Yo era un tipo feliz, tranquilo, relajado en su rutinaria vida. Con una cobertura médica que casi era “de lujo”, a través de la firma Swiss Medical.
Pero un día todo cambió: las facturas se tornaron impagables y hubo que empezar a otear nuevos horizontes.
Allí apareció la gran esperanza blanca, la obra social que oficiaba de panacea universal: Sancor Salud.
La cartilla era casi calcada a la de Swiss Medical, pero la cuota representaba un tercio que la que venía pagando. Todo era júbilo, puro ensueño. Casi el paraíso.
Hice el cambiazo y pronto me llegaron las nuevas credenciales, brillosas y brillantes. Era hora de empezar a usarlas a diestra y siniestra. Lo hice, pero me duró poco. De pronto, el paraíso se tornó en el infierno.
La cuota era superior a la que me habían prometido y las restricciones a la hora de usar los servicios de Sancor fueron motivo suficiente para refrendar mi incipiente y nuevo mal humor.
Los meses pasaron, y la pesadilla también. La cuota fue aumentando y alcanzó los niveles de Swiss Medical. ¿Quién me mandó a cambiar de obra social? Me sentí estafado.
A esa altura, debí cambiar de plan y anotarme en uno más humilde. Fue la primera derrota sufrida, a solo 6 meses de tener la nueva cobertura.
Luego, llegaría lo peor... por partida doble. Por un lado, la imposibilidad de lograr que me descuenten los aportes y contribuciones de mi salario en relación de dependencia —lo cual generó un gran gasto para mí al tener que pagar la cuota completa—, por el otro el vano intento de autorizar una orden para hacer un estudio odontológico.
Para lograrlo debí concurrir en tres oportunidades, en cada una me fueron pedidos más y más papeles. “Necesitamos la historia clínica, antecedentes, etc”, me dijeron. Mi respuesta improvisó una ilusa pregunta: “¿Por qué no me los pidieron antes?”.
Pasaron los días, la orden se me venció y debí pedir una nueva al médico ad hoc. Nuevamente ir a Sancor, siempre cargado de papeles. Ya me sentía como en el PAMI.
“Bueno, ya cargamos todo en la computadora. Llame en cuatro días hábiles para ver si le autorizan el estudio”, me dijeron, luego de una hora de espera. Me quedé helado, empapado tanto por la lluvia como por la irritabilidad que me provocó la situación.
En las próximas horas daré de baja la cobertura, me siento estafado en un 100%. Y no soy el único: se me ocurrió tuitear lo que me había pasado y recibí varias docenas de mensajes que me contaron cosas iguales o peores.
En ese contexto, es increíble que Sancor Salud tenga la notoriedad que ostenta en estas horas.
A menos que uno recuerde aquella célebre frase del colega Ramón Pérez de Ayala: “Cuando la estafa es enorme ya toma un nombre decente”.