández, la ex ministra Graciela Ocaña y hasta el ex cadete kirchnerista Rudy Ulloa Igor. Todos ellos fueron estrellas del firmamento K y hoy se encuentran en la lista negra del mismo universo. Todos fueron parte integrante del proyecto "nacional y popular" hasta que los cambios de humor oficiales los dejaron abandonados a la vera del camino de la desdicha. ¿Por qué les ocurrió lo que les ocurrió? ¿Cuál es el significado intrínseco de esa conducta oficial?
Independientemente de la respuesta a ambos interrogantes, hay que admitir que la conducta "bipolar" del kirchnerismo para con sus propios "bendecidos" no es algo aislado, sino parte de la postal que permite entender los incesantes cambios de rumbo en la política de los últimos años. Es uno de los "síntomas" que el oficialismo intenta esconder y que forma parte de un cuadro más amplio, referido a su propia patología autodestructiva.
El problema radica no solo en el ocultamiento de la enfermedad —lo cual no permite su estudio y eventual cura— sino el temor que ostentan quienes conocen su avance a la hora de mencionar la cuestión.
Mientras esto ocurre, la bipolaridad gubernamental sigue deglutiéndose a propios y ajenos, en una alocada carrera cuya meta todos parecen desconocer.
Y allí aparece la inevitable pregunta: ¿Habrá posibilidad de desacelerar la marcha o la ciudadanía deberá resignarse a esperar el impacto brutal de su consecuencia inevitable?
Lamentablemente, no existe una respuesta predecible; depende de la voluntad de toda una sociedad.
Christian Sanz
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