Sergio tiene 11 años. Suelo verlo todos los domingos pidiendo limosna en la puerta de la iglesia que queda en Montevideo y Juncal. Generalmente está acompañado por su media docena de hermanos que hacen el mismo rito semanal de pedir.
Frente a ese templo hay una plaza a la que suelo llevar a mis hijos a jugar todas las semanas y que ellos realmente adoran. Es un lugar muy protegido y en el que me siento tranquilo de que ellos no puedan escaparse muy lejos.
Sergio juega en esa plaza muchas veces, luego de su intensa labor diaria. Y es muy impresionante ver las maneras que se inventa para ser felíz en medio de su extrema pobreza. El nos enseñó mil cosas para divertirnos con poco: desde armar figuras con arena hasta cazar palomas.
Y nos habló de la vida con una crudeza imposible. Yanina, mi hija, lo escucha desde sus cortos 7 añitos como entendiendo y temiendo al mismo tiempo ese tipo de vida. Y toda vez que nos vamos de la plaza, ella me pregunta cómo podemos ayudar a Sergio a estar mejor. Y me pregunta cientos de cosas acerca de lo absurdo de la vida. Y me pone en un aprieto. Tremendo aprieto...
Yo siempre le digo la misma idiotez acerca de ser buenos y ayudar a otros, más allá de que nos ayuden a nosotros. Pero no basta. Ella siempre me mira como esperando más.
Me dice que la culpa de que Segio esté asi, es de todos nosotros, incluídos ella y yo. Yo solamente atino a asentir con la cabeza dándole la razón. Y le pido que por favor nunca pierda esa sensibilidad.
Yani suele juntar algunas monedas para comprarle cosas a Sergio o dárselas a él directamente. Es un ritual que solemos hacer cada domingo, bien temprano, y por el cual discutimos siempre. Nunca nos ponemos de acuerdo si darle a Sergio esas monedas o comprarle algo.
Porque él nos dijo que cuando no consigue dinero el sábado y el domingo en la iglesia, en la casa no se come. O se come lo que se puede. Por eso sabe cazar palomas.
"¿Qué gusto tiene la paloma?" le pregunta Yani a Sergio con su hermosa inocencia.
"Es como el pollo, pero más duro", le contesta él con una aceptación y naturalidad que me joden.
Y Yani lo mira como queriendo darle algo que no tiene. Y yo los miro a ambos y entiendo de pronto lo absurdo de la vida.
Y Yani me pregunta si alguna vez ella va a tener que comer paloma. El miedo de sus ojos me dan la respuesta: "no". Ella se tranquiliza y cambia de tema. Hablan del cole, de los amigos, de los hermanos.
Y de pronto se da cuenta de que tiene un millón de cosas que la acercan a Sergio. Los mismos problemas con la maestra, sus peleas con los hermanos, etc.
Y se da cuenta de que no debe ser tan malo comer paloma. Que no es la muerte de nadie no poder comprar una golosina. Que los padres siempre nos rompen las pelotas, por lo que sea.
Y aprendemos por un momento el verdadero sentido de la vida. Aunque más no sea 15 minutos.
Nos lo comunicamos a través de las miradas, mientras volvemos a casa. Los ojos de Yani me dicen un sincero "Gracias!".
Me dice que va a rezar a Dios para que Sergio esté bien. Y sus pícaros ojitos me hacen emocionar.
Y siento que no todo está perdido. Que nos queda mucho por andar.Siento que aprendimos la lección de nuestras vidas. Esa lección que seguiremos acrecentando cada domingo:
Brindarnos siempre...a quien nos necesite.
Christian Sanz
(Escrito el 23/04/2001)